En el calendario romano, “Idus de marzo” era el 15 de marzo, es decir hoy, jornada famosa por el asesinato de Julio César en el 44 a.C., aunque originalmente era un día de buenos augurios. Esa ponderación doble, muerte/vida, podría seguramente tener muchas más lecturas. Como ocurre con lo que está pasando en la Argentina. “Esto no se sostiene”, me dice mi amigo Fernando. “Podemos realizar todo tipo de análisis social o político, pero en democracia, cuando se atraviesan ciertos límites, todo análisis es superado por la propia realidad”.
La realidad es inabarcable y surgen verdades provisorias, algunas de Perogrullo.
No hay una, como tampoco una esencia argentina que justifique el maltrato social, sino una existencia dinámica, cambiante, transformable, aunque los tiempos personales no coincidan con los de la Historia y ésta no dependa sólo de la voluntad o el deseo de quienes queremos una sociedad libre, justa e igualitaria.
El concepto de libertad ha sido apropiado por un sector, y por lo tanto privado a los demás, en detrimento de las grandes mayorías y de las minorías molestas para el poder. Habitamos una democracia débil en un país “joven”, que ha vivido en muchos períodos bajo el signo de la violencia, con instituciones republicanas cuya representatividad está en cuestión. Por eso, la calle, el territorio, son el suelo común de los de a pie, entrelazados en el afuera de sus hogares. Desde el último miércoles, abrazados por la pasión común del fútbol, la gente (el colectivo) camina creativamente con los jubilados.
¿Se acuerdan cuando, después del primer partido (perdido) en el último Mundial, Lionel Messi pidió “confianza”? Y de cuando la Selección liderada por Lionel Scaloni regresó a la patria/matria?
No fue el “Síganme, no los voy a defraudar”, del ex presidente riojano, sino un equipo de compañerazos humildes pero conscientes del significado del triunfo, de su responsabilidad como team deportivo, reencontrándose con el pueblo al que pertenecen. Una Selección de fútbol cero mentirosa, que pudo ganar la final de la copa del mundo merced a la disciplina y al respeto a su DT, un grupo humano amado por un país fiel, nada traidor. Los muchachos exhibiendo una forma distinta de juntarse, de liderar, de alcanzar el éxito, de producir goce y emocionarnos.
En aquellos días post Mundial tuve la sensación de que los cambios son posibles. Y en estas últimas jornadas lo revivo, aunque duele con profundo dolor el costo de vidas y heridos.
Recuerdo esos años bisagra para la vida común y para el periodismo que fueron los noventa, cuando emergió con fuerza el paradigma del yo. Recordé a Gilles Lipovetzky, el sociólogo francés que en su libro El imperio de lo efímero analizó cómo la seducción y la brevedad se convirtieron en los ejes de la organización social en menos de medio siglo. Y recuerdo, por supuesto, a la pionera Norma Plá quien, en 1991, abrió la práctica de cortar los miércoles la estratégica avenida Rivadavia, frente al Congreso de la Nación, anticipando el movimiento piquetero que llegó después. Norma murió de un cáncer de mama a la misma edad que tengo. En los programas televisivos de Mauro Viale y de Gerardo Sofovich, en esos tiempos de pizza con champán, los conductores y los panelistas se burlaban de ella. La lucha fue y es cruel y mucha, pero ¿quién dijo que todo está perdido? Eso es lo que nos quieren hacer creer mientras la sabiduría popular crece y toma nuevas formas más allá de los crueles y de los dirigentes cómplices, caducos y cobardes que no están a la altura.
“Voy a la cocina, luego al comedor, miro la revista y el televisor. Me muevo por aquí, me muevo por allá, Norma Plá a Cavallo lo tiene que matar”, dice la canción Señor Cobranza de Las manos de Filippi.
Cavallo, Domingo fue ministro de Carlos Menem y luego de Fernando De la Rúa, fue el tipo que estatizó la deuda externa privada durante los años del “Proceso”, salvando a los ricos de pagar.
La administración de Menem implementó políticas económicas como las privatizaciones masivas y un régimen monetario de convertibilidad con el dólar, diseñado por Cavallo. Fue, en democracia, un gobierno que supo cómo seducir y logró la reelección. El riojano acuñó esloganes (“Estamos mal pero vamos bien” y “Estamos en búsqueda de vida en el espacio, en planetas, en asteroides. En una de esas en los próximos cuatro años me dedico a hacer un curso de astronauta”) y estranguló las propiedades y las vidas de millones de argentinos mientras bailaba con las odaliscas. Su mirada era oscura, penetrante, sus ojos rojos. Creía que Sócrates había escrito textos (lo hizo Platón).
Antes, los gobiernos de facto que se sucedieron desde marzo del 76 + sus cómplices civiles y eclesiásticos, emplearon el terror para ejecutar una economía hambreadora. Una parte de la clase media y alta viajó al exterior a comprar espejitos de colores vía la plata dulce y tramposa.
“Los argentinos somos derechos y humanos”, fue la frase más famosa del dictador Jorge Rafael Videla, quien protagonizó durante cinco años una de las etapas más negras de esta tierra.
Milei no es ni uno ni el otro. Habla con sus perros muertos y tiene dificultades para mantener la calma. Antes de dedicarse a la política visitó numerosos programas de televisión con un confuso y carismático estilo transgresor, y una ignorancia funcional a las fuerzas hegemónicas que ayudaron a encumbrarlo.
Mucho se habla últimamente de la sexuación del poder: perversión, incesto, homosexualidad reprimida, zoofilia, fetichismo. Ningún pudor tuvo el presidente para poner en la vidriera los conflictos de relación con el padre y con la madre, tal como ocurre en la tradición literaria griega.
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. También que
se puede estar peor. Somos la sociedad ejemplar que juzgó a los comandantes y desconocemos nuestros límites para el aguante.
Este mes Memoria, Verdad y Justicia. Mujeres, trabajadoras, desaparecidos, chicos robados. No van a robarnos la alegría ni las ganas de amar.
Y no dejemos de cantar y bailar, como las mujeres con “todos los cuerpos” de Danzar y Conectar, donde estuve yendo a danzar con los últimos sábados con una chica del barrio de Flores que se llama Gisela Ferradás que después de criar a sus hijas retomó su pasión de la infancia y la adolescencia y la convirtió en una propuesta “para todos los cuerpos”, en distintas ciudades de América y de Europa. Son las aguas de marzo, el fin de la espera. Es el pie, es el suelo, es la marcha del camino.
LH/MF