Si uno no tuviera a la fantasía, el acto sexual sería un mete y saca aburridísimo. ¿Por qué estoy haciendo esto que parece una rutina de gimnasio? diríamos si la fantasía se evaporara en el medio del coito. La fantasía es lo que nos guía, a veces, a construir un relato. Pero yo no aconsejaría cumplirla. Es como tratar de llenar todas las caras del cubo de Rubik. ¡Ojo con eso!
Hay una película que se llama “Me estás matando, Susana” -una comedia que por momentos también es un film de campus- donde un personaje se levanta un mediodía y camina por su casa y empieza a decir en voz alta, (le habla a su mujer, Susana, que él imagina en algún lado de la casa), que acaba de soñar que ella estaba teniendo sexo con un tipo muy grande, melenudo y que ella gozaba de una manera tremenda. Lo que el personaje va a comprobar en breve es que Susana se las tomó -lo abandonó- y que va directo a cumplirle su fantasía onírica. Cuando esto pase y él la vea teniendo sexo con el “gigante melenudo” la cabeza le va a explotar como la bomba ACME que, capítulo tras capítulo, destruye al coyote que persigue al correcaminos.
Rupert Sheldrake es un científico -premio Nobel- que de alguna manera busca -mediante experimentos- comprobar que la ciencia moderna, de alguna manera, ha dejado de lado el misterio de la vida. Ya no le preocupa a la ciencia moderna la fantasía. Sheldrake dice que la física clásica, presa del racionalismo y el mecanicismo cartesiano, reduce la vida a un simple sistema de causa y efecto. Él investiga los campos mórficos, esas fuerzas territoriales misteriosas que aparecen en nuestra vida cotidiana. Se hace preguntas sencillas ¿Cómo hacen las palomas para volver siempre a casa? ¿Cómo construyen las termitas sus habitáculos sofisticados? ¿Por que los perros se preparan para recibir a su dueña o dueño cuando estos están saliendo de su lugar de trabajo a cientos de kilometros? ¿Cómo saben que están saliendo si no los ven ni pueden olfatearlos?
¿Por qué -me dice Adrián Dárgelos- las hormigas si se les sustrae a la reina dejan de trabajar? Pero si la ocultan en una caja de plomo y la dejan cerca, aunque ellas no la perciban igual siguen trabajando porque algo sabe en ellas que la reina está ahí. Lo que saben -dice Adrián- es el campo mórfico.
Algunas personas, cuando están tristes o desesperadas, van hacia la religión. Yo voy a la teoría: leer filosofía es un antibiótico contra el terror
Estamos en un auto yendo hacia un lugar en el sur de la ciudad donde Babasónicos va a grabar el video de una nueva canción: “Tajada”. El lugar es un hangar inmenso que en una época fue una arenera. De camino pasamos por lo que pudo haber sido un polo de arte -vemos galerías, graffitis callejeros- y todo lo que la gentrificación baraja y da de nuevo. Hay algo en la zona que me recuerda a la tapa de Animals, de Pink Floyd, pero el cerdo que vuela, sabemos, ahora está en el museo de la distopía.
Es esta época del año en que la primavera se pone intensa: polvo en el aire, gargantas secas, lagrimales enrojecidos y cierta luz irreal. Vamos a estar en un pabellón a oscuras gran parte del día, con pequeños focos de luz estratégicos acá y allá. Bajo un cubo de luz, Juan Cabral, el director del video, puso sobre el piso señalizado restos forenses de la escena de un crimen. “Para mí la canción habla sobre los restos que quedan donde hubo una pareja”, me dice mientras me muestra la “escena del crimen”, un documento en el piso, un carnet de conducir, unas pastillas para dormir, objetos que constelan para la imaginación del detective que encarna el director del film. Cada objeto tiene un plástico con un número y después estos números, en diferentes tomas de cámara, van a ser sustituidos por la palabra Tajada que da nombre a la canción. “Lo que queda de una pareja es el excedente de una transacción”, me dice Adrián, mucho menos romántico que el director.
El resto de los Babasónicos están vestidos como la policía forense, con guantes y pinzas para levantar los objetos. Mariano Roger dice que la canción es una de las dos que venían trabajando y que ahora se convirtió en el single que les gusta. “Esta es la que picó en punta”, dice. “Me gusta el concepto de hacer simples que después no vas a incluir en los discos que salgan”, dice Roger. Diego Tuñón, el tecladista, me dice que “Tajada” es “más banda”. Cuando le pregunto qué significa eso sólo mueve sus manos imitando la mímica de una guitarra. Panza, el baterista, tiene una cámara fotográfica enganchada en el cuello y saca una falsa foto con flash: es el forense encargado de fotografiar el crimen.
Filmar un video tiene miles de puntos muertos. Si no estás actuando y todo el equipo está concentrado, las personas miran los celulares, se sientan a los costados del set, apuran un café del catering: supongo que construyen en su mente el algoritmo de lo que resta del día. En los relatos a veces uno puede escribir secciones que después no retomás. Tuñón y Dieguito me dicen que ellos hicieron eso muchas veces en su música. Por ejemplo, en el tema “Mareo”, de Infame, “donde aparece una progresión de acordes del spaguetti western que no vuelve a aparecer en el resto del tema”.
Algunas personas, cuando están tristes o desesperadas, van hacia la religión, yo voy a la teoría: leer filosofía es un antibiótico contra el terror. También estar con amigos es algo potente. Adrián, por ejemplo, siempre me transmite la alegría de que cualquier cosa que hagamos puede terminar en un libro que me guste leer. En principio esa es la tajada que saco de nuestra amistad.
FC