ENSAYO GENERAL

Dramas y risas

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En 2022, el comediante Nathan Fielder lanzó una serie extrañísima y única, en un momento en el que ya parecía que era imposible encontrar algo realmente novedoso en ese formato. En The Rehearsal, una suerte de falso documental, Fielder se proponía utilizar las ventajas de la ficción audiovisual (su potencial para reconstruir escenarios no en un sentido metafórico sino en uno tan material que casi podríamos llamar “real”) para eliminar la ansiedad de la vida cotidiana. Hacemos este ejercicio todo el tiempo a una escala muy pequeña: para intentar quitarle peso a una entrevista de trabajo, un examen, una conversación difícil o la situación estresante que sea, imaginamos distintos escenarios. Imaginar lo mejor nos levanta un poco el ánimo; pero imaginar lo peor, curiosamente, a veces también. Esta es la premisa que está a la base de The Rehearsal: que lo más estresante de una situación incierta es, justamente, la incertidumbre. Si realmente podemos armar un ensayo tan bueno de la situación en cuestión como para eliminar esa incertidumbre, podríamos llegar al momento de la verdad mucho más tranquilos, y así acercarnos más al mejor resultado posible.

En la primera temporada, Fielder empieza asistiendo a un hombre con una conversación incómoda que tiene que tener con su grupo de amigos; muy rápidamente, sin embargo, la temporada empieza a centrarse en torno al caso de Angela, una mujer que quiere ensayar ser madre antes de intentarlo definitivamente; luego de algunas dificultades, Fielder termina adoptando el rol del padre del hijo de Angela en la complejísima simulación que toma varios episodios e implica andar cambiando constantemente a un niño actor por otro un poco mayor. No quiero spoilear mucho más, pero alcanza con contar que la temporada termina con una suerte de moraleja que cuestiona toda la premisa del show: las cosas en la vida no se hacen de prueba. Todo lo que hacemos, mal que nos pese, es cierto; y a veces lo mejor que uno puede hacer es sorprenderse.

Era difícil pensar en una segunda temporada después de ese final agridulce. Por eso creo que Fielder tomó una decisión interesantísima al decidir dedicarla a un tema en el que nadie podría desear que haya nada sorprendente o impredecible: la seguridad aérea. Es como si Fielder (la persona real o la versión de sí mismo que hace en la serie, frecuentemente indistinguibles) dijera que sí, no hay nada encomiable en tomar el síntoma de la ansiedad como algo que efectivamente va a resolver la ansiedad; pero si uno va a tener esta deformación subjetiva de intentar volver predecibles los escenarios, mejor usarla para el bien en lugar de para la neurosis.

Eso se propone, entonces, Fielder, y eso hace en el primer capítulo de la segunda temporada (los críticos ya han visto el resto y confirman que este tópico la recorre toda): se acerca a un experto en accidentes aéreos, y le dice que, habiendo revisado muchísimas grabaciones de cajas negras de aviones caídos, ha encontrado un elemento común. Aparentemente, muestra Fielder, el primer oficial (es decir, el que le hace de copiloto al piloto jefe) muchas veces advierte en esas grabaciones que el avión está en peligro. Sin embargo, estos oficiales rara vez se atreven a contradecir al piloto, que tampoco parece, casi nunca, dispuesto a escuchar. La “mala comunicación en la cabina”, dice Fielder, es responsable de muchísimos accidentes aéreos fatales. El experto le contesta que es cierto lo que dice, y que él propuso en el Congreso de los Estados Unidos que se hicieran juegos de rol obligatorios entre pilotos y primeros oficiales para trabajar sobre esto, pero que por la razón que fuera no lo consiguió. Aquí es donde entra Fielder: quiere usar todo el presupuesto que HBO le da en armar estos juegos de rol de una manera obsesivamente verosímil, y entender así cómo resolver el problema. Soy la mejor persona para hacerlo, dice Fielder, porque tengo estos recursos; también soy la peor persona para hacerlo, agrega, porque soy un comediante y dudo que la gente en las aerolíneas y en las decisiones de política pública se tome en serio este proyecto mío.

Fielder logra meternos, así, de vuelta en la trampa que define su comedia: ¿está hablando en serio? ¿De verdad quiere mejorar la seguridad de los aviones, o esto es todo para hacernos reír? Es en esa ambigüedad en que se cifra el sentido del humor único de The Rehearsal, en esa imposibilidad de saber si nos están haciendo un chiste. Pero creo que ese humor es solo la mitad de la gracia de The Rehearsal; la otra mitad radica en que, en cada temporada, Fielder se ocupa de uno de los dramas más importantes de nuestra época.

En la primera fue el drama de la paternidad: el modo en que en el mundo contemporáneo se extiende la sensación de que ser buen padre es planificarlo todo, no dejar nada al azar ni la sorpresa ni la sal de la vida; no es casual, por supuesto, que la natalidad caiga en un momento en que parece que para ser padre hay que poder ser dios.

En la segunda temporada, en un giro interesantísimo, el tema es claramente el poder. Porque es inteligente, Fielder, al usar la frase neutra “mala comunicación en la cabina” para referirse a estos malentendidos entre pilotos y copilotos. Es inteligente porque ponerlo en otros términos sería arruinar el misterio de la temporada, y explicar cosas que mejor dejar apenas esbozadas, pero que en el fondo todos sabemos; que esa “mala comunicación” depende de relaciones de poder; que el oficial que elige dejar que el avión choque antes que contradecir a su jefe no es un idiota, sino simplemente un tipo que calcula que es poco probable que el avión efectivamente choque, y lo que va a terminar pasando es que el avión va a aterrizar y a él lo van a echar por insolente. Que en ese tipo de pequeñas interacciones regladas por las jerarquías se cifran muchos de los grandes problemas políticos y organizacionales de nuestra época; se cifran los techos de cristal, y hasta los casos de violencia laboral.

The Rehearsal no es una comedia para tirarse al piso de risa, y esta temporada, parece, lo es aún menos que la anterior; pero toca una fibra tan extraña del humor existencial que vale la pena verla, aunque sea solo por eso, para descubrir que una es capaz de reírse hasta de los dilemas más angustiantes. 

TT/MF