Una de las más viles y exitosas campañas para manchar la reputación de tan antigua república como la Confederación Helvética, nacida en 1291, es la que ha impuesto el lugar común de que “Costa Rica es la Suiza de Centroamérica”. Esta denuncia anotó Graham Greene en su diario, un día gris que visitó San José, la capital nacional. Se puede leer en su testimonio Descubriendo al general Torrijos (1984), que publicó para celebrar su cumpleaños número 80. Para el novelista inglés de izquierda, católico y anticolonialista, provocador y amigo de Victoria Ocampo, a quien dedicó su novela El cónsul honorario sobre las guerrillas de los '70, entusiasmado con el militar populista Omar Torrijos que había presidido en Panamá la recuperación nacional del Canal de manos norteamericanas, la suave democracia oligárquica desmilitarizada que era la culminación de la historia política costarricense era un fruto mediocre y desabrido.
La neutralidad internacional suiza, bajo la mirada del rojo Greene, resultaba incomparable, y aun contrapuesta, a la costarricense. Porque a los ojos de este defensor de todas las luchas anti-yanquis latinoamericanas, de Haití al Paraguay, la renuncia de Costa Rica a financiar un Ejército, la decisión tomada por el Ejecutivo en 1948 de ser el primer país del hemisferio occidental sin FFAA, no significó un airado desafío de autonomía nacionalista. Al contrario, se veía garantizada, gracias a un pacto de seguridad ante amenazas y hostilidades exteriores, con EEUU. El hijo del presidente neutralizador, también ex presidente, es uno de los 25 candidatos en las elecciones costarricenses del domingo; según los sondeos ninguna fórmula presidencial se impondrá en esta primera vuelta, cuando al menos un tercio del padrón de 3,5 millones de votantes aún no tiene intención de voto ninguna. Un pastor evangelista, solista de música cristiana, que en 2018 fue derrotado sólo en el balotaje, espera merecer el mejor premio en 2022, pero las encuestas no le profetizan al predicador bíblico y político derechista Fabricio Alvarado la segura salvación en la que confía.
El novelista inglés, que vivió los últimos años de su vida en Vevey, la sede de Nestlé, a orillas del lago de Ginebra, en la región suiza calvinista y francófona, también podría haber encontrado peculiares algunos rasgos de la vida urbana de Costa Rica. Las puertas no tienen números, ni las calles tienen nombre. Esta anonimia tradicional, de comunidad arcaica, está impregnada del poso de siglos de historia local. Algo semejante ocurre en la vecina Nicaragua. Tiene su costo económico. Cuando una década atrás investigó por última vez esas pérdidas la división de Logística de Correos de Costa Rica, estimó que ascendían a 720 millones de dólares anuales.
El servicio postal, sin embargo, es eficiente en Costa Rica. Sólo una carta de cada veinte regresa su remitente por no haber podido localizar el correo cuál era su efectivo destino. Y muchas empresas norteamericanas hacen envíos puerta a puerta a Costa Rica pero no a México, que tiene un ordenado sistema de nombres y números en sus calles y ciudades, pero unas normas y conductas aduaneras que en EEUU encuentran mañosas.
En 2005, el gobierno ordenó la nomenclatura de las calles en los 82 municipios del país. Hay que decir que el programa no fue favorecido por el entusiasmo local, y sólo el 30% de las autoridades municipales colaboraron en este plan. Y aun donde lo hicieron, la población no adopta el nuevo sistema, y prefiere el anterior: a unos doscientos metros de donde hacen los mejores chifrijos (el plato nacional de cerdo y frijoles), detrás de la casa pintada naranja y añil, al lado de tal o cual árbol. En los dos últimos años, con la pandemia, el contento con el sistema antiguo pudo acaso decrecer. Al principio, cuando en tiempos de covid-19 el delivery era rey, la comida llegaba tibia o fría. Pero al tiempo cada negocio supo entender el domicilio de cada cliente. Una contingencia más grave es, desde luego, la de las llamadas pidiendo asistencia policial (Costa Rica no ha renunciado a sus Fuerzas de Seguridad), en el momento mismo en que las víctimas están sufriendo la comisión de un delito.
En la cercana república centroamericana de El Salvador, el bitcoin cumplió cinco meses como moneda legal del país. En septiembre, una ley del Congreso en San Salvador declaró obligatoria la aceptación de la criptomoneda como obligatoria junto al dólar: de las dos monedas salvadoreñas, la virtual y la física, ninguna es de fabricación propiamente nacional. Más de la mitad de la población bajó la aplicación Chivo Wallet, que venía con 30 dólares acreditados en la cuenta, a sus smartphones. De estos 4 millones, 2 se quedaron con esos treinta dólares, y nunca más usaron la aplicación. Estos días, el bitcoin se ha desplomado. El FMI ha recomendado dar marcha atrás, y abandonar a la criptomoneda; El Salvador necesita 1400 millones de dólares para el pago de su deuda. Edmund Snowden exclamó: ¡el Fondo tiene miedo! El presidente salvadoreño Nayib Bukele sostiene un relato épico de lucha contra el dólar a través de alternativas y de modernización del país, el apoyo de un militante de la transparencia no pasó desagradecido. La cruzada contra el capital, sin embargo, corre el riesgo venenoso de todas las intoxicaciones míticas. La economista salvadoreña Tatiana Marroquin lo ha resumido así: “Nayib Bukele tiene dos funciones y una de ellas es ser este cripto evangelista. Hay que aceptar que es un influencer de Bitcoin en el mundo. Pero también de casualidad, es el presidente de El Salvador. Entonces, un presidente si recibe este informe de ciento catorce páginas, se sienta con sus técnicos, lo analiza y se da cuenta de que nada de lo que ha pasado por el momento se viera afectado por esta recomendación del Fondo Monetario y fácilmente aceptaría la recomendación. Un cripto evangelista sabe que el quitarlo como moneda de curso legal pega mucho a esta narrativa épica de revolución en contra del capital financiero. Y me parece que ese meme o esa respuesta en Nayib Bukele nos está diciendo quién está gobernando El Salvador, si es un presidente o el cripto evangelista. Y bueno, es el cripto evangelista, desafortunadamente”.
Un cientista político norteamericano había dicho -era un cumplido- que Costa Rica era como el estado de Iowa, pero en América Central. Una democracia sin interrupciones desde 1949, sin embargo puede mirar con añoranza al tiempo en que Greene encontraba desabrido a ese país con pocos indios que inició su destino exportador cuando el 1833 zarpó rumbo a Liverpool el barco que cargaba 978 quintales de café. Hoy los ticos ya no miran con superioridad a sus vecinos. El país del Premio Nobel de la Paz, el ex presidente Oscar Arias, sabe que Panamá es más rico, y Nicaragua menos inseguro. Y un evangelista, no un criptoevangelista, fue quien ganó la primera vuelta de las presidenciales pasadas, y busca ganarla otra vez.
AGB