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ENTREVISTA

Martín Sivak: “Evo Morales es alguien por quien siento un gran cariño y, al mismo tiempo, hay cosas que me han decepcionado”

Martín Sivak, autor de cinco libros sobre Bolivia. bautizado por la prensa como "el hombre que más sabe de Evo Morales".

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El 4 de abril de 2020, mientras Evo Morales cumplía con la cuarentena dispuesta por el gobierno de Alberto Fernández en una casa de la localidad de Martínez, en el conurbano bonaerense, el periodista Martín Sivak pasó seis horas con él. Hicieron primero una entrevista grabada a cámara, luego se ejercitaron juntos –Morales hizo parte de sus 2.000 abdominales diarios y le pidió a Sivak que le llevara la cuenta, Sivak saltó la soga–, jugaron al ajedrez (Evo ganó 3-0) y cenaron salmón con arroz y verduras salteadas. Fue uno de los tantos días que, a lo largo de casi 30 años, el expresidente boliviano –por entonces refugiado en la Argentina tras el golpe de 2019– y el periodista pasaron juntos.

Esa intimidad absoluta está volcada en las páginas de Vértigos de lo inesperado. Evo Morales: el poder, la caída y el reino (Seix Barral), un libro que aparece a la vez como continuación y contracara del ya clásico Jefazo, retrato íntimo de Evo Morales (publicado en 2008 por Debate) y que redobla su interés en el marco de la escena boliviana actual. El líder que motorizó a principios de siglo la transformación tal vez más profunda del continente libra ahora una guerra descarnada con el presidente Luis Arce –a quien él mismo emplazó como candidato del MAS en 2020– y su figura está ensombrecida por denuncias de estupro: se lo acusa de haber tenido relaciones con mujeres menores de edad e incluso un hijo producto de uno de esos vínculos.

Durante la última semana los medios antievistas de Bolivia hicieron circular con entusiasmo extractos del libro que les son útiles para su causa, como por ejemplo algunas escenas que incluyen a una “joven novia” de Evo. Ahora, frente a la mesa de un bar de Palermo, mientras los restos de una tormenta se escurren por los vidrios de las ventanas, Sivak asegura que –si bien muy joven– esa mujer no era menor de edad cuando él la conoció, pero evita posicionarse como la defensa de Morales. Cree que las explicaciones del exmandatario son “insuficientes” y cuestiona que, aun con su gran audacia e intuición política, nunca haya logrado internalizar la agenda de las mujeres ni la gravedad de ciertas acusaciones. “Son cosas muy pesadas y no hay relativismo cultural que, a mi modo de ver, lo justifique”, apunta el autor, que fue director periodístico de elDiarioAR desde su fundación en 2020 hasta diciembre de 2022 y publica actualmente en el diario español El País. 

Sivak asegura que al momento de escribir no tuvo en mente las posibles reacciones de su biografiado, hoy rodeado por un círculo pequeño en el que caben apenas algunos hombres recortados de un universo de supuestos traidores. ¿Pasará él mismo a engrosar esas filas? “Hay cosas que escribí que le han molestado mucho”, se limita a responder.

Vértigos de lo inesperado funciona también como un diario de filmación. De hecho, es un derivado de ese otro proyecto de documental audiovisual en el que trabaja junto a Noah Friedman-Rudovski y que no tiene fecha de estreno aún, pero sí mucho material para editar: 120 horas de entrevista, 280 de la intimidad de Evo. Como el documental, el libro atraviesa la campaña de 2019, el exilio de Morales –primero en México y luego en la Argentina– y el regreso a pie a su país, antes de instalarse en El Chapare a criar peces y juntar apoyos para intentar recuperar el poder en las presidenciales de 2025. 

–En un tramo de Jefazo le preguntás a Morales, recién llegado al gobierno, si no tiene miedo de que se personalice demasiado el poder en él. “A mí me corresponde una posición de garantía. Jamás existirá la borrachera por el poder y el verticalismo”, contesta. ¿Tu libro es una prueba de que esa “garantía” falló? 

–En ese momento él necesitaba presentarse como el garante en la diversidad y en la heterogeneidad de los movimientos que lo acompañaban, pero luego el argumento para volver a ser candidato fue que él era la síntesis. Parte de ese argumento era cierto, pero al mismo tiempo él nunca habilitó una sucesión ni estableció mecanismos democráticos para discutir las candidaturas. El conflicto actual, en el que se están disputando las siglas del MAS, es un reflejo de eso. Es cierto que una vez le propuso a Arce primarias solamente para los afiliados y Arce lo rechaza porque sabe que pierde, pero a partir del referéndum que convoca en en 2016 para poder volver a ser candidato [NdelaR: obtiene el 51,3% en contra] se acelera este problema, se acentúa la personalización y esta idea de que Evo es el gobierno, el partido y el Estado. 

–En el libro se cuentan detalles de cómo Morales definió, desde el exilio, la fórmula para la elección de 2020 y una de las virtudes que lo hace definirse por Arce es la “lealtad”. ¿Cómo llegaron a esta guerra feroz?

–Él elige a Arce no porque realmente estuviera buscando un sucesor sino porque necesitaba elegir uno. Curiosamente estaba convencido de la lealtad de Arce y al mismo tiempo lo veía como un técnico que no entendía de política, con cierto desprecio. Había una idea de que los economistas, los técnicos, los abogados, no toman las decisiones audaces que él sí toma. No quiero entrar en terreno psicologista, pero Arce muchas veces fue destratado por Evo, que ha tenido modos duros con sus funcionarios. No es que Arce esperó agazapado esta especie de revancha, pero hay algo de esa relación que fue tan asimétrica, tan de jefe que le daba órdenes… Evo lo trataba como el señor de la calculadora.

–¿Lo de Arce es efectivamente una deslealtad o hay también una lectura estratégica: un intento de “salvar” el proceso del MAS reconociendo un cierto agotamiento de la figura de Evo y proponiendo una nueva etapa?

–Yo creo que en Arce hay deslealtad, hay ingratitud. Evo fuerza la nominación de Arce desde la Argentina con mucha resistencia interna y primero se estableció un acuerdo donde Evo tenía que aparecer menos, porque las encuestas le daban un nivel de rechazo alto. Por eso no estaba en los actos, hacía una especie de campaña paralela y no tenía protagonismo. Ahora bien, después de la victoria electoral, el día de la asunción de Arce, donde ya no tenía que estar haciendo un cálculo, había una cierta expectativa sobre qué iba a decir finalmente de quien lo eligió como candidato y quien fue siempre su jefe político. Ese día Arce nombró a tres personas: a su madre, su esposa y a Marcelo Quiroga Santa Cruz. Desde entonces lo que quiso hacer es mostrarse autonomizado. Ahí yo creo que hay algo de ingratitud, de pensar que ese 56% de los votos era de él. Es cierto que había cierto hartazgo con Evo y que los modos profesorales de Arce ayudaban, pero no es que nació un nuevo liderazgo. Entonces, a partir de eso, los dos se apuraron en empezar a pensar la candidatura del 2025, que para mí es la cuestión de fondo.

–En esa frase que te recordaba de Jefazo, él decía que no iba a existir la borrachera de poder. ¿Vos viste borrachera de poder en el último tiempo? En el libro, sobre todo en la última campaña electoral, se lo ve con ciertos modos de sultán: se molesta si tardan en traerle la comida, si no le atienden el teléfono, si prenden el aire acondicionado aunque muchas otras personas se estén fritando de calor.

–A diferencia de lo que pasó con el PT en Brasil o el Frente Amplio en Uruguay, Evo llegó al Estado sin ninguna experiencia de gestión y en Bolivia hubo efectivamente un reemplazo de las élites, no es que empezó a gobernar con la burocracia estatal previa. Esos primeros dos años fueron sorprendentes por esa doble novedad del MAS gobernando y del modo que gobernaba. Con el tiempo comenzó la personalización y ciertos modos irritantes de Evo Morales. Por ejemplo, en cada una de las unidades de los teleféricos de La Paz había una foto de él, en los paquetes de maníes que te daban en los aviones había una foto de él, lo que contribuyó a darle a él la total centralidad. Todo esto que describís tiene que ver con alguien que empezó a estar más solo, con un entorno menos crítico y con cierto acostumbramiento. Es sin duda una fase menos épica, pero también creo que es un problema estructural, que lo excede a Evo: después de tantos años en el poder, la invención del futuro es muy difícil. Hoy el problema del MAS, más allá de la pelea feroz interna, tiene que ver con que no hay un programa claro hacia adelante. El ciclo de los hidrocarburos y los precios se terminó y es el comienzo de un agotamiento.

–Relatás un encuentro en Nueva York, en 2019, en el que le intentás destapar el oído con técnicas hogareñas para evitar que cancele una actividad. Entonces “el llamado Proceso de Cambio ya resposaba excesivamente sobre el cuerpo de Morales”, escribís. ¿Hay algo de eso, del peso simbólico de su cuerpo, en esas obsesiones suyas que aparecen en tu libro: el ejercicio físico rigurosísimo, la ingesta de determinadas cosas, la negación a envejecer? 

–Sí, hay algo ahí que se mezcla. Esa idea que tiene él de sí mismo de que sigue teniendo 30 años; él se ve como un hombre de 30 años. Hay algo ahí con las competencias infantiles en relación al ejercicio físico. Y la descarga para no enloquecer, en un sentido figurativo. Hay algo muy sacrificial en él, que es una cosa que a mi siempre me conmovió; este hombre indígena, campesino, que se levanta todos los días a las 4.30 y trabaja todo el día. Eso no es actuación. Hay una cosa sacrificial y su cuerpo castigado por ese sacrificio. Una entrega total y absoluta que se mantiene en el tiempo. El ejercicio físico es la pausa de eso; los breves descansos que tiene, porque para él no existe la idea de la vacación. 

En el libro se ve que, con alguna excepción muy puntual, no hay mujeres “pares”. Evo habla de política con varones, construye con varones. Las mujeres siempre están en un rol subordinado, son casi siempre “asistentes” e incluso si tienen tareas políticas tienen también tareas de cuidado: le cocinan, le preparan su té de coca, le llevan la cuenta de los abdominales. ¿Cuál dirías que es el vínculo que tiene Evo con las mujeres?

–Creo que hubo algunos intentos formales de mostrar más paridad cuando asumió el 2011, en su segunda presidencia; decidió fifty-fifty en el gabinete. Eso fue algo que era bastante novedoso, muy empujado por muchas de las dirigentas y políticas que lo rodeaban, pero sin embargo muchas de esas mujeres designadas respondían a un hombre que tenía más poder.

–Una feminista en el libro te dice que la de Evo es una “falocracia”.

–Sí, María Galindo, de Mujeres Creando, que es un grupo feminista radical que desde hace muchísimos años tiene una posición muy crítica. Ha habido dirigentas y políticas importantes en el entorno de él, pero en términos generales las mujeres han tenido un rol menos destacado. Él también ha hecho un subrayado con la idea de la soltería, con que él está “casado” con Bolivia y no querer hablar de su vida privada. Es cierto que antes de Evo había como un mandato social que para ser presidente tenía que ser católico, tener un título y tener una familia. Entonces él, con su idea del gobierno de los solteros, intentó presentarlo como que no había lugar, por esto sacrificial que decía antes. Pero, sin duda, esta agenda de género y estas cuestiones han sido uno de los temas en los que menos avanzó, desperdiciando voces relevantes.

–Se ven gestos, pero –insisto– no una consideración genuina de Evo por las mujeres como pares. Hoy la denuncia de estupro es la más grave que pesa sobre él. ¿Crees que es por esta mirada poco “deconstruida” que no reacciona de una manera más consistente contra esa denuncia?

–Creo que Evo fue captando cosas de cada época con gran audacia e intuición política pero nunca dimensionó la relevancia y la implicancia de este tema. Entonces, al no ver el peso que tiene en la sociedad boliviana, terminó teniendo reacciones muy insuficientes. Es cierto que las denuncias están en el marco de una persecución política, pero frente a los elementos existentes que son de público conocimiento [NdelaR: se refiere a supuestas capturas de chats, imágenes y documentos que circularon en la prensa] acusar al periodista que le preguntó sobre el tema en una conferencia de prensa y responder “Esto es un tema de familia” es no ver la gravedad. Él es un líder de gran trascendencia y por ese motivo esa no es una explicación. Nunca terminó de ver, ni de internalizar que son cosas muy pesadas y no hay relativismo cultural que, a mi modo de ver, lo justifique, que entiendo que es parte de las explicaciones de los que lo defienden.

–El tema de las traiciones atraviesa bastante el libro. ¿Se fue acrecentando en la medida en que se reducía su poder real, hasta volverlo un poco paranoico?

–Evo siempre fue muy desconfiado. Y obviamente después de tener el 66% de los votos y ese poder, en esta caída larga creo que esa desconfianza hacia los otros creció y estableció un club de leales y traidores que puso en el lugar de traidor a (su vicepresidente) Álvaro García Linera y muchísimas otras personas que han demostrado una lealtad inesperada incluso para él. Pocas personas han sido más leales a Evo y a cualquier presidente en América Latina que García Linera. Frente a los cuestionamientos siempre aparece esto de acusarlos de traidores, de agentes de la CIA o agentes del imperialismo. Él muchas veces ha preferido tener cerca suyo gente que le diga lo que él quiere escuchar. 

¿Crees que Evo va a interpretar este libro tuyo como una traición?

–No sé. No hay ningún elemento en el libro que pueda usarse como traición, porque mi pacto con él era “yo escribo sobre lo que veo”. Yo a Jefazo lo escribí sin que me dijeran nada. Y el pacto implícito es que este proyecto, que nació en el marco del documental que estamos haciendo con Noah Friedman, era un Jefazo audiovisual, entonces no lo puede leer como traición porque yo conté lo que lo que fui viendo. Por eso conté la cotidianidad de la manera en la que la conté. He sido leal y honesto a ese pacto implícito y a estos 30 años de relación, aunque obviamente hay cosas que yo digo que le han molestado mucho, pero no es que aproveché la debacle para empezar a contar cosas que no hubiese contado de esa manera.

–El libro tiene un registro descriptivo, que no por eso deja de ser crítico en algunas partes. ¿Cómo lográs la distancia para narrar esas escenas en las que te involucrás de una manera tan personal?  

–Me cuesta un montón, reescribo mucho. Es como tallar y tallar hasta encontrar ese punto justo de intimidad y cierta distancia. Y es también lidiar con la ambivalencia: Evo es alguien por quien siento un gran cariño y, al mismo tiempo, hay cosas que me han decepcionado.

–Tu libro anterior, El salto de papá, en el que relatás las circunstancias del sucidio de tu padre, también estuvo rodeado de alguna polémica. ¿Pensás, al momento de escribir, en las repercusiones que va a tener en tu entorno o lo incorporás como un efecto secundario?

–En este caso no pensé. También lo que está pasando es que yo cerré el libro el 18 de julio y el contexto en que se publica es bastante distinto. Entonces, por ahí lo que yo no dimensioné es que algunas cosas que conté en el libro iban a tener la repercusión que tuvieron, sobre todo en Bolivia. Pero no me arrepiento y no las voy a quitar.

DTC

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