En las elecciones del 2019 el 90% de las preferencias electorales de la sociedad argentina se distribuyeron entre solo dos opciones: JxC y FdT. Aquel resultado electoral (un balotaje de hecho) constituyó la cristalización de un proceso de polarización sociopolítica que rige la vida pública del país y tiene su reflejo en la economía. En 1983 el ingeniero Marcelo Diamand creó el concepto “el péndulo argentino” para caracterizar la alternancia de modelos económicos que tuvo lugar desde mediados de los ’40. Hoy a la luz de las evidentes diferencias entre el kirchnerismo y el macrismo en materia de política económica podríamos sostener que el péndulo sigue oscilando, y que su configuración política es la “célebre” grieta.
Cuando se califica este escenario con la categoría de “grieta” se suele poner el foco sobre las discusiones y divergencias de los dirigentes y/o comunicadores de las fuerzas políticas, como si las tensiones políticas se redujeran a peleas que llevan adelante los actores que están arriba del “escenario”. Así, la grieta sería un fenómeno de “arriba hacia abajo”: tanto la sociedad como los agentes económicos estarían “presos” de una clase política que los condena a la oscilación y a la inestabilidad, tanto política, institucional como económica.
Sin embargo, el concepto de polarización no alude únicamente a la dicotomización de la competencia política y mediática, ni tampoco se agota en la calificación de las formas (más o menos ásperas, más o menos beligerantes) que adopta ese antagonismo. El concepto de polarización concierne esencialmente a los profundos desacuerdos ideológicos que atraviesan a la sociedad y que se expresan en la esfera de la representación política. Esto es, la grieta entonces no ocurre en una sociedad armoniosa y repleta de consensos que es secuestrada por una política que provoca divisiones artificiales. Al contrario, cuando se examinan las representaciones e inclinaciones ideológicas de las y los argentinos, quedan en evidencia profundas diferencias, que luego “la política” se encarga de reflejar, articular y muchas veces, también, explotar.
Una de las dimensiones de tales desacuerdos, que no es necesariamente la más gravitante en términos identitarios y electorales, es aquella referida a la economía: la dimensión política de la grieta, con la falsa dicotomía entre “república” o “autoritarismo”, tiene clásicos en la esfera económica que anteceden a la versión contemporánea de la grieta: campo vs industria; mercado interno vs mercado externo; sindicatos vs empresarios; proteccionismo vs libre-cambio, etc.
Durante los últimos meses, realizamos un conjunto de estudios de opinión pública que permiten conocer, describir y cuantificar las orientaciones, actitudes y representaciones de los votantes de las dos principales coaliciones políticas de la Argentina. Los resultados se presentan segmentados según el voto de 2019 con el objetivo de identificar las respuestas de cada “hemisferio electoral”. La evidencia recogida es elocuente: en cada una de las dimensiones abordadas, votantes de JxC y votantes de FdT piensan y perciben de la realidad de manera antagónica.
Es por esta razón que la dimensión económica de la grieta ideológica es profunda, compuesta de desacuerdos básicos en materia de intervención del Estado en la economía, el rol de las políticas públicas e incluso visiones acerca del funcionamiento del mercado en general. Si bien la sociedad argentina sigue conservando una mayoritaria inclinación “pro-Estado”, esta matriz estatista-igualitaria comienza a chocar (¿cada vez más?) contra extendidas visiones negativas acerca del rol del Estado como “igualador” de oportunidades, rechazo al gasto público y especial aversión a los impuestos. Posiblemente el hallazgo más destacado del informe resida en la evidente articulación que se observa entre tales divergencias y las preferencias electorales de las y los argentinos.
Magnitud de la polarización
En materia de intervención del Estado en la economía, 3 de cada 4 votantes del FdT consideran que el Estado tiene que intervenir “mucho y bastante” en la economía. Por su parte, entre los votantes de JxC esa inclinación se encoge a menos de la mitad (45%). Estas diferencias se vinculan con representaciones de la estructura social del país muy distantes entre sí. En el mundo del FdT el 69% caracteriza a la Argentina como un país “desigual”, mientras que en el universo de JxC la mirada que predomina (60%) es la de un país “mayormente pobre”.
Los contrastes ideológicos también se manifiestan en forma pronunciada al abordar la conducción de las empresas estratégicas del país, como YPF o la aerolínea de bandera. Prácticamente el 70% de los votantes del FdT opta por empresas públicas y controladas por el Estado; por el contrario, el 60% de votantes de JxC opina que tienen que ser de propiedad y gestión privada.
Lo interesante es que las preferencias sobre políticas públicas y rol del Estado están íntimamente asociadas con valores más profundos, que no remiten específica o exclusivamente a la esfera de “lo económico”. Por ejemplo, la aspiración de progreso (compartida por todos, naturalmente) moviliza matrices culturales muy diferentes. Para los votantes del FdT la calidad de vida que puede alcanzar una persona se vincula fundamentalmente con las políticas económicas del gobierno (38%) y con las oportunidades del contexto (31%). Quienes simpatizan con JxC expresan un imaginario de progreso personal fundado sobre otros factores: cerca de la mitad del electorado (ahora) opositor distribuye las razones del éxito entre la familia y el esfuerzo individual. Tales imaginarios, más social o más meritocrático, subyacen en las explicaciones que cada segmento electoral formula sobre la pobreza. 7 de cada 10 votantes oficialistas sostiene que la pobreza es una consecuencia de la “desigualdad de oportunidades”. Por el contrario, el 55% de los votantes de JxC atribuye la pobreza a la “falta de esfuerzo” de las personas bajo esa condición.
Pasemos en limpio una idea importante antes de presentar los próximos datos: existe un estrecho nexo entre percepciones y preferencias. En el terreno de las iniciativas orientadas a reducir la desigualdad, los caminos vuelven a bifurcarse. Los votantes de JxC exhiben un contundente consenso: el 86% piensa que la manera a través de la cual el Estado debería reducir la desigualdad es “bajando impuestos”, mientras que únicamente el 5% propone cobrar más impuestos a los ricos. En el universo electoral del FdT, la proporción de quienes demandan impuestos más altos para los ricos asciende al 44%.
Un tema que actúa como elocuente ejemplo del carácter ideológico que tiñe las preferencias de política económica alude a la inflación. Si bien se trata de un problema padecido transversalmente por ambos lados de la grieta, y enfatizado como preocupación pública con énfasis equivalente, a la hora de identificar las causas de la inflación (y de allí el camino de su rectificación), las opiniones divergen. La mitad de los votantes del FdT señala los “abusos de los empresarios” como la principal causa de la inflación, mientras que 1 de cada 2 votantes de JxC atribuye el fenómeno a la “emisión monetaria” y al excesivo gasto público.
Economía y estabilidad institucional
La polarización de la sociedad argentina es, al menos, doble: política y económica. La mejor manera de conocer qué opina una persona sobre los problemas económicos del país es saber a quién votó. El eje de las diferencias que revisamos gira en torno al Estado, sus capacidades, sus responsabilidades en los actuales problemas económicos y su rol a futuro. Para los votantes del FdT, el Estado es la clave para arreglar un país que es esencialmente percibido como desigual; para los votantes del JxC el Estado y sus impuestos condenan al país a la pobreza.
Es tal vez por esta razón que existe una íntima correspondencia entre oferta y demanda electoral. Es decir, las orientaciones discursivas y programáticas de las dos coaliciones políticas “se parecen” bastante al contenido ideológico que manifiestan sus simpatizantes. El empate hegemónico de Portantiero nos condena entonces al péndulo de Diamand: dado que las dos coaliciones tienen chances ciertas de conducir los destinos del país, ambas están presionadas a la hora de gobernar por mostrar resultados rápidos y contundentes para evitar el futuro recambio. Esa premura por los resultados suele conspirar contra la dinámica económica que, a posteriori, sufre las oscilaciones del péndulo al calor de la alternancia en el gobierno.
Por otro lado, cada una de las dos coaliciones tiene una marcada coherencia ideológica interna: no hay un solo “núcleo duro”, sino que hay dos, con cosmovisiones y posiciones ideológicas absolutamente contrapuestas. Si bien el Estado puede ser un punto de encuentro, la vieja imagen de una sociedad que abraza universalmente un “consenso estatista-igualitario” requiere ser rectificada y reemplazada por una caracterización que dé cuenta del hecho de que el campo estatista-igualitario compite contra un muy articulado (social y políticamente) campo meritocrático-antiestatista.
En definitiva, la sociedad argentina está atravesada por un intenso antagonismo ideológico. No parece conveniente negarlo bajo engañosas fantasías de armonía. En las actuales condiciones, si las dos coaliciones se “sentaran en una mesa y se pusieran de acuerdo”, resulta difícil pensar que ese acuerdo disolvería las contradicciones ideológicas que estructuran la opinión pública argentina.
Desafortunadamente, la pandemia acentúa el conflicto ideológico, multiplica la fragilidad y configura ánimos sociales inflamables. Pero, afortunadamente, nuestro sistema político ofrece alternativas que traducen las orientaciones dominantes del desacuerdo ideológico nacional, provocando en la esfera política e institucional la estabilidad democrática de la cual carece la economía. Paradójicamente, tal vez Argentina sea uno de los países más estables de la región a nivel social y político en parte como consecuencia de su “inestabilidad” económica: cada una de las coaliciones sabe que la vía electoral es la manera más eficiente para mover el péndulo de la economía en el sentido opuesto. El desacuerdo goza de buena salud, al igual que la política.
Emmanuel Alvarez Agis es economista y Director de PxQ Consultora.
Ignacio Ramírez es sociólogo, consultor político y Director del Posgrado de Opinión Pública de FLACSO
WC