Mucha gente piensa que la gente hace piquetes porque eso es genial, porque tienen ganas, porque encuentran un placer estético, porque se divierten pasando frio o calor o mojándose y cortando el tránsito. Esa gente es la que sostiene el sistema perverso en el que siempre pierden los mismos. A esa gente es a la que hay que convencer, modificar, transformar.
El mes pasado se presentó el libro de Luis Oviedo, Historia del piquete en Argentina, y en el aula magna de la facultad de medicina se cruzaron en un debate candente varios dirigentes de los movimientos sociales: Juan Grabois, Eduardo Belliboni, Néstor Pitrola y Orlando Agüero, entre otros. Hubo cruce de fuego de acuerdo a cómo se estuviera cerca o lejos de la órbita de Cristina -el verdadero gobierno- .
Grabois es fan del Papa, pero no come vidrio. No se preocupa por el más allá, sino por el más acá. El cielo está arriba, el conurbano está abajo. La izquierda troska también se preocupa por el más acá, y si tiene algo metafísico, para decirlo de alguna manera, como Grabois con el Papa, es su incapacidad para hablarle al que tiene sus necesidades básicas resueltas, el cable, Netflix.
Pero si bien el poder siempre lo tienen, como cantan los Babasónicos, los salvajes de traje que nos quieren educar, está claro que para que este país cambie definitivamente los que tendrían que estar unidos, asumiendo las diferencias y permitiendo que éstas crezcan sin fisurar el frente, son los movimientos populares organizados, los que caminan la calle, los que están en posición de servicio por los demás y no sólo por la ecuación del poder por el poder mismo, como se pelea el rating en los horarios pico de la televisión.
En el pequeño tobogán de la plaza de mayo sube y baja el mismo poder. Como dijo Orlando Agüero, del Frente Darío Santillán, en el debate: “Si no nos organizamos el próximo gobierno va a ser del Macrismo”. Belliboni terminó el debate atacando a Grabois: “La única iglesia que ilumina es la que está prendida fuego”, dijo. Un graffiti pésimo que sólo es combustible para que traccione el tanque implacable de la derecha.
¿Quién está dispuesto a luchar para cambiar este país? ¿Quién está dispuesto a luchar para que los demás tengan una vida digna? ¿Quién va a zanjar la diferencia abismal?
Una mañana de frío le estaba comentando este debate que organizó el Polo Obrero a mi amiga Lu y ella -que trabaja con los movimiento sociales- me contó después que había ido a ver a los Babasónicos que están presentando el Bye bye tour, y su último disco, Trinchera. “Yo los amo, soy de Lanús igual que ellos, los escucho desde el principio”. En el principio está mi fin, dice T.S. Elliot en los Cuatro Cuartetos. Le cuento a Lu que yo también los fui a ver y que me parecía llamativa la mezcla de público al que interpelan los Babasónicos. Sin duda, mi amiga Lu y la modelo que saltaba a mi lado no piensan lo mismo cuando cantan esa obra maestra que es La pregunta: “La vida es un vaso de gaseosa aguada/como una secuencia de bromas pesadas/ disfruta de este trago/ porque al terminarlo habrá que pagar/ y quizás pagarlo de más/ la pregunta es: quién está dispuesto a matar/ quién está dispuesto a morir/ quién va a defender/ quién va a defenderte de mi/ quién está dispuesto a luchar”.
Hace un par de años festejé mi cumpleaños en un recital de los Babasónicos. Esa noche lograron derrotar al estadio de Obras Sanitarias, esa caja insonora que tiene en su acústica buena parte del rock argentino. En el Bye Bye tour pasó lo mismo: la puesta de luces, la ropa de los artistas, el escenario que se alargaba para que Adrián Dárgelos pudiera entrar en medio de su público dejando en claro “como son las cosas”: la banda en un extremo, perfecta, el cantante en el otro, uno apoyándose en el otro sin problemas.
Los Babasónicos atravesaron todos los estilos, son una banda mutante que nunca se tranquiliza. Cuesta imaginar que celebren algunas vez una gira con los veinte años de Jessico, los treinta años de Jessico. Están, como los iluminados actores del teatro Noh, en presente puro. Y aunque vienen, como mi amiga Lu, del barrio más profundo, establecen cierto distanciamiento brechtiano en sus recitales. En la música, en las letras, en la puesta en escena, dan demasiado. Y su público a veces no puede asimilar semejante tormenta. Y quedan estupefactos. Por eso, Dárgelos los arengaba para que disfruten, para que le expresen su satisfacción.
Ahora quiero que hagamos la pregunta y que me la dejen preguntar: ¿Quién está dispuesto a luchar para cambiar este país? ¿Quién está dispuesto a luchar para que los demás tengan una vida digna? ¿Quién va a zanjar la diferencia abismal?
Los Babas salieron del Covid con Trinchera, un disco notable, ahí está esa canción genial, Anubis. “En los fondos de Burzaco/ se abren las puertas de Anubis/ entre canes y cannabis/ no va a empezar la muerte hoy/ a llevarse a mis amigos”. Dárgelos le canta a la muerte, para que, como en las mil y una noches de reviente, ella se quede escuchándolo y no saque de stock a nuestros seres queridos.
FC