Las palabras hacen. Las amenazas performan. Sobre todo cuando se dan en forma simultánea con los hechos que las confirman.
Decir, por ejemplo, terrorismo, desde el gobierno (el máximo poder del Estado que el propio gobierno denosta, vaya contradicción), aterroriza. Decir golpe de Estado golpea. Todo eso, además, genera paranoia. Sabemos que detrás, la intención es llevar a cabo un plan económico que busca la dolarización a cualquier costo, el extractivismo salvaje y la entrega.
Sumado, además, al hecho de que mientras dice eso el Presidente de la Nación, lo ejecuta: aterroriza, golpea desde el Estado. Desde los brazos armados del Estado, con violencia, encarcela personas probadamente inocentes con cargos falsos e hiperbólicos: presunta conspiración terrorista internacional. Es un rulo complicado: el Presidente que se autoadjudica una representación protagónica a nivel mundial de las ideas de ultraderecha libertaria, contra lo que él ve como una amenaza marxista en la que engloba a casi todo el resto del arco ideológico que no le da la razón, a través de argumentos irracionales y de expresiones insultantes que pegan en el corazón y al mismo tiempo generan adherencias masivas. Así, establece un realineamiento internacional de la Argentina atacando a los países que también acusa de marxismo, en una visión maniquea ad hoc.
Mientras su ministra de seguridad, a quien hace no tanto insultó por un pasado terrorista de graves cargos inventados y luego convocó a su gobierno en un ministerio clave, defiende y se fotografía con Bukele, el creador del modelo punitivista más cruel y regresivo en la región.
¿Y por redes cómo andamos? No por nada se habla de ejércitos de trolls, omnipresentes en la agresión a todos esos zurdos que hay que destruir.
Si no fuera real, parecería una ficción distópica pura.
De este modo, el gobierno vuelve a agitar los fantasmas del pasado. Y lo hace simultáneamente con fuertes, inéditas, acciones represivas, que dejan inerme a una gran cantidad de población. El terror, se sabe, paraliza. Mientras, dentro del Senado, se aprueba la ley de Bases.
Son presos políticos
Se escucha y se lee que las detenciones en la marcha contra la Ley de Bases el miércoles 12 de junio fueron hechas al “voleo”. Personas apresadas fuera de las columnas, es decir, que no estaban participando en ninguna organización, detenciones random: un chico que viene del gym y baja en una estación de subte cercana al Congreso, una chica que le sacaba fotos al evento, un vendedor de empanadas con su hija y su nieta, un vendedor de choripán, una profesora de historia, una estudiante de Letras y otra de antropología de universidades nacionales del GBA, un docente ambientalista, un músico. El voleo transversaliza socialmente la caza arbitraria y con eso logra un objetivo adicional en el amedrentamiento: cruzar el tejido social en todas sus variables (género, clase, generación, etcétera) y generar daños físicos y psíquicos en las personas apresadas sin causa, o con causas inventadas, y también provocar terror en la sociedad.
Al cierre de esta nota, todavía quedaban cinco personas presas (la única mujer, una lesbiana) de las 34 que fueron detenidas en forma violenta. El pedido del fiscal Carlos Stornelli para volver a apresar a 14 liberados, el encarcelamiento en cárceles comunes y la falta de pruebas, que no incluye al que le prendió fuego a un auto de Cadena 3, un medio de comunicación (por si no se entendió el mensaje de no vayan a las marchas). con sospechas de haber sido apañado por las propias fuerzas, suman al claro objetivo aleccionador del final de una marcha que agita otros fantasmas: los 90 de las marchas blancas de docentes pacíficas hasta los desmanes finales provocados por infiltrados o el 8 de marzo de 2017 de Macri, cuando también fueron apresadas mujeres sin motivo aparente.
En ese marco, los detenidos devienen presos políticos aun cuando no estuvieron en la marcha bajo las columnas de los partidos, todos zurdos en la nueva dialéctica mileísta. No solo, en una decisión sin precedentes, son enviados a cárceles comunes, sino que reciben torturas de distinta clase, como bien cuenta Irina Hauser en esta nota donde recoge testimonios de liberados: https://www.pagina12.com.ar/745372-la-violencia-represiva-siguio-en-las-carceles?s=08.
Pero esta política encuentra algunos escollos en el periodismo, en el propio Congreso, en la Justicia, en un pueblo resistente, en fin, en los instrumentos de la democracia que el presidente y su equipo parecen denostar.
¿Quién hace terrorismo, quién golpea al Estado? ¿Quién quiere hacer tambalear la democracia?
Se sabe: la Argentina no está sola en el proceso de derechización. Miremos Europa. En los últimos días, los futbolistas franceses llamaron a votar contra la ultraderecha, a partir del adelantamiento insólito de las elecciones parlamentarias en Francia por parte del presidente Emmanuel Macron y que dan ventaja a Marine Le Pen. Consciente de su popularidad, el jugador de la selección francesa, Kylian Mbappé dio, en ese sentido, un mensaje fuerte. Así, devino un deportista político, como lo fueron Muhammad Alí o Diego Armando Maradona, que tanto extrañamos hoy.
El ensayista francés Raphaël Llorca publicó el 16 de junio una columna en Le Monde donde critica la decisión de Macron de disolver la Asamblea Nacional y adelantar las elecciones legislativas. Algunos conceptos pueden servir, salvando las distancias, para pensar lo que está ocurriendo en Argentina. Escribe el autor: “La prensa extranjera, incrédula, llegó incluso a preguntarse: ¿se ha vuelto loco el presidente francés? No nos perdamos en conjeturas sobre su estado mental: en política, las explicaciones psicologizantes a menudo delatan una incapacidad para comprender lo que está sucediendo.”
¿Qué pasaría si cambiamos el gentilicio que acompaña al presidente por argentino? El loco de libro, el psiquiátrico de Jorge Asís, el falto de lengua madre de Elisa Carrió, son diagnósticos arriesgados. El propio Asís dijo, en un programa de TV: “Milei no es tonto ni es loco”. ¿Entonces? Sin embargo, Llorca propone no descuidar el abordaje psicológico, no ya del personaje sino del momento político. “... Si lo pensamos bien, el Presidente de la República ha llevado a cabo lo que se podría llamar un ‘golpe de Estado psicológico’ [....] Es en el nivel simbólico donde la expresión adquiere todo su significado: el golpe de Estado psicológico es un acto político con una fuerza tan desestabilizadora que es capaz de provocar una forma de neutralización mental. Produciendo primero un fuerte sentimiento de irrealidad: ¿el acontecimiento realmente tuvo lugar o lo soñé? ¿Qué episodio me perdí para encontrarme en medio de una película de la que no entiendo nada?”
Llorca dice que la contrapartida de este sentimiento de irrealidad es un choque hiperrealista de efectos perversos que le permiten, a quien realiza estos actos de discurso performativos, mantener una ventaja sobre la oposición y capitalizar el Estado. “La consecuencia es hundir el campo político en lo que podría describirse como psicosis política. Clínicamente, la psicosis se describe como una pérdida del sentido de la realidad, una alteración grave del pensamiento lógico.”
El ensayista se pregunta, y nosotros podemos preguntarnos con él: “Esta ventaja competitiva psicológica no deja de plantear preguntas: ¿no es probable que perturbe la igualdad de condiciones para el ejercicio de la democracia?”
Esperemos que no.
GS/MF