Me proponía escribir acerca del fenómeno Luis Miguel, y no me refiero a la serie de diez conciertos, sino al fenómeno en torno a si es efectivamente él o no el que los da. ¿Es una característica argentina, la conspiranoia? ¿Somos desconfiados? Diría que sí, que sí somos desconfiados. Pero esto es otra cosa más. Es ya ni siquiera poder creer o confiar en lo que -aparentemente- estamos viendo. Por otro lado, me pregunto cuán importante es, en este caso, que esa persona en el escenario sea quien dice ser, me pregunto si no alcanza que lo pretenda, mientras la performance sea satisfactoria, no sé. Estos días me encontré preguntándome qué me resultaba más deprimente, si que el que daba los diez shows fuera el verdadero y único Luis Miguel, preso de su propia carrera desde hace cuarenta años, o que se tratara de uno o varios dobles mientras él descansa, vivo o muerto, en otro lugar. Ambas me deprimen, la primera sin duda un poco más.
Pero, por supuesto, todo esto de Luis Miguel sí o no, que nunca fue importante, dejó de serlo por completo tras el asesinato de Morena llegando a la escuela, un horror. Una historia tan triste y previsible que nos vuelve a todos cómplices. Reconsidero mi voto por primera vez en meses. Me pregunto si alguno, alguna persona, detrás de estos proyectos de gobierno, si algunx cree de verdad que las cosas, o algunas de las cosas, sobre todo las más urgentes, puedan ser modificadas, aunque sea en el mediano plazo, o si los más visibles y poderosos sólo están hechos de cinismo y transa. No sé qué pensar, tengo la sensación de que constantemente me estoy vinculando con gente que piensa bien, con justeza, que actúa bien también. ¿Es realmente tan distinto en la esfera política? ¿En qué momento, a qué altura se deforma todo tanto en la carrera por el poder?
¿Qué pasa con el tejido social? ¿Cómo se compone? ¿Qué pasa cuando el ambiente se carga de negatividad? ¿Es verdad eso, es mentira? A mi es como si me paralizara.
Y también, de los directa o simbólicamente responsables casi no oí palabras de verdadera preocupación. La mayoría procuraba quedar lo menos involucrada posible. Con nada de empatía por el otro en su voz, con mucho del problema o la inconveniencia que le está generando ese otro que sufre, al que se le ocurrió morir o matar en un momento tan poco apropiado. Nunca entendí por qué un político no podía admitir en algún momento haberse equivocado, o decir que algo lo desbordó, o que no se lo vio venir o que realmente, no supo qué hacer. Es cierto que en lo concreto esa misma acción no modificaría nada pero por lo menos lo haría ingresar a la esfera de lo humano, y salirse de aquella abstracta de la especulación que pareciera comenzar a habitarse una vez trascendido cierto nivel de poder.
La semana pasada se llevó a cabo en Buenos Aires la Feria de Editores Independientes, una feria que no para de crecer, año a año, en cantidad de expositores, de libreros, de autores, de lectores. Más allá de su disposición un poco asfixiante, con mesas, libros y gente amontonadxs, no deja de ser un espacio, un reducto esperanzador: toda esa gente junta ahí, está junta porque le gusta leer y/o escribir. Pero sin duda leer. Por amor a los libros y a las palabras. Y nada más. Porque, de verdad, nadie de los que estamos ahí, pero nadie nadie, se llena los bolsillos con esa actividad, de verdad: nadie. Y sin embargo, todos ahí con esa maquinaria noble y enorme, por amor a leer. Libros. En papel. Entonces algunos escriben, otros editan, imprimen, publican, otros o casi todxs, leemos. Y nada más. Y leer sigue siendo un acto liberador, de imaginación, de empoderamiento, como ser en el mundo.
Y es cierto que ahora mismo parece o se presenta como un privilegio de élite, leer. Porque lo es. Pero justo justo justo sigue siendo una de las actividades más baratas y accesibles que hay. Incluso gratuitas si pensamos en las bibliotecas. Que las hay. En casi todos los barrios. Claro que primero hay que haber aprendido a leer, pero eso es otra cuestión. O quizás no, quizás no sea otra.
Ayer escuché que en la radio decían que otro problema es que ahora la gente lleva 50 o 100 mil pesos en el bolso, en referencia a los celulares, que son objeto tan preciado de robo, porque es fácil de robar, de vender, de volver a hacer circular.
Libro y celular podrían ser usados como dos modelos posibles de modos de interactuar con el mundo. No necesito enumerar los beneficios de cada uno. Entiendo también que resulte casi incomprensible para quienes ya nacen con pantallas en la cara y ese nivel de accesibilidad, pensar que acaso no sea tan imprescindible como parece. Pero el modo y el tiempo libro, purifican. Mientras que el modo y el tiempo teléfono inteligente, más que comunicar, intoxican y de modos impensados. No estoy en contra de la tecnología, no podría, sobre todo considerando que literalmente tecnología es un proceso, y no algo en sí mismo.
Es imposible oponerse a eso.
Contra lo que sí estoy es la aceptación implacable de ciertos cambios y usos que se imponen como si descendieran de una verdad mayor y no son más que la sumatoria de hábitos colectivos que ya nadie vuelve a mirar/ cuestionar.
Dice Laura Taffetani en este mismo diario, en una de las notas más lúcidas que leí en estos días:
“No es muy difícil reconocer que detrás de los asesinos de Morena está la mano siniestra de un capitalismo sin rostro que omite generar lo humano. Ni la condena, ni la cárcel servirán para cambiar las condiciones en las que se generan estos hechos tan tremendos. Lo realmente difícil es qué estamos dispuestos a hacer que pueda ayudar a devolver a la historia el aliento, la libertad y la palabra.”
Este es el artículo completo:
https://www.eldiarioar.com/opinion/morena-mano-siniestra-capitalismo-rostro_129_10439948.html
Hace tres años los aviones dejaron de volar de un día para el otro. Y algunos animales recuperaron las ciudades. Creo que pueden existir los cambios intempestivos y poderosos, también para el lado del bien. No quiero pensar que no. Creo en la responsabilidad de cada unx, de actuar de modo sustentable y empático y sobre todo de no ser arrasado por los cínicos, porque el todo está compuesto de cada una de nuestras partes y lo que haga cada unx de nosotrxs sí que importa.
“En nuestras manos se encuentra la oportunidad para dar vuelta el curso de la historia”, dice Taffetani en su artículo y, para mí, tiene razón.
RP