En una Shell de Rafaela ocurre un hecho de violencia entre lectores de un ejemplar del diario Clarín, un objeto de papel bajo trance de despedida en las mesas de los bares, pionero del periodismo yonqui, y adicto a sembrar con monografías fumigatorias de Cristina Fernández de Kirchner sus páginas de política, policiales, deportes, economía, espectáculos, moda, arte, necrológicas, chistes y horóscopo.
El género del incidente sería el de dos personas que luchan por una cosa única e indivisible sobre la que creen tener todo el derecho, un poco al modo de los personajes de Pequeños propietarios, de Roberto Arlt, quienes “se odian con rencor tramposo” por una medianera.
En una punta del área de cafetería de una Shell de Rafaela, el Pato Silvestre, compartiendo mesa y arreglando el mundo con media docena de amigos, presumiblemente veteranos de la posta. En la otra, Garetto, en la soledad que aparentemente se merece, si nos dejamos llevar por las consideraciones que rafaelinos anónimos hacen de su figura manierista. En el medio de ambos, la acción inmortalizada por las cámaras de seguridad, narrada en off en un audio de WhatsApp por uno de los amigos del Pato Silvestre, de lo que resulta el hecho cinematográfico del año.
En resumen: Garetto se levanta, le quita el ejemplar de Clarín al Pato Silvestre, que lo tiene ahí de adorno, ojeándolo cuando se le canta, le aplica un soplamocos que le incrusta los anteojos en la cara y vuelve a su mesa, con paso reumático y aun así triunfante, como en pantuflas, sin advertir que un karateka empleado del Banco Macro que salió de la casa con ganas de pegar fácil, lo está siguiendo para darle una lección de trompadas. Esos son los hechos. Y nosotros, los jueces, ¿con quién estamos?: ¿con el Pato Silvestre o con Garetto?
Hay que ordenar los elementos, y partir de la base de que para un lector la lectura es una pasión. No nos debe importar que no se hayan peleado por un ejemplar de El Quijote. No es la calidad del texto en disputa lo que ha de considerarse en nuestra pesquisa sino la pasión, que puede ser despertada por cualquier cosa, incluso por un ejemplar del diario Clarín.
Y sí Garetto y el Pato Silvestre coinciden en la decisión de no adquirir cada uno por su cuenta un ejemplar propio, es porque en el acuerdo subyacente de la disputa creen que el deseo civilizado de leer es una experiencia de barbarie. Podrían haber luchado por la única milanesa encorsetada en film que quedaba en las heladeras de la Shell, o por el último ristretto, e igualmente habría quedado en evidencia la cultura de lucha que los hermanaba.
En cuanto a Silvestre, debemos hacerle una pregunta de profundidad. Pato, querido: ¿A vos te parece bien apropiarte del único ejemplar de Clarín de la Shell para suspender una y otra vez su lectura completa, mientras el verdadero hecho tuyo consistía en secuestrárselo al irascible Garetto, al que boludeaste cuando te lo pidió?
Imaginamos que entramos sacados a un bar porque estamos con abstinencia de diarios de papel, vieja como la abstinencia de absenta, y vemos que en una mesa hay alguien que los tiene todos. ¿Qué hacer? Como en la lectura sólo puede seguirse un hilo, dado que pide exclusividad (ese es su poder), el que tenga todos los diarios del bar tendrá que elegir uno e ir aflojando los otros, cosa que hará con todo el dolor del alma, dado que el goce secundario del lector es la acumulación, de lo contrario no existirían las bibliotecas del modo en que existen (como cajas de seguridad). En el acopio se garantiza un porvenir de lectura, lo que es lógico, porque un lector no quiere leer sino seguir leyendo; quiere, simultáneamente, el consumo y el ahorro.
Hay un hecho que pasó desapercibido en la escena, y es que Garetto estaba ocupando una mesa sobre la que había libros. Un testigo de identidad reservada le dijo al periodista Ignacio Sala, de Clarín, que a Garetto “nadie lo banca: es una suerte de intelectual que se cree por encima del otro”. Cuando Sala intentó hablar con Silvestre, el Pato lo atendió para decirle: “Andate a la concha de tu madre”.
Como dijo Jean Paul Sartre en el prólogo a "Los condenados de la tierra", de Franz Fanon: “Esa violencia irreprimible, lo demuestra plenamente, no es una absurda tempestad ni la resurrección de instintos salvajes, y ni siquiera un efecto del resentimiento: es el hombre mismo reintegrándose”
Pero la disputa no fue la de un “intelectual” de la zona núcleo, el noqueador noqueado Garetto, contra un amable parroquiano, el Pato Silvestre. Quizás, sí, la de dos carcamanes enconados, vaya Rafaela a saber por qué razones. A simple vista, retener un bien común, como lo es un diario de bar, y hacerlo de una manera similar a un hecho de sustracción como lo sería que alguien usurpara la plaza del pueblo para tomar mate solo, es una infracción al uso de los diarios en bares que despertó en Garetto la violencia del justiciero.
Entonces, el “intelectual” Garetto se vio obligado a actuar. Como dijo Jean Paul Sartre en el prólogo a Los condenados de la tierra, de Franz Fanon: “Esa violencia irreprimible, lo demuestra plenamente, no es una absurda tempestad ni la resurrección de instintos salvajes, y ni siquiera un efecto del resentimiento: es el hombre mismo reintegrándose”. En lenguaje gramsciano, Garetto ejerció contra el Pato Silvestre la “violencia de los subalternos”, luego de que el Pato lo subordinara al acto humillante de mendigar lectura.
Reintegrado como hombre, diario en mano, Garetto regreso a su mesa. La agresión del karateca bancario que vengó al Pato, es asunto de una naturaleza exterior a los hechos en sí. Digamos que se coló en la foto donde no hay lugar para terceros, menos para un cuatro de copas del que hay que ver qué color de cinturón tiene, y que no fue a la Shell de Rafaela a leer. El incidente fue entre Garetto y el Pato Silvestre, al que Garetto no debió pegarle, aun cuando el Pato se mereció con creces el soplamocos que le voló los glasses.
¿Por qué el Pato Silvestre merecía una lección, mucho más educativa que la que Garetto recibió del karateca figurón? El argumento lo da el narrador en off del WhatsApp, otro “testigo protegido” de este caso, quien describe con precisión el estilo irritante del Pato: “Lee dos hojas y charla con alguno de la mesa. Después, lee dos hojas más y charla con otro. Demora el diario un montón de tiempo".
Pato: así no se lee un diario de bar. Así podrías leer tu ejemplar, no el de la clientela. Secuestrarle el diario al insufrible Garetto y, como dice tu amigo del WhatsApp, demorarte “un montón de tiempo” significa que no sólo le secuestrás el diario. Decime por qué lo hacés. ¿A ver? Porque el hecho no consiste solamente en no darle un diario a alguien que tiene tanto derecho como vos a leerlo después de vos (pero vos no lees, sólo postergás indefinidamente la lectura). Consiste, también, en quitarle vida. Por eso, cuando Garetto se levantó decidido a embocarte, no fue a buscar un ejemplar de Clarín sino a recuperar el tiempo, la vida que le estabas robando en la Shell.
Ahora ya está. Lo que pasó, pasó. Quedan las enseñanzas, que son tres. Para vos, Pato, la de que has de comprarte tu Clarín en lo de tu canillita amigo si lo que querés es no leerlo en la Shell de Rafaela. A vos, Garetto, queremos decirte que comprendemos que tu ansiedad de lector no haya soportado la demora ex profeso del Pato (es evidente que, de los dos, fue el Pato el que menos necesidad tenía de leer el diario), pero no podés sacarle un ojo porque vas a terminar preso. Además, teniendo libros, aunque sean malos, ¿tan loco te pone no poder leer Clarín? En cuanto a vos, karateca: volvé al tatami, pequeño saltamontes, y no te metas donde no te llaman.
JJB/MF