- “¿Me estás cargando?” . Esta fue la primera reacción de un activista medioambiental cuando le conté por qué pensaba que la idea de convertir el 30% de nuestro planeta en Áreas Protegidas no era nada buena.
- “Un Área Protegida evitará el extractivismo y otras industrias en zonas ricas en biodiversidad, y salvará a los elefantes y a los gorilas”, respondió, esta vez con un tono más fuerte, como para convencerme.
Me sentí mal. Estaba criticando uno de los eslóganes más celebrados por los conservacionistas y políticos para salvar nuestro planeta en la próxima reunión de las partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica (COP15), que tendrá lugar en diciembre en Montreal. Piénsalo: cuantos más parques nacionales, más reservas de animales. ¿No te parece una gran idea? ¿Qué puede haber de malo en esto?
Todo.
Ha pasado tiempo desde mi primer viaje de campo como investigadora de Survival International, el movimiento global por los pueblos indígenas. Pero aún lo recuerdo. Era muy joven, bastante más que el hombre que tenía adelante. Yo, con anteojos estilo antropóloga. Él, con el rostro tatuado, como muchos de los habitantes del Pueblo Indígena Baiga de la India central, conocido por practicar la agricultura itinerante. Se llamaba Bharat y hablaba con un tono de voz claro y sosegado, pese a haber perdido todo cuanto era importante en su vida. “Somos los protectores del bosque. Si no lo salvamos, ¿qué pasará? Si lo abandonamos, ¿quién lo protegerá?”, me dijo. Para las personas indígenas de todo el mundo no hay duda: ellas son esenciales para proteger la maravillosa flora y fauna de nuestro mundo; ellas son la razón por la que el 80% de la biodiversidad de la Tierra se encuentra en territorios indígenas.
En aquel momento pensé que esta realidad era tan obvia que cualquiera que luchara por acabar con la destrucción medioambiental estaría de acuerdo y defendería los derechos de los pueblos indígenas. Pero Bharat seguía hablando y mi pensar ingenuo enseguida se hizo añicos. Me contó que lo expulsaron de su hogar, que lo separaron del bosque que amaba, de los tigres que veneraba, de las plantas que le curaban a él y a la comunidad a la que pertenecía. Detrás de esta expulsión no se encontraba una multinacional insaciable (como es habitual), sino algo tan inocente y aparentemente bueno como la conservación. El hogar de Bharat fue declarado una “reserva de tigres” y tuvo que marcharse. Los “expertos” en materia de conservación afirman que los tigres de la India necesitan grandes extensiones de tierra “virgen” para sobrevivir, y ningún ser humano puede vivir en ellas. O mejor dicho, no se permite la presencia de determinados humanos. Como no tardaría en aprender durante mi primer viaje por esta Área Protegida, algunos humanos sí son más que bienvenidos: los turistas. Turistas que llegan de todos los rincones del planeta en avión, que se alojan en grandes hoteles de lujo, y que se desplazan en jeeps ruidosos y contaminantes sacando fotos. Muchas fotos. Turistas para los que la tierra de Bharat no es más que un zoo enorme.
Aquella fue la primera vez que vi la verdadera cara de nuestra llamada conservación; toda la injusticia y su arraigada mitología se hicieron evidentes. La tenía ante mí, la miraba de frente. Personas indígenas como Bharat, cuya huella ecológica apenas tiene impacto en la destrucción del medioambiente y cuya conexión con la tierra es poderosa y sagrada, estaban siendo expulsados de sus territorios para crear reservas de animales. Pero la verdadera conmoción llegó más tarde…
Después de todo yo también he crecido con el Rey León y los documentales de National Geographic. Después de todo yo también pensé, como probablemente pienses tú ahora, que los Parques Nacionales eran algo bueno y que la naturaleza virgen debe protegerse de los humanos. Hay que salvar a Simba de nosotros. Probablemente Bharat y su familia no eran más que una excepción.
Pero tras viajar a muchos otros parques de fauna silvestre me encontré con la incómoda verdad. No se trata solo de las reservas de tigres de la India. Desde la maravillosa selva del Congo hasta las mágicas sabanas de Tanzania, desde las montañas de Nepal hasta las áridas tierras de Kenia, la protección de los animales sirve de excusa para negar el acceso a los habitantes autóctonos a sus tierras. Una vez expulsados violentamente de ellas, guardaparques armados, financiados por grandes organizaciones conservacionistas con sede en Europa y Estados Unidos, empiezan a patrullar sus territorios y a cometer atrocidades contra sus legítimos dueños, los pueblos indígenas. Esto que puede resultarnos demasiado abstracto, significa en la práctica que cada vez que los indígenas intentan cazar para alimentar a sus familias o practicar sus rituales en la que fue su tierra, se arriesgan a ser violados, golpeados, torturados o asesinados en nombre de la “conservación de la naturaleza”. Para quienes lo justifican, culpar a personas inocentes por la destrucción ambiental no es considerado más que un daño colateral: de este modo parece que los guardaparques combaten a los “malos” (acusándolos de furtivos, por ejemplo) y las ONG de conservación pueden alegar que sus proyectos funcionan. A nadie le preocupa averiguar quiénes son realmente esos “malos”. Mientras tanto, no es raro que el turismo de masas, la caza de trofeos o las industrias extractivas se abran camino en las mismas Áreas Protegidas.
Y ahora supongo que te preguntarás, como me preguntaba yo cuando conocí a Bharat, ¿por qué? ¿Por qué excluimos y expulsamos de sus tierras a los habitantes locales? ¿Por qué los asesinamos para salvar a los gorilas, rinocerontes, tigres y elefantes?
La respuesta es el racismo. El modelo de conservación de la naturaleza predominante hoy en día es el de la “Conservación de Fortaleza”: un modelo que crea Áreas Protegidas militarizadas y accesibles solo para personas adineradas en las tierras de los pueblos indígenas. Este modelo se impuso en África y Asia durante la época colonial y la idea que subyace es que la población local es primitiva, no sabe cómo cuidar de su entorno y su conocimiento milenario son meras supersticiones. Solo nosotros (los blancos y occidentales) y nuestros “expertos” sabemos cómo conservar la naturaleza. Puede que los tiempos coloniales hayan pasado, pero esta actitud sigue viva en muchas organizaciones e instituciones conservacionistas. Estas organizaciones y muchos medios de comunicación siguen describiendo los paisajes que han sido modelados y alimentados por los pueblos indígenas durante milenios como “naturaleza intacta”, “virgen” o “prístina”, y a quienes viven y dependen de ellos como “invasores” o “cazadores furtivos”. La evidencia científica, sin embargo, nos dice algo distinto: los entornos “naturales” más famosos del mundo, como Yellowstone, la Amazonia y el Serengueti, son en realidad las tierras ancestrales que millones de indígenas protegieron durante generaciones. En la vida real el simpático Simba de El Rey León no se movería distraído por un entorno “salvaje”, ya que el área que inspiró la película fue el hogar de los masáis (en Kenia), un pueblo de pastores que ha sido expulsado de su tierra ancestral para dar paso a un Parque Nacional.
Pero detrás del mito de la conservación no solo descubrimos el intento racista de invisibilizar el papel de los pueblos indígenas en el cuidado y la custodia de sus propios territorios. Hay algo más. Al culpar y violentar a las comunidades indígenas y locales de la destrucción del medio ambiente desviamos el foco y podemos continuar contaminando como hasta ahora fuera de esas “Áreas Protegidas”, podemos cercar un poco de naturaleza para hacernos un selfie de vez en cuando o hacer un documental para Netflix y seguir sin abordar las verdaderas causas de la destrucción medioambiental: la explotación de los recursos naturales con ánimo de lucro y el creciente consumo excesivo, impulsados por el Norte Global.
Por eso el plan del 30% es una distracción peligrosa. Más Áreas Protegidas significarán más abusos de los derechos humanos, más robo de tierras y no harán nada para proteger la biodiversidad. Todo lo contrario: destruirán a los mejores aliados y expertos de la causa ecologista. Los estudios han demostrado que el plan del 30x30 podría afectar a las tierras y los medios de vida de unos 300 millones de personas, los menos responsables de la destrucción del medioambiente. Tal y como se plantea ahora, el plan conllevará el mayor acaparamiento de tierras de la historia.
Ni que decir tiene que la idea cuenta con el apoyo de las empresas más contaminantes del mundo, como Unilever, Nestlé, Shell y otras, que probablemente tengan una motivación del tipo: “que se preocupen por el 30%, para que podamos seguir explotando exactamente igual el 70% restante”.
Pensarán que soy toda una aguafiestas, pero si el 30% no es una buena idea, ¿qué nos queda?
La respuesta no vendrá de nosotros. Tal vez nunca haya estado en nosotros. Cada vez más evidencia científica lo demuestra: las tierras gestionadas por los pueblos indígenas y las comunidades locales son tanto o más eficaces que las Áreas Protegidas en la conservación de la biodiversidad. “Las personas y los tigres podemos convivir en el mismo espacio”, dijo Bharat. Los pueblos indígenas lo saben muy bien, la naturaleza no es algo separado de nosotros, algo que podemos “preservar” a un lado, mientras destruimos en otro. Somos uno.
Cada vez más evidencia científica lo demuestra: las tierras gestionadas por los pueblos indígenas y las comunidades locales son tanto o más eficaces que las Áreas Protegidas en la conservación de la biodiversidad.
A pesar de lo que nos quieren hacer creer los expertos en marketing con sus eslóganes pegadizos como el del 30%, no hay una receta única para salvar el planeta ni una solución fácil. Sin embargo, algunas respuestas ya están ahí, en los ojos marrones de Bharat y en las aportaciones de muchos Pueblos Indígenas que han resistido y resisten a los incesantes ataques de nuestra propia sociedad contra sus tierras y sus vidas. Tal vez, y por una vez, debamos dejar de anunciar cifras al azar como la del 30% y debamos, simplemente, escuchar y aprender. Tal vez no sea todo lo que se puede hacer para salvar este planeta, pero la lucha por los derechos territoriales indígenas y la descolonización de la conservación deben formar parte de este camino.
Fiore Longo es investigadora de Survival International, el movimiento global por los pueblos indígenas. También es directora de Survival International España. Coordina la campaña Descolonicemos la Conservación de Survival y ha visitado a muchas comunidades de África y Asia que sufren brutales abusos de sus derechos humanos en nombre de la conservación de la naturaleza.
FL