COLUMNA NÓMADE

Good bye, Flash

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Murió Flash. Ese mensaje tenía en mi teléfono. Me lo dejó su hermano, mi amigo Duncan. Flash se llamaba Víctor, pero le decíamos Flash porque vivía desde hacía 30 años en Estados Unidos y cada vez que pasaba algo acá, en Buenos aires, por ejemplo cuando Duncan se enfermó y tuvo que pasar una semana internado, Flash llegó antes de que le avisáramos. Y cuando murió Laurita, la mamá de ambos, también llegó de golpe, es que viajaba a la velocidad del sonido.   

¿Cuándo empezó a escuchar el sonido Flash? Cursaba quinto grado en un colegio de Ramos Mejía –el mismo colegio, como me dijo una tarde– en el que se conocieron sus viejos. Ahí entró en la banda musical del colegio. “Al principio querían que tocara el violoncello, pero a mí me gustaba la trompeta”. ¿Por qué? Porque el papá de Flash, que era arquitecto, en sus años mozos había tocado una trompeta y este instrumento antiguo estaba en la casa familiar. Flash lo agarró y empezó a tocar y no paró nunca. Así que a los 16 años dejó el secundario y se puso a tocar en los piringundines de la ciudad. “Tocaba sobre todo Chet Baker y Ella Fitzgerald”, me dijo una tarde sentados en el balcón de la casa de su madre. Hacía calor y Flash tenía puesta una camisa hawaiana roja, así es como lo recuerdo siempre. Tal vez porque el rojo es el color del traje de Flash, el héroe de Ciudad Central .  

Cuando Flash –que es un nombre bastante cercano fonéticamente a jazz–  empezó a tocar en Buenos Aires, el jazz estaba dividido entre el tradicional y el moderno. El de orquesta de los años 20 y 30 y el bebop de la posguerra. En ese entonces Flash empezó a hacer una vida de músico. Ganaba como para mantenerse, pero –me explicó– “para mi novia de ese entonces y para mí mamá esa era una vida de vago”. Los viernes y sábados tocaba en el Tortoni, pero lo que él quería era irse a estudiar a Berklee. Así que juntó 180 dólares y se las tomó. Primero compró un pasaje a Río y estuvo tocando en donde podía, como bandas de salsa, hasta recalar en Estados Unidos donde haría toda una vida de músico.  

Estos días estuve escuchando a Flash tocar la trompeta en internet. Era genial. Si bien lo vi pocas veces en mi vida, Flash tenía esa potencia de los jugos concentrados, estar un rato charlando con él era algo que te duraba después mucho tiempo. Le decíamos “el Duncan bueno” –creo que Duncan también pensaba que Flash era el bueno– porque tenía una amabilidad y una sonrisa hermosa. También se la pasaba hablando sin parar, como si las cosas que te contaba fueran solos que sacaba con su trompeta: Flash hablaba con todo el mundo. 

Me acuerdo cuando apareció en el marco de la puerta del hospital donde estaba Duncan en la cama y yo sentado en la ventana. Empezó a hablar de múltiples temas que iba entrelazando como en una zapada. Me hizo acordar a un personaje que describe Henry Miller en Sexus, un tal Arthur Raymond, que vive en la misma casa con Miller y su mujer, Mona, y que cuando la pareja se metía en la cama para dormir, Raymond aparecía en los costados de la puerta para hablarles. Miller apenas le contestaba, pero Raymond era una fuerza de la naturaleza, un torrente como el Niágara que baja a toda velocidad erosionando las piedras que están debajo de la gran cascada. Flash te pulía con su labia, después de hablar con él eras más luminoso, te convertía con su parloteo en una piedra preciosa.  

Un día hizo un solo increíble contándome cómo se había puesto a hablar con una mujer en el restaurant del hospital donde estaba Duncan, de ahí pasó a sus días en una residencia para músicos en Estados Unidos y de ahí a una noche en la que, a través de Bernardo Baraj tocó en la banda de Luis Spinetta. Esa noche –me dijo– se cortó la luz mientras tocaban y todos siguieron con los instrumentos no eléctricos y Spinetta hizo subir a Del Guercio al escenario para cantar a capella Muchacha ojos de papel. Fue increíble, según Flash.   

 Los músicos saben algo que nadie sabe. Es como un secreto esotérico. ¿Cómo tocaba Flash? Tocaba con alegría y virtuosismo. Cuando terminaba sus solos, marcaba el ritmo de la banda con el pie. Hasta que, misteriosamente, volvía a entrar. ¿Cómo sabía cuándo tenía que hacerlo? ¿Cómo sabía dónde terminar?  

Toques lo que toques, te creas mil o cero, todos en definitiva somos bandas soportes del misterio. Eso lo aprendés cada vez que algún ser querido sale de stock.   

En un libro hermoso en el que Mario Montalbetti analiza un poema de Blanca Varela, el ensayista se pregunta cómo esta poeta tremenda pudo escribir versos como este: “en el más crudo invierno”, ya que es un lugar común. Tal vez, pienso, algo de lo que hacen los poetas es recuperar las frases hechas y darle una nueva vida en esta tierra para que los mortales las volvamos a usar. Por ejemplo, recibí el mensaje de la muerte de Flash en el más crudo invierno.  

FC/DTC