Jinping y Putin brindan por un mundo occidental al que quieren despedir

Madrid —

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Cuando uno viaja de Moscú a Kazán en tren tiene una verdadera impresión de lo que es Rusia. Ya desde la misma estación de Kazanski, en la capital rusa, la fisionomía de los pasajeros es un fiel reflejo de la Unión Soviética, con rostros que no son solo eslavos, sino también asiáticos, caucásicos, y de sitios como Buriatia, cuyo población incluye comunidades de etnia mongola y tártara.

El viaje devuelve una impresión similar aunque en otras dimensiones. Los vagones con literas compartidas, el paisaje huraño del interior ruso, que en nada se parece a la potencia urbanística de Moscú o la arquitectura imperial de San Petersburgo. Antes de llegar a Kazán, ubicada a unos 800 kilómetros de la capital en dirección a Kazajistán, los azafatos ofrecen té en los tradicionales podstakannik, una taza -más bien con forma de vaso- dentro de un soporte de metal con asa. 

Ya en la ciudad, dos construcciones dominan la atención. Por un lado, la catedral de la Anunciación, renovada por orden de Iván el Terrible, y construida entre los límites del Kremlin de Kazán. Por otro, la mezquita Qol Šärif, edificada dentro del mismo perímetro, en el siglo XV, y cuyo nombre rinde honor al imán que defendió la urbe de las fuerzas rusas lideradas, precisamente, por Iván. 

Pasear por esta ciudad a orillas del río Volga es una buena forma de entender la amplitud de Rusia, geográfica, pero sobre todo cultural. Aunque ninguno de los 24 jefes de Estados que se dieron cita en la cumbre de los BRICS esta semana en Kazán haya llegado en tren, las características de esta urbe son una razón suficiente para pensar que el Kremlin haya querido elegirla como sede para esta reunión. 

Del 22 al 24 de octubre, el país eslavo fue el escenario de la decimosexta cumbre de los BRICS, el bloque de países que fundaron inicialmente Brasil, Rusia, India, China, y Sudáfrica en 2009 para darle voz a los llamados “emergentes”. Quince años después, los BRICS sumaron otros tres integrantes -Etiopía, Irán, y los Emiratos Árabes- y trece en calidad de países asociados, un status que otorga más flexibilidad y menor compromiso político, pensado para aquellas naciones -como la Argentina de Milei-, que ven en los BRICS un desafío abierto a Estados Unidos.

La reunión congregó delegaciones de 36 países. Además de los fundadores, asistieron autoridades de Arabia Saudita, Turquía, Irán y las principales economías del sudeste asiático: Indonesia, Tailandia, y Vietnam. Tecnología, energía, mayor densidad poblacional y mercado son algunas de las principales variables que representan los Estados convocados. Juntos, además, expresan casi la mitad del Producto Bruto Interno del mundo.

El saldo verdadero del encuentro se verá en el tiempo. Algunos señalan la falta de un documento en el que se precise alguna medida de peso adoptada por el bloque; por ejemplo, un sistema de intercambio monetario que prescinda del dólar, promocionado con insistencia por Moscú. Otros, apuntan que Rusia no logró un apoyo unánime en el conflicto con Ucrania, aunque es probable que Putin no aspirara a tanto.

Como fuera, los medios de Europa y Estados Unidos dieron cuenta de algunas obviedades. El New York Times, por ejemplo, destacó el “sentido de normalidad” que la cumbre le brindó a Rusia, y a su líder. No parece coherente afirmar que un país está aislado del mundo si es capaz de organizar una reunión con una treintena de países, entre ellos India y China, cuyos mandatarios celebraron su primer encuentro cara a cara en cinco años. 

El diario La Vanguardia, de España, tituló: “Más luces que sombras en el club de los BRICS”, y precisó que “crece el interés de sus integrantes en una cumbre con presencias importantes”. El diario Le Monde, cuyo corresponsal en China se encargó de la cobertura, tituló: “China impulsa la expansión de los BRICS para legitimar su visión de un nuevo orden”. Lo que dice el diario francés es, quizás, lo más evidente. ¿Quién podría pensar algunos años atrás que una reunión de estas características se llevaría a cabo en Rusia, con China como principal interlocutor, y sin la presencia de Estados Unidos?

Cada uno busca su juego

En el difuso y cada vez más amplio mar de los BRICS, cada país busca impulsar sus propios intereses sin la tutela de Estados Unidos. Para China es la visión de un nuevo mundo, para Rusia, una forma de no mostrarse aislado, y para India, un espacio donde guardar las diferencias con Pekín, y, en los posible, contener su expansión. Turquía tendrá otros intereses, al igual que Brasil, Irán o Arabia Saudita. El tiempo dirá si la variedad de objetivos pueden conducir a unas pocas medidas de acuerdo unánime. 

En el mientras tanto, y fuera de los focos que dieron lugar a la tradicional foto de familia, unos pocos hechos muestran que el mundo está virando hacia algún lugar; no precisamente el que lidera Washington. 

Esta semana el CEO el HSBC de Hong Kong, la principal subsidiaria del grupo bancario europeo en el sudeste asiático, informó que el banco se unirá al sistema de transferencias bancario chino CIPS, competidor del SWIFT, la mayor red internacional de comunicaciones financieras entre bancos. Según el Financial Times, el paso del HSBC Hong Kong le otorga un papel clave al mayor actor del mundo financiero en las gestiones de China para ampliar el uso del Renminbi.

Otro asunto, de alguna manera relacionado, es parte del reportaje que publicó en exclusiva el Wall Street Journal. Según el diario neoyorquino, Elon Musk mantiene conversaciones regulares con Putin desde hace dos años. Uno de los temas de conversación, es un supuesto pedido del líder ruso para que Musk no despliegue la red satelital Starlink en Taiwán, lo que podría perjudicar a China en un potencial conflicto con la isla. WSJ apunta otra serie de riesgos para la seguridad de Estados Unidos y la Unión Europea, devenidos de ese supuestos contactos entre ambos. Si fuera cierto, son un buen termómetro de las ambiciones diplomáticas de Moscú y Pekín.

Por último, debe apuntarse la visita del Secretario General de la ONU a la cumbre de los BRICS. Después de pegar un faltazo a “la cumbre para la paz” organizada en Suiza por el presidente ucraniano Volodimir Zelenski, Antonio Guterres se reunió con Putin en Kazán. El hecho es verdaderamente controvertido, ya que la Corte Penal Internacional, cuyo estatuto fue creado en el marco de las Naciones Unidas, emitió una orden de captura internacional contra el líder ruso en marzo del año pasado. 

Guterres volvió a condenar la invasión rusa a Ucrania, y abogó por una “paz justa en consonancia con la Carta de las Naciones Unidas, el derecho internacional y las resoluciones de la Asamblea General”. No podría haber hecho otra cosa, porque su sola presencia en la Cumbre constituía un indicativo de la legitimidad que le otorga al líder ruso en los acuerdos de seguridad que se acuerden con Kiev tras la guerra. Más, incluso, debió soportar que los BRICS criticaran al Consejo de Seguridad por no hallar soluciones al conflicto en Medio Oriente. 

La declinación del dólar, la ampliación de los mercados hacia el mundo emergente, y un llamado a la creación de un nuevo marco de reglas internacionales, fueron parte del brindis con que Putin y Jinping pretenden reemplazar al mundo occidental.

AF