“No la ven”, insiste Javi. El señalamiento de un déficit retiniano en los adversarios forma parte de un repertorio de palabras y sintagmas que definen estos casi tres meses. “Pobre chico”, “Depósito”, “Playback”, “Si te gusta el durazno, bancate la pelusa”, “Nido de ratas”, “Ella empezó”, “Soretes”, “Basura”, “Mogólico”, “Cucaracha”, deberán ser entradas de un futuro diccionario mile(i)narista. La noche del viernes anoté: “Orgía”, “Función de crecimiento geométrico”, “Oxímoron”, “Organización criminal”, “Ensobrados”, “Macabeos”, “Sacrificio y dolor”, “Argentinos de bien”, “Degenerados fiscales”, “Mecanismo perverso”, “Esto no es opinable”, “Caja”, “Pauta”, “Vicio”, “Fiesta obscena” y “Sed de cambio”.
¿Quién será nuestro Victor Klemperer? De origen judío, aunque profesaba la religión protestante, el filólogo alemán estaba casado con una mujer “aria”, según el sistema clasificatorio nazi. Si bien salvó su vida, no pudo permanecer en la Universidad de Dresde, donde dirigía el departamento de Románicas y Literatura. Tampoco preservar su biblioteca. Trabajó de lo que pudo y tomó nota de todo lo que veía y escuchaba en un país que era hablado por un aparato retórico espeluznante.
“Como juego paródico al principio, como fugaz ayuda mnemotécnica, como una especie de nudo en la corbata poco después y a continuación como legítima defensa, como un SOS que me enviaba a mí mismo durante todos los años sucesivos de miseria, las siglas LTI se hallan en mis diarios”. LTI: Lingua Tertii Im perii, lengua del Tercer Reich. Así se llama su documento de los años de Hitler.
“En aquellos años, mis diarios me servían una y otra vez de balancín, sin el cual habría caído cientos de veces. En las horas de asco y desesperanza, en la infinita monotonía de un trabajo absolutamente mecánico en la fábrica, junto a las camas de enfermos y moribundos, junto a las tumbas, en los momentos de apuro o de suma humillación o cuando el corazón ya no podía más físicamente, siempre me ayudaba esta exigencia que me planteaba a mí mismo: observa, analiza, guarda en la memoria lo que ocurre -mañana será diferente, mañana lo percibirás de otra manera; regístralo tal como actúa y se manifiesta en el momento-. Y muy pronto esta exhortación a ponerme por encima de la situación y a conservar la libertad interna se plasmó en una sigla secreta cada vez más eficaz: ¡LTI, LTI!”.
Seguramente, en algún punto de esta ciudad, alguien ya hace anotaciones de esta lengua mile(i)narista en un diario personal de la perplejidad.
II
El 26 de julio de 1960, Fidel Castro Ruz convoca a una multitud en La Habana y subraya el sentido de la misión histórica que lleva adelante una isla. Cuba, dice en la Plaza de la Revolución, es “un ejemplo que puede convertir a la Cordillera de los Andes en la Sierra Maestra del continente americano”.
Pasemos por alto el derrotero del castrismo y una actualidad en la que sus autoridades le piden a la ONU que envíe leche en polvo. Lo que llama la atención es lo siguiente: aquella exhortación a transformar la extensa cadena montañosa que recorre el subcontinente en una nueva Sierra Maestra contrasta, 64 años más tarde, con el impulso que cobra la motosierra, no solo en Argentina sino del otro lado de la cordillera. En Chile, Johannes Kaiser irrumpe como sosías ideológico de nuestro presidente, convirtiendo al pinochetista José Antonio Kast en un blandengue, de cara a las próximas elecciones. Javi es popular en esa misma Cuba donde la existencia de millones de teléfonos celulares quebró la hegemonía del Estado burocrático.
La victoria del castrismo armó en su momento un tremendo revuelo en las izquierdas latinoamericanas que, bajo el predominio de los partidos comunistas, creían al pie de la letra en la revolución “por etapas”. El socialismo no podía alcanzarse si antes no se cumplían las tareas “democrático-burguesas”. Los partidos comunistas se fraccionaron y los disidentes abrazaron la lucha armada. Cuba, dijeron, les había demostrado que se podían “saltar” esas etapas e ir al socialismo de un tirón (y a los tiros, pero ese es otro debate).
Lo curioso de esta discusión en tiempos de inversiones es que ahora involucra a la derecha y a la nueva derecha, como la llama el publicista Agustín Laje para evitar el prefijo “ultra”. El macrismo fue “gradualista” y desde el 10 de diciembre, se trata de pisar el acelerador para no volver a fracasar, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. “Sed de cambio”, ¿no? Los ecos deformados de aquellos debates de hace 60 años se mezclan con las resonancias de lecturas bíblicas o sus traducciones cinematográficas ya mencionadas en una columna anterior, y que vale la pena actualizar. Leemos en el Éxodo que el “pueblo, sediento”, protesta contra Moisés. Le pregunta porque los sacó de Egipto, “¿para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y al ganado?”. Entonces el profeta clama al Señor: “¿Qué hago con este pueblo? Por poco me apedrean”. ¿Qué hizo? Romper las tablas. El presidente cree que redita aquella escena. La recordó en su cuenta de X, en letras indescifrables para los legos: “Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte”.
III
En los ochenta llegó a los cines Tron. La película escrita y dirigida por Steven Lisberger fue protagonizada por Jeff Bridges. Bridges es Kevin Flynn, un desarrollador de videojuegos y proto hacker que se transporta al mundo interior de una computadora central, un ciberespacio donde interactúa con humanoides cuando trata de escapar.
El presidente entra y sale del mundo virtual. Un sitio mide en Internet sus horas de estancia en la red X. A veces más de cuatro. Podría chatear o comunicarse con su novia. Pero parece que no. El teléfono le abre la puerta a una segunda vida en las noches de insomnio. X es su Tron temporal y acaso ese acostumbramiento a la virtualidad el que le permite la fantasía de un curioso bilingüismo. No hablamos del inglés sino del hebreo. Postea en la lengua semítica, acaso con ayuda de un rabino o de algún programa de traducción. Lo que importa finalmente es el resultado. Ese coeficiente de ininteligibilidad que impresiona por el tamaño de las letras que en su origen estaban relacionadas con el fenicio. De ser una lengua escrita, litúrgica y de oración del judaísmo, escogida por Dios para transmitir su mensaje a hombres y mujeres, luego disuelta y reconstruida en el siglo XIX a partir de la proeza del ruso Eliezer Ben-Yehuda, a partir de su llegada a Palestina, convertida en lengua del Estado de Israel, el hebreo puja por encontrar un lugar en la cuenta oficial del estadista argentino. Algo más que un chiste gráfico.
IV
Hablando de anotaciones. Entre 1933 y 1938, un año antes del inicio de la II Guerra Mundial, la periodista judío-alemana Charlotte Beradt recopiló eso que “estaba medio dormido” en centenares de sueños de alemanes. La lectura de The Third Reich of Dreams. The nightmares of a nation 1933-1939 es una pesadilla despierta. “Un médico está en su casa, hojeando un libro de pintura. De pronto, repara en que las paredes de su habitación han desaparecido. Extrañado, se levanta para echar un vistazo, y descubre estupefacto que ninguna casa del vecindario conserva sus paredes. Una voz lejana aúlla desde un altavoz: ¡De acuerdo con el decreto del 17 de este mes sobre la abolición de las paredes!”.
El historiador Reinhart Kosselleck sostiene que, aunque los sueños se hallan en el extremo más alejado de una escala imaginable de racionabilidad histórica, testimonian “una inevitable facticidad de lo ficticio, por lo que un historiador no debería renunciar a ocuparse de ellos”. El caso Beradt le resulta ejemplar. En ese libro, señala Kosselleck, “el terror no sólo se sueña, sino que los sueños mismos son parte integrante de él”. Contienen “una verdad interior que no sólo fue cumplida por la realidad posterior del Tercer Reich, sino superada infinitamente”. Beradt los llamaba “sueños políticos”. Jacobo Siruela prefiere definirlos como “sueños históricos”. ¿Quién transcribirá los sueños de estos días alucinados?
V
Dicen que se interesa por la Cábala. Idel Moshe es uno de los grandes eruditos e investigadores de ese sistema de interpretación relacionado con el judaísmo jasídico. Emigró a Israel en 1963 y es catedrático en la Universidad Hebrea de Jerusalén de Cábala y Pensamiento Judío. Moshe realizó el primer tratamiento completo de los materiales textuales referidos a la creación del Golem, desde los primeros manuscritos a la época moderna. La primera mención explícita, se señala en El Golem. Tradiciones místicas y mágicas del judaísmo sobre la creación de un hombre artificial, es encontrada el Talmud de Babilonia (Sanedrín 65b). Uno de los sabios, Rava, “creó un varón”. La palabra golem, que aparece sólo una vez en el hebreo bíblico (Salmos 139, 16) para referirse a Adán, el hombre “natural”, no será utilizada como nombre de ese hombre artificial hasta la literatura más tardía. La ambigüedad semántica “no carece de importancia”.
Es en el medioevo que, según la literatura talmúdica, un rabino conocido como el Maharal de Praga creó a un ser animado a partir del barro. Lo hizo para proteger al gueto del vandalismo antisemita. Pero la criatura, y ese es el núcleo de la leyenda, escapa fácilmente del control de su inventor y provoca catástrofes.
En 1915, Gustav Meyrink publicó la novela El Golem como una reflexión sobre los autómatas humanos. No fue otra cosa que una mirada muy pesimista sobre aquel presente europeo, marcado por una guerra brutal. La novela está cargada de misterio (“Sentí que mi esqueleto se convertía en hielo y notaba cada uno de mis huesos como frías barras de metal, en las que se quedaba helada la carne”) y errores trágicos (“¿Sabe usted ya que el Golem ha vuelto a aparecer? Hace muy poco que hemos hablado de eso, ¿se acuerda, Pernath? Todo el barrio judío está excitado. Vrieslander mismo lo ha visto. Y otra vez ha comenzado, como siempre, con un asesinato”). Aunque la presencia de esa figura es lateral en la historia, dialoga en todo momento con la tradición que le dio forma.
Jorge Luis Borges fue uno de los lectores entusiastas de la novela. “Los discípulos de Paracelso acometieron la creación de un homúnculo por obra de la alquimia, los cabalistas, por obra del secreto nombre de Dios, pronunciado con sabia lentitud sobre una figura de barro”. Meyrink escribió a partir de esa figura que aparece cada treinta y tres años en la inaccesible ventana de un cuarto circular que no tiene puertas, en el gueto de Praga, una ficción “hecha de sueños que encierran otros sueños”. A Borges le llamaba la atención que Meyrink hubiera “dejado la fe cristiana por la doctrina del Buddha”. Sueños, conversiones y una creación que escapa del tutelaje de las manos que le dieron vida pública para causas desastres. Cómo no revisar esas páginas a la sombra de nuestros acontecimientos (bastaría cambiar las callejuelas de Praga por el submundo del capital financiero). ¿Quién novelará el horror que nos acecha?
AG/MF