Cuando a principios de los 2000 la economía empezaba a mostrar su pronta eclosión, en materia cultural surgieron también nuevos consumos. Entre el abaratamiento de costos televisivos y la necesidad de muchos plebeyos intentando “pegarla”, el formato de los reality show se adueñó del prime time. El rating de los ignotos haciendo su gracia en un casting a cielo abierto, coincidiendo con la necesidad de elencos a precios módicos en medio del empobrecimiento general, terminaron creando una dupla televisiva ideal en tiempos de aquella crisis. La tele de los comunes.
Es que, tras una década de modelos top facturando en dólares, políticos y empresarios “farandulizados” copando la vidriera del privilegio, la posibilidad de fama y plata a través de la exhibición televisiva sedujo a muchachos con carisma y, en especial, a chicas hermosas.
Las vecinas lindas también querían ir al cielo de la fama.
Nuevos tiempos
Si en la década del 90 la Biblia de la ostentación era la revista Caras, el libro sagrado de la belleza y la onda era Gente. Chicas preciosas, jóvenes, delgadas con curvas sinuosas y con un halo de naturalidad digno de las clases medias acomodadas que suelen tener con qué financiar las buenas dietas y el deporte, abrazaron durante aquellos veranos la aspiración estética femenina.
Doradas por el sol de Punta del Este, las musas inalcanzables de los 90 solían ser el sueño por alcanzar para el resto de las chicas que conocíamos lo in y lo out a través de las páginas de aquella publicación. Los estilos se dictaban allí. Dictatoriales.
Pero el estallido de los 2000 también hizo añicos ese sueño y la desocupación propició más gente mirando televisión al mediodía. Intrusos llegaba el 1 de enero del 2001 para meterse de llenó en la abúlica vida de la crisis. De otrora chismes sobre actores o actrices, el ojo del chimento se centró en los nuevos “famosos” surgidos de los realities. Y éstos, ávidos de prosperidad, se convirtieron en asiduos participantes del conventillo de la farándula.
Entre ellos, se destacaba Silvina Luna, una hermosa rosarina de ojos color cielo y cejas tupidas, dueña de una simpatía arrolladora que en breve se convirtió en una de nuestras favoritas. La chica de al lado perfecta. Gran Hermano era la joya televisiva del momento y el programa que la había lanzado. El canal América no tardó en producir su competencia, El Bar, donde otra morocha de ojos verdes también se convertiría en una nueva belleza televisiva, Pamela David.
Editorial Atlántida, que entre sus publicaciones contaba con la revista Gente, captaba que rota la aspiración del sueño de un peso-un dólar debía ir a buscar los pocos patacones que circulaban asociándose con Jorge Rial, el factótum de Intrusos, para crear una nueva máquina de fantasías. Así nació Paparazzi, un producto que marcaría el rumbo de la belleza en los años venideros.
De tapas con chicas color oro en playas esteñas a nuevas bellezas de formas contundentes, pero a su vez cercanas y retratadas en estudios. Nuevos tiempos a medio camino entre las pulposas vedettes de los '70 tipo Moria Casan o Zulma Faiad y las etéreas Raquel Mancini o Araceli González de los '90.
Gerardo Sofovich, hacedor de muchas de las fantasías masculinas de la última mitad del siglo XX, rapidísimo de reflejos, posó sus ojos también en estas nuevas beldades paridas al calor de los realities. Sumó a sus huestes a Silvina Luna, que ya había sido una cover girl de Gente, y a Pamela David.
Ser tapa de la revista Paparazzi, del elenco de Sofovich y visitantes asiduas del living de Intrusos ubicó a Luna y David junto a Luciana Salazar, reemplazante de la modelo Julieta Prandi en el programa cómico Poné a Francella, en la punta de lanza de una nueva camada de mujeres muy difíciles de etiquetar –¿modelos? ¿vedettes? ¿actrices?– . Innegables fantasías masculinas y, a su vez, nuevo canon estético para las mujeres.
Llegaban las nuevas más lindas de la Argentina.
Silvina, libre
La modelo María Vázquez, a mediados de los noventa, tiró casi sin querer uno de los grandes títulos de la década: “A los empresarios les gusta tener una modelo al lado”. Una síntesis perfecta sobre lo que daba prestigio en aquellos años de petulancia impúdica. Ellos exhibiendo sus féminas trofeos, ellas asegurando su futuro.
Pero el devenir de los tiempos modificó la fórmula y los objetos del deseo cambiaron de lugar. Había llegado la hora de las chicas Paparazzi, los futbolistas generadores de dólares y los políticos, que ni con el “que se vayan todos” abandonaron el Olimpo de la frivolidad.
Algo de lo que Silvina Luna siempre fue, a su modo, reticente. Dentro de su camada fue, quizás, la más libre a la hora del amor y el deseo. Siempre con novios fuera de la conveniencia y mostrándose más divertida que calculadora.
Hasta padeciendo la violación de su privacidad en aquella espantosa viralizacion de un acto íntimo con un novio tan común como la situación en la que se los expuso de manera cruel. Silvina, que rehuía a esos escándalos, debió sobreponerse y lo hizo mientras también seguía haciendo el duelo por la reciente pérdida de sus padres.
Silvina libre, pero no de las cámaras.
La peor pesadilla
Si algo tenían las revistas de la factoría Atlántida era el cuidado absoluto en la venta de sus productos: photoshop a la orden del día. Una perfección absoluta que muchas revistas de la época emulaban. Hombres, por ejemplo. La belleza entraba en un terreno peligroso, más aun del que ya existía desde tiempo inmemorial.
En el traspaso de Marcelo Tinelli de Telefé a Canal 9, mientras buscaba renovar su programa, apareció una veta inesperada que daba rating: un desfile de estas nuevas modelos sometiéndose a primeros planos de sus colas con una cámaras que parecía traspasar la pantalla para exponerlas hasta en su último pliegue. La pavura corrió entre las chicas, más cuando solo unas pocas, entre ellas, Luciana Salazar –que ya había modificado bastante su bello rostro para ser más inalcanzable aún– podían soportar esos primeros planos letales.
Se disparó la desesperación por los tratamientos estéticos corporales, en especial los electrodos, un método que cada vez que le ponían un micrófono a la rubia, decía que era su secreto. La moda del electroshock en las nalgas prendió como reguero de pólvora, hasta para las mortales. Las tasas chinas traían, además de crecimiento sostenido, la posibilidad de nuevos retoques y tratamientos. Todas podíamos ir al cielo de la fama.
Para el 2006 y con la llegada de Bailando por un sueño, el reality de la danza mix entre famosos y “apenas conocidos” conducido por Marcelo Tinelli, el malón de chicas queriendo ser parte del paraíso de las celebridades se engrosó y cambió el panorama venidero. Plata y exposición. Ir al gimnasio, hacerse toques y esperar el milagro de ser famosas, deseables y ¿felices?
En paralelo, por esos años otra revista de chimentos decidió no usar Photoshop, algo que no tuvo un efecto precisamente saludable: producía daño a la autoestima de las que salían de casualidad. Como si ya no fuera posible una foto sin retoques. En vez de relajar al público, mostrando que todos venimos con detalles de fábrica, la audiencia se convirtió en un implacable jurado que devoraba a la retratada. La celulitis convertida en un crimen.
Esa locura fue creciendo año tras año de la mano de redes sociales, filtros y nuevas técnicas para transformarse en muñecas ideales. Cada nueva “chica del momento”, más allá de su belleza natural, aporta un nuevo touch quirúrgico para alcanzar la fama.
Silvina Luna siempre fue una chica común, que solía tener novios comunes y vacaciones playeras comunes. ¿Cuánto debe haber influido la presión y el miedo de ser vista tal cual era para cambiar una parte de su cuerpo? La devoción al pareo para levantarnos de la reposera o meternos al mar con shorts indica que esa angustia latente seguramente la acompañó también a ella.
La década que comenzó en el 2010 fue la década en la que Silvina se sometió a esa trágica intervención con el doctor Aníbal Lotocki. La década que, se supone, comenzó con un cambio de mirada sobre los cuerpos femeninos. Cuerpos hegemónicos versus libertad estética cuestionados desde la palabra. Fuerte condena a quien habla del físico del otro, mientras en Instagram la imparable maquinaria de la presión por alcanzar lo imposible nos bombardea, silenciosa. Cómo debe haberla presionado a Silvina que encima trabajaba con su cuerpo.
Nunca mejor dicho eso de “una imagen vale más que mil palabras”. Desde cualquier storie de instagram nos asedia en silencio la fantasía de una corporalidad perfecta hacedora de una vida ideal, ganándole la partida a las discusiones públicas. Colas, bocas, pechos, piernas obligadas a parecer talladas para aprobar un estándar que se corre cada día más de lo posible.
Al pánico general que provoca hoy no caer en la pobreza se le suma la pavura de ser vistas como “feas”. Y lo digo en femenino porque, si bien los hombres empezaron en estos últimos tiempos a padecer estas imposiciones, siguen siendo las mujeres las víctimas de esta alienación.
Mientras nos lamentamos por esta tragedia, la pérdida irreparable de Silvina, ¿cuántas de nosotras estamos en paralelo pidiendo presupuesto a un médico o esteticista (porque ahora todo se vende como no invasivo) para hacernos algo pues ya nunca alcanza? Jamás se es lo suficientemente flaca, linda o joven para llegar al estándar; un agobio continuo de exigencias que nos atraviesa a todas.
Tanto que mientras escribo esto pienso que hubiera podido ser más feliz de haber sido linda. Linda como Silvina.
LA/DTC