Ruido ambiente

Límites planetarios, límites humanos

27 de noviembre de 2024 06:42 h

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En la naturaleza todo tiene un límite. Ningún ser vivo puede subsistir sin dormir, sin comer, sin respirar. Tampoco se puede vivir sin morir, el límite de límites. En un plano ideal, todo organismo vivo mantiene un balance entre indicadores para tener una vida saludable: relación de peso con la altura, de la presión con la edad, del colesterol con la actividad física. Si alguno falla o se descontrola el sistema se agrieta, presenta desperfectos y fallas. Cada vez que nos hacemos un estudio de sangre, buscamos (o deseamos) estar en esos límites sanos. De igual forma, la salud del hábitat terrestre depende de un complejo balance entre procesos ambientales que tienen sus propios límites. (Confiemos en esta analogía, pero no nos enamoremos de ella, porque las analogías también tienen sus límites). 

En condiciones normales, la Tierra oscila a su propio ritmo, siguiendo una coreografía a tempo. El éxito de la sincronicidad terrestre radica en la armonización de nueve elementos. Nueve procesos que se encuentran en marcha en nuestro planeta hace cientos de años y que influyen en las condiciones del clima y la vida humana. Nueve mínimos comunes denominadores que mantienen la estabilidad y la resiliencia del sistema terrestre en su conjunto. Así, “los nueve” representan todos componentes del sistema terrestre afectados críticamente por actividades humanas: reducción de la capa de ozono, acidificación de los océanos, cantidad de aerosoles en la atmósfera, cambio climático, integridad de la biodiversidad, cambios en el uso del suelo, introducción de sustancias artificiales, consumo de recursos de agua dulce y alteración de los nutrientes en el sistema terrestre. Cada uno de esos procesos tiene sus propias unidades de medida y somos capaces de verificar su evolución en el tiempo.

Desde septiembre de 2023, hemos superado seis de los nueve límites planetarios: hay un exceso de energía en el planeta, una masiva extinción de especies, bosques deforestados y suelos maltrechos, uso excesivo de productos químicos sintéticos, falta de agua dulce y nutrientes. Todos estos aspectos superan límites seguros para el sistema terrestre. Alerta para la Tierra, o para los terrícolas. Si estuviéramos hablando del cuerpo humano, no dudaríamos en hablar de “enfermedad”, y recomendaríamos la puesta en marcha de algún tipo de tratamiento para bajar esos indicadores a niveles razonables. Por lo menos, si la intención de la persona fuera sobrevivir.  

Pero la Tierra no está enferma por igual: el síntoma más alarmante es la crisis de la biosfera, que constituye a todos los ecosistemas y seres vivos. De forma silenciosa, el planeta está experimentando la sexta extinción masiva, la primera causada enteramente por humanos. La biodiversidad, responsable de que nuestro mundo sea tan fascinante, hermoso y funcional, está desapareciendo a un ritmo que supera ampliamente las cifras históricas. Es cierto: la extinción de especies es inherente a la evolución de la vida en nuestro planeta, pero nunca antes se dio con esta velocidad. Y nunca antes una especie fue la causante del daño y la extinción de otras de manera tan deliberada. 

Veamos cómo se está dando esta extinción masiva yendo de mayor a menor en el sistema de clasificación biológica.  Los organismos eucariontes —uno de los tres dominios de la naturaleza junto con las bacterias y las arqueas— tienen una estructura multicelular compleja que permite formas de vida avanzadas y funciones ecológicas clave para la vida en la Tierra. De los aproximadamente 8 millones de especies de eucariotas, cerca de 1 millón se encuentran actualmente en riesgo de extinción. Además, durante los últimos 150 años se perdió más del 10% de la diversidad genética en plantas y animales. Entre los grupos más afectados por las tendencias aceleradas de extinción se encuentran especies de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces. En 2016 un pequeño roedor conocido como el ratón de Bramble Cay se declaró extinto después de que su hábitat, una isla en la Gran Barrera de Coral, quedara inundado y la vegetación que le servía de alimento desapareciera. En este caso, el aumento del nivel del mar causado por el cambio climático ya está afectando a la biodiversidad. Aún más, las islas que concentran el 20% de la biodiversidad mundial, están entre las más vulnerables a estos cambios. Lo mismo ocurre con la pérdida de playas para anidar que afecta a las tortugas marinas.

Y no hablamos sólo de la extinción nominal de las especies: no se trata solo de contar individuos y registrar su falta. No es este un elogio de la melancolía por lo que ya no está. El funcionamiento planetario de la biosfera también descansa en su diversidad genética, heredada de la selección natural durante su dinámica historia de evolución. La diversidad garantiza la capacidad de las especies y los ecosistemas para adaptarse a cambios y desafíos en el entorno, como enfermedades, variaciones climáticas o alteraciones en el hábitat. Esta variabilidad genética actúa como un “seguro” natural y permite que las poblaciones tengan individuos con características que puedan ser ventajosas en condiciones adversas, asegurando así su supervivencia a largo plazo. Mientras menos variedad y diversidad tenga la Tierra, hay más riesgo para las especies que todavía la habitan.

Ahora bien, ¿es la mirada ambiental la única que debe tener lugar para tratar de revertir esta crisis planetaria? No, por supuesto que no. Es una mirada que tiene sus límites, por eso es necesario sacar al ambiente de su insularidad. Nuestra especie ha tenido una relación privilegiada con la naturaleza, al punto de entenderla en términos de los bienes y servicios que le provee a la humanidad. Esta es una mirada económica útil para entender qué estamos perdiendo si seguimos ignorando estas evidencias. Una tendencia de estos tiempos es parametrizar el valor de los servicios que la naturaleza provee. La mirada económica de los ambientes naturales, el precio de la fotosíntesis y el costo del aire que respiramos. En este sentido, la pérdida de biodiversidad es un problema porque los servicios ecosistémicos se degradan. La naturaleza ya no puede darnos lo que nos ha dado por siglos, entonces hay que generar incentivos económicos para cuidar lo que todavía puede darnos.  

Pero la mirada imperante de los humanos hacia la naturaleza en el presente, que es mayormente económica, es la que coopera con su extinción. Porque la naturaleza es más que un servicio. Los servicios son antropocéntricos, pero la naturaleza no. Si queremos cuidar los límites planetarios, no sólo tiene que importar el servicio que la naturaleza nos da a los humanos, sino el que le da a la vida en la tierra toda. Los humanos somos la única especie capaz de manipular la Tierra a gran escala, y los que ocurrimos la crisis actual. Queremos sus ventajas a una tasa más alta que la permitida, superando límites. También es necesario sacar a la economía de su insularidad: el diálogo entre ambiente y economía es clave para que la acción humana se imponga sus propios límites. 

Por último, y retomando nuestra analogía inicial, ¿qué significa realmente que la Tierra no esté sana y estamos sobrepasando sus “límites”? ¿Sana de acuerdo con quién?. La Tierra está enferma, enferma en buena parte por la acción del ser humano, pero la Tierra no va a morir. La Tierra no va a dejar de existir, por más que la ataquemos con todo lo que se nos ocurra: en cambio, lo que sí estamos haciendo es convirtiéndonos en la primera especie que trabaja día a día por su autoextinción. Elegimos matar los aspectos del sistema terrestre que alojan nuestra forma de vida y otras formas de vida tan importantes como la nuestra. El planeta tiene sus límites muy claros, es el ser humano quien debe encontrar los suyos.

*la autora es científica de Datos de Fundar.