Va a automatizar nuestras tareas, escribir nuestros textos, analizar millones de datos, traducir en segundos y darnos mejores respuestas. Todo eso y mucho más escuchamos en las últimas semanas sobre los cambios que la Inteligencia Artificial traerá a nuestro futuro. Y cuesta terminar de imaginar cómo van a ser los distintos trabajos con la integración de esta herramienta. ¿Cómo será escribir textos o leerlos, sin saber si detrás está la intención de un humano de expresar algo o si es el resultado del ejercicio predictivo de una nueva tecnología?, ¿o cómo será el trabajo de investigación si existe la posibilidad de revisar y resumir enormes cantidades de estudios y de información? ¿Y el trabajo de los programadores? ¿O de los médicos? Si la inteligencia artificial cumple aunque sea una partecita de las posibilidades que hoy se vislumbran, nuestro futuro podría ser muy distinto. Quizás nuestro pasado también.
Una de las áreas en la que la inteligencia artificial avanzó más rápido en los últimos meses es en la generación de imágenes. Pasó de caras distorsionadas y deformes a rostros hiperrealistas. Las imágenes que circularon en las que Donald Trump supuestamente estaba siendo arrestado, o en las que el Papa Francisco usaba una campera blanca, no engañan a un ojo súper entrenado, pero vistas al pasar son muy creíbles. Y eso podría afectar nuestro pasado. ¿Qué pasa si vemos fotos de cosas que no ocurrieron?
Los que tienen fe en su memoria podrían pensar que poco importa, que podrán descartar rápidamente una foto de algo que saben que no ocurrió porque no tienen recuerdo de que haya pasado. Pero nuestra memoria es muy frágil. No hay que llegar hasta las películas de ciencia ficción para pensar que una foto puede implantar falsos recuerdos.
De hecho, es lo que hicieron un grupo de investigadores en Nueva Zelanda. Tomaron a un grupo de voluntarios a los que les presentaron varias fotos de distintos hitos que habían ocurrido durante su infancia, solo que entre ellas había una falsa, que estaba manipulada para que apareciese la persona de niño arriba de un globo aerostático (al parecer es algo relativamente común en Nueva Zelanda). A partir de ahí les hicieron una serie de entrevistas en las que les pedían que contaran lo que recordaban de esas experiencias. Cuando llegaban a la del globo, lógicamente los participantes no la recordaban. Entonces los guiaban, diciéndoles que trataran de visualizar el momento, dónde podría haber sido o con quién podrían haber estado. Poco a poco muchos participantes fueron “recordando” el momento, “si creo que mi mamá se quedó abajo y nos tomó la foto”. Al final, la mitad de los participantes decía recordar algo que nunca había pasado.
El caso tiene algunas particularidades, como que se trata de recuerdos de la infancia, un período del cual no solemos tener recuerdos tan precisos y por lo tanto puede ser más fácil implantar algo falso. Pero a la vez se trata de algo que le ocurrió a la persona, parte de su propia vida. ¿Qué podría pasar con hechos menos cercanos, cómo eventos públicos o históricos?
Un estudio que se hizo en los Estados Unidos nos puede dar una pista. Allí hicieron una encuesta online a miles de personas y les preguntaron entre otras cosas cuál era su posición política. Luego les mostraron una serie de fotos de eventos políticos, y entre ellas, colaron algunas imágenes de cosas que jamás ocurrieron, como una foto del entonces presidente Barak Obama estrechando la mano del Presidente de Irán, o una del ex presidente George Bush divirtiéndose con un jugador de baseball justo después de que el huracán Katrina arrasara con la ciudad de Nueva Orleans. Ninguna de esas cosas ocurrió, pero entre los demócratas una proporción mayor creyó “recordar” la foto de Bush, y al revés con los republicanos, entre quienes era más probable que “recordaran” la de Obama.
O sea que podemos recordar cosas que nunca ocurrieron cuando se alinean con nuestra postura o se trata de recuerdos de infancia. Pero no pasa sólo en esos casos. Nuestra memoria no es una caja cerrada donde guardamos los recuerdos que cada tanto abrimos para sacar un par y volverlos a guardar. Nuestros recuerdos cambian con el tiempo. Por ejemplo cuando los compartimos con otra persona que también los vivió. Cuando charlas con tu amigo con el que te fuiste de viaje, y te habla de cosas que no tenías presente, empezás a modificar tu propio recuerdo. Pero, incluso, el recuerdo puede cambiar según cómo pensás en él y el momento en el que estás ahora.
En una investigación que se hizo sobre esto, le mostraron a un grupo un video de un accidente entre dos autos. Luego les preguntaron cuán rápido iban. Pero la frase que usaron para formular la pregunta afectó la respuesta: cuando les decían “cuán rápido iban antes chocar”, las personas respondieron con velocidades más altas que cuando les preguntaron “cuán rápido iban antes de entrar en contacto con el otro auto”. Y una semana después cuando les preguntaron si había vidrios rotos en el accidente, quienes escucharon “chocar” en la pregunta tenían más tendencia a decir que sí. La imagen que genera la palabra chocar afecta la forma en la que recordamos lo que pasó.
Nuestra memoria es mucho más maleable de lo que solemos pensar. No es una grabación, sino algo que se va construyendo con otros y modificando con el tiempo. Si a todo esto le sumamos la posibilidad de tener imágenes creadas con inteligencia artificial de cosas que nunca ocurrieron, ya sea sobre eventos de nuestra vida o de la historia ¿podrá cambiar cómo recordamos nuestro pasado?
OS