Esta semana se conoció el dato de inflación de abril: 4,1%. De esta forma, la suba de precios acumuló 17,6% en lo que va de 2021, el peor arranque desde 2016, cuando, devaluación y ajuste de tarifas mediante, esta variable había alcanzado 18% en los primeros cuatro meses del año. Un muy mal comienzo.
Si la inflación del primer cuatrimestre se extendiera durante el resto del año, terminaríamos por encima del 60%. Sin embargo, las proyecciones del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del Banco Central arrojan números más parecidos al 45%. Para que esto suceda, la suba de precios debería promediar 2,7% mensual entre mayo y diciembre. Nada fácil, pero tampoco imposible. Lo que sí ya quedó definitivamente en el olvido es la meta del 29% planteada en el Presupuesto 2021: para lograrla, la inflación debería ser de 1,2% entre mayo y diciembre. En la misma línea, también es seguro que la inflación se acelerará este año: debería promediar 1,8% en los próximos meses para estar por debajo del 36% alcanzado en 2020.
Sin embargo, los números agregados no son el único problema. Por caso, los alimentos volvieron a crecer por encima del nivel general en abril (+4,3%), acumulando un alza de casi 19% en los primeros cuatro meses de 2021. Pensando en la relevancia de este capítulo en el bolsillo de los sectores de menores recursos, la situación se vuelve más preocupante todavía. Con salarios -y prestaciones sociales y jubilaciones mínimas- que aumentan por debajo de estos rubros, será muy difícil reducir significativamente la pobreza en este año electoral. Pandemia mediante, este objetivo quedará, en el mejor de los casos, para la segunda mitad del mandato de Alberto Fernández.
Si se cumpliera el 45% del REM, la inflación de 2021 se parecería bastante a la de 2018 y 2019 (47,6% y 53,8%, respectivamente). Sin embargo, solo lo haría en apariencia. Mientras que en la segunda parte de la gestión Cambiemos esta variable se aceleraba por la corrección de precios relativos, es decir, por la devaluación y el ajuste de tarifas de servicios públicos, al momento esos precios se están atrasando: tanto el dólar oficial como las tarifas vienen creciendo por debajo de la inflación. Si no hay reservas, y no se quiere agrandar el déficit fiscal -algo lógico-, es probable que el tipo de cambio y los subsidios exijan ajustes en el futuro, especialmente una vez pasadas las elecciones. Por lo tanto, si en 2018 y 2019 la aceleración inflacionaria era a cuenta de subas futuras, ya que los atrasos se corregían, en 2021 está generando más inflación para los meses venideros.
Para evitar este desenlace, será clave que las reservas netas ganen sostenibilidad. En la actualidad, éstas rondan los U$S 6.500 millones, registrando un avance del 30% desde que empezó el año. Si bien este dato es positivo, está muy influido por factores estacionales: entre marzo y julio, sale la cosecha gruesa -soja- aportando divisas. Por el contrario, al comparar el número con mayo 2020, se observa una caída del 40%. No obstante, dado que en agosto llegarán alrededor de U$S 4.400 millones producto de la asignación de Derechos Especiales de Giro que realizará el FMI a sus países miembros, las reservas netas podrían superar los U$S 10.000 millones, volviendo a los niveles de mediados del año pasado.
Sin embargo, no solo están los ingresos: también hay gastos. Por ahora, el Tesoro tiene que pagarle U$S 2.400 millones al Club de París antes de julio. En un contexto de nulo financiamiento externo para nuestro país, este pago debería realizarse con reservas, que de esta manera volverían a los niveles de diciembre de 2020. Para peor, la temporada alta de las exportaciones habría pasado y el Banco Central debería prepararse para la temporada baja, aumentada por elecciones -sinónimo de compra de dólares oficiales y paralelos para ahorro-. Si a esto le sumamos los vencimientos con el FMI (casi U$S 5.000 millones entre agosto y diciembre) los números no cierran. Y si los números no cierran, la devaluación se vuelve inevitable.
Conscientes de esto, Alberto Fernández y Martín Guzmán estuvieron en Europa durante la última. Durante el viaje, se reunieron con los líderes de Portugal, España y Francia, entre otros. Además, el Presidente se entrevistó con la directora general del FMI y el ministro le mandó una carta a su par galo, titular del Club de París, pidiéndole posponer el vencimiento del 31 de mayo próximo. Al momento, no hubo novedades concretas de esta gira, pero sí un mayor diálogo y algunos rumores -y reacciones de los mercados financieros- que dejan entrever que la negociación podría llegar a buen puerto: la mejor noticia posible para las reservas del Banco Central, que podrían sortear el 2021 sin una devaluación -que re-acelere la inflación- so pena de una reestructuración con los organismos multilaterales de crédito.
En este marco, la pregunta clave es qué tendrá que ceder nuestro país para lograr el acuerdo. La primera opción, cantada, es un sendero de convergencia fiscal: para relajar los vencimientos de corto plazo, el FMI pedirá, de mínima, una reducción del déficit. En segundo lugar, podría exigir ciertos objetivos monetarios y limitar las intervenciones del Banco Central en el mercado de cambios, tal como hizo en 2018. A juzgar por la mala experiencia reciente, podrían ser más flexibles en este punto. La pregunta entonces es si el Gobierno estará dispuesto a flexibilizarse en el primer punto. Por ahora, parece difícil. Peor que un ajuste fiscal en un año electoral es una devaluación.
Economista jefe de Ecolatina.
WC