Los medicamentos de papá

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La lucha que están atravesando lxs jubiladxs hoy en día me recuerda a la época entre mis 6 y mis 16 años: mi papá estaba enfermo de cáncer. En la línea del ferrocarril en la que trabajaba, lo habían jubilado tempranamente por invalidez. Esa fue la crisis más fuerte que pasamos como familia. 

Era el año 1989, la crisis económica que había dejado el gobierno de Alfonsín se intensificó con las políticas menemistas y el sistema de salud estaba desmembrado. Una de las dinámicas propuestas por la obra social ferroviaria en aquel momento era devolver un 80% del dinero gastado en medicamentos; pero la inestabilidad económica era tan grande que el sistema no resultaba ser de ninguna ayuda: los remedios que necesitaba mi papá eran compras semanales, y los precios aumentaban con esa misma rapidez. Ante la insuficiencia de fondos, mi familia se disponía a elegir qué de lo que teníamos podíamos vender. 

Para las fechas importantes, se solían regalar cosas de oro. Mi mamá tenía una pulsera con muchos dijes, cada uno había sido un regalo de mi papá para alguna ocasión especial. De esa pulsera, se iban desprendiendo los dijes: cada vez que había que comprar un remedio, era sacar uno y venderlo. Así lo hicieron hasta que no quedaron más; ni dijes ni pulsera. Lo siguiente fue vender el auto; después, un terreno; después, cerrar el negocio e hipotecar la casa.

Lo que veo hoy de la situación en Argentina me lleva directamente a ese tiempo: tanto las marchas y manifestaciones de lxs jubiladxs como los golpes que reciben por parte de las fuerzas de seguridad. También me acuerdo perfecta y específicamente de Norma Plá, porque las luchas de lxs adultxs mayores coincidieron con aquellos momentos en que Karina Urbina se manifestaba, pionera y sola, con su voz y sus pancartas, por el derecho a la identidad de las personas trans. Me acuerdo de que Karina modificó su día para manifestarse frente al Congreso: la presencia de lxs jubiladxs en la calle había crecido mucho y se mezclaban las luchas.

La quita de medicamentos es lo peor; habla de un sistema que propone —implícitamente, aunque esta vez no tanto— un “sálvese quien pueda”. Pienso en la semejanza con la estructura sanitaria de los Estados Unidos, aquel país del que me escapé y que tanto se pondera desde el gobierno actual. Allá, accede a la salud quien puede costearla, no todos los trabajos cuentan con una obra social, y tan solo ser trasladadx por una ambulancia puede llegar a costar más de 5.000 dólares.

Bajo una mirada política del descarte, mi papá murió a los 43 años. Quedó una casa hipotecada y la necesidad de hacer un esfuerzo extraordinario para poder revertir la situación. A nivel país, hizo falta que se desencadenara el desarme estructural del 2001 para luego volver a reconstruir la sociedad. Hoy día, me pregunto cómo hubiera cambiado nuestra historia si no le hubiéramos abierto la puerta, otra vez, a una derecha neoliberal tan feroz.

MBC/SN/DTC