No sé nada de campañas electorales. Entiendo que hay maestrías en “comunicación política” y empresas que cobran por enseñar a mentir mejor. También que hay coaches que entrenan a los candidatos, les dicen cómo vestirse, como mirar a la cámara. Hay consultoras que cobran por armar una agenda de prensa y entregar sobres a periodistas. Otras que preparan campañas positivas o negativas en las redes sociales con sus fake news y humillaciones públicas. Hay, desde luego, grandes grupos económicos que obtienen muchos favores por blindar a tal político o difamar a otro en los medios radiales, televisivos, gráficos y digitales. También hay encuestas y focus grups que indican que se puede decir y que no.
Está claro que alguna influencia tienen, sobre todo en el corto plazo, pero me gusta creer que es cierta la frase de Lincoln “Se puede mentir a pocos, mucho tiempo. Se puede mentir a muchos, poco tiempo. Pero no se puede mentir a todos, todo el tiempo”. Pero, como les decía, no sé nada de campañas electorales. Toco de oído. Tengo fe en el Pueblo que camina superando obstáculos para encontrar su verdad, su dignidad, y que la voluntad general que describía Voltaire se expresa con mayor perfección en la lucha social, la organización comunitaria y el desarrollo cultural que en esas urnas manipuladas por la maquinaria sofística de la posverdad.
Sin embargo, también estoy convencido que la lucha político-electoral es una de las formas fundamentales para obtener profundos cambios sociales. Que en el Gobierno haya personas que prioricen los derechos de las mayorías por sobre los privilegios de ciertas minorías no es poca cosa. Que gobiernen personas que responden a un proyecto humano que rompa con las distintas formas de idolatría del dinero es fundamental. Se trata, desde luego, de una condición necesaria aunque, evidentemente, insuficiente. Cristina me dijo una vez que cuando se gana una elección apenas se obtiene el gobierno.
Es evidente que un proyecto político que se enfrente a los sectores de elite tiene mayores dificultades en lo que a “comunicación política” respecta. Además, una vez en el gobierno, existen estructuras estatales y para estatales que tienen más poder que los propios gobernantes. Esto permite que autopercibidos pragmáticos y profesionales de la política se excusen en la correlación de fuerzas para posponer algunas luchas inevitables para obtener las transformaciones necesarias. A veces se habla de cuidar la gobernabilidad, otras del costo electoral que supone pelearse con determinadas corporaciones o poderes globales. Más allá de las derivaciones éticas e ideológicas de tal postura, si miramos la historia argentina y latinoamericana reciente, vemos que en innumerables ocasiones enfrentar ciertos factores de poder tiene consecuencias dramáticas. Pero también hay muchos casos contrarios en los que el pueblo apoya masiva y apasionadamente a quienes se enfrentan con los más feroces poderes nacionales e internacionales.
Hace algunas semanas estuve por Gualeguaychu y encontré un caso que, a pesar de mi ignorancia sobre política electoral, me atrevo a señalarlo como un ejemplo clarísimo de que se puede enfrentar el poder real y ganar las elecciones. El intendente Martín Piaggio ganó en 2015 por apenas 209 votos de diferencia contra el candidato cambiemita Javier Melchiori, presidente de la Sociedad Rural local. Luego, tomó decisiones difíciles. Entre ellas, una medida de gobierno que tocaba uno de las fibras más sensibles de la elite sojera. Impulsó una ordenanza prohíbe fumigar y aplicar glifosato, incluyendo el uso, acopio y venta en todo el ejido de Gualeguaychú.
En 2019 le volvió a ganar con el 65% de los votos.
No sé nada de campañas electorales, pero el pueblo gualeguaychuense apoyó en las urnas a un joven médico que se enfrentó al poder real para cuidar la naturaleza y los derechos de las mayorías. Creo que en esas locuras está el germen para el desarrollo humano integral. En fin, me parece un ejemplo significativo, pero ya les dije, no sé nada de campañas electorales.
Y aún en mi ignorancia, me gusta ver que hay intendentes jóvenes como Piaggio que se le animan al poder real, a pensar fuera de la caja, a tomar medidas creativas que generan resistencia de elites prepotentes. Podría mencionar varios, de distintos sectores políticos dentro del Frente de Todos: Mayra Mendoza de Quilmes, Juanchi Ustarroz de Mercedes, Luciano Copete de Santa Rosa, Mariel Fernández de Moreno, Adrián Maderna de Trelew, Walter Vuoto de Ushuaia, Francisco Echarren de Castelli, Mauro Santiago García de General Rodríguez, casi todos menores de 40 años. Nombro solo a los que conozco y me vienen a la cabeza. Seguramente haya muchos otros y ojalá cada vez sean más. También hay intendentes más veteranos que entran en la misma línea pero no puedo evitar mi corporativismo generacional. Lo mismo podría decir de diputados y senadores, funcionarios de todos los niveles de gobierno, jueces y fiscales. Hasta tengo en la cabeza algunos nombres de jóvenes de la actual oposición. Pero no los voy a deschavar.
Espero que esta camada de jóvenes con coraje y valores no se deje disciplinar por las palizas virtuales, judiciales y mediáticas, por las reglas complacientes de la correlación de fuerzas, por el pragmatismo de la mera administración de la miseria existente. Que no caigan en la tentación de la ancha avenida del medio dónde transita el conformismo al ritmo que impone una la dinámica destructiva de este sistema y avancen sin miedo por el carril estrecho de la justicia social hasta que la multitud de hombres y mujeres de buena voluntad lo ensanchen todo lo que haga falta para alcanzar el destino que nuestro pueblo se merece y dejen una Argentina vivible a las futuras generaciones.