Diego Armando Maradona no murió el 25 de noviembre de 2020. Ese día, contradiciendo el título nietzscheano del diario francés L’Equipe: “Dios ha muerto”, eso no ocurrió. Todo lo contrario, la muerte de Maradona reactivó en forma acelerada su proceso de santificación popular suprema, ubicándolo en la cima de ese Olimpo pagano argento que sabemos construir. Pero ¿puede ser desplazado Cristo Zeus de su lugar de Rey de Reyes y de dioses?
Diego no murió el 25 de noviembre de 2020 en Dique Luján ni lo enterraron al día siguiente en Bella Vista. Maradona fue enterrado el 18 de diciembre de 2022 en Lusail, Qatar. Ahora puede descansar en paz.
SuperDios ha muerto y ha nacido un nuevo Messías. El hijo ha superado al padre. Solo le faltaba ganar un Mundial. Y Leo lo hizo. Era ídolo y se ha convertido en Superhéroe. Es, a su manera, un Dios. Pero ¿qué clase de Dios es Lionel Messi? ¿Su ascenso al Olimpo de los mitos argentinos implica el destierro de Diego?
Veamos.
En los últimos tiempos, en redes (y entre las redes sociales ya es tiempo de que incluyamos el WhatsApp) circularon mensajes, tuiteos y memes en los que puede leerse una clara construcción de un Dios diferenciado y opuesto: Diego era, en boca de Eduardo Galeano, “el más humano” y el más “sucio” de los dioses. Era imperfecto, adicto, problemático, machista, puteador; su vida era compleja, como lo fueron sus vínculos. También era político. Leo, al contrario, es puro, impecable, un modelo de vida, de sacrificio y trabajo, de familia unida y tradicional. El peor insulto que se le oyó fue “bobo”. En redes se exacerban los defectos maradonianos con poca comprensión del contexto histórico y se idealizan las virtudes messianas, como si realmente existiera un humano de pureza absoluta. No importa que Leo haya dicho que quería jugar como Maradona. No importa que lo reconozca y que le agradezca cada gol cuando mira al cielo. Es necesario matar al padre para que el hijo renazca.
En todo caso, si Leo Messi deja que esa falta de contradicción florezca, es un rasgo de inteligencia: debe haber sido la persona en el mundo que más estudió el juego de Diego, el que más acató la consigna maradoniana de que es necesario transpirar la camiseta, que solo con el talento no basta, que la clave del juego es el trabajo en equipo, y también quien mejor se dio cuenta de que la autodestrucción necesaria como condición del artista o el genio no sirve. Leo habrá visto que la pulcritud, la conducta correcta, la buena alimentación y el cultivo de esa imagen prolija es lo que las nuevas generaciones están pidiendo (los santos populares también se forjan a demanda) y lo que más rinde a la larga. Pero además, a quienes desconfiaban de sus dotes de líder y capitán (entre ellos, una fila de periodistas deportivos), les dijo no solo que en el juego es As de Espada sin mentir sino que, en todo caso, los excesos de palabra (y de los otros) se reparten con el resto pero no lo rozan a él, que necesita mantener la imagen limpia de sospechas que lo acerquen a las imperfecciones del padre. Un hijo sano. Un hijo digno. Y también: una persona que llega a la cima por prepotencia de trabajo, por constancia y por saber hacer oídos sordos a quienes intentaron denigrarlo en el pasado, también, en comparación.
Andrés Burgo es periodista deportivo, autor de El partido (Tusquets), entre otros libros que siguieron la carrera de Maradona. Me dice: “Messi siempre fue más introvertido, más para adentro, como prescindible del afuera, y eso lo ayudó a sobrevivir la locura que debe ser -que es- ser Messi. Su momento de ‘sacrificio’ fue cuando ya estaba en la madurez. El de Diego fue todo el tiempo, ¿no? Por eso fue amado siempre, desde el vamos, y Messi recién ahora.”
Hoy, triunfo mediante, 36 años después, todo se invierte, y ahora sí, Messi reina, colma las expectativas y nos da la felicidad que Diego supo darnos en el 86: el acto de venganza contra los ingleses se duplica mejorado y sin trampa (mal que le pese a Francia). El Sur colonizado vuelve a ganarle al Norte colonizador.
De intercambios y desplazamientos
Son nuestros hijos, millennials y centennials (las dos generaciones que conviven en la Scaloneta), que no vieron ganar a Maradona en el Mundial 86 (tampoco Messi lo vio) quienes se lo van a tatuar. De todos modos, hace falta que avancen las generaciones para que se borren de los cuerpos, altares móviles, los tatuajes de Diego y sean reemplazadas por los de Leo. Como esos otros altares fijos, imborrables, que son los murales, en Buenos Aires y otras ciudades argentinas y en Nápoles, gran ciudad santuario maradoniano, donde, como acto simbólico, se abrió la ventana de un edificio con un gran mural de Diego, cerrada desde 1990.
Messi está siendo construido como “santo” según el sentido común: un hombre bueno, incapaz de hacer mal, un proceso cuyo comienzo oficial consensuado que puede datarse el 18 de diciembre (pero anunciado ya en la Copa América que Diego no pudo ganar). Contra los santos y dioses populares hombres, que en la Argentina suelen ser imperfectos de toda imperfección (Diego en la cumbre).
¿En ese caso, sería posible una convivencia pacífica entre los dos en ese Olimpo apto para ateos? Recién, de a poco, aunque los procesos de santificación, novísimas tecnologías mediante, se aceleran cada vez más, puede verse cómo, donde hay una imagen de Maradona, se acopla una de Messi. Las primeras “prueba” de esta superposición y convivencia camino a un posible desplazamiento (de figuras pero también de sentidos) están a la vista, en un mural en Qatar donde están inmortalizadas las imágenes de los dos; en esa doble foto que circuló con los dos besando la copa; o la figura de Diego en la Scaraneta, un “Escarabajo”, modelo de Volkswagen 1960, ploteado por dos fans de la Scaloneta (Ariel Galván y Tano Cresce), que llevaron al obelisco el día de los festejos y a Rosario para ser firmada por el nuevo astro universal. Esta semana, Maxi Bagnasco, muralista que empapeló CABA con sus representaciones de Maradona, inauguró en San Telmo un mural de Messi con el gesto Topo Gigio.
Pero también, siguiendo la línea del recambio y del intercambio generacional, Messi gana el Mundial con 35 años, capitaneando como “el sabio de la tribu”, en palabras de Pablo Alabarces, sociólogo y uno de los que más ha estudiado el tema del fútbol, de los ídolos y de los mitos en la Argentina, lanza algunas hipótesis: “Su rol en el grupo es distinto porque él es distinto, no porque se ‘maradonice’, que no lo hace: es distinto porque pasa a ser el mayor, y a su edad, con menor posibilidad atlética, fue el más experimentado, además del mejor”. Alabarces, que venía negando la condición de héroe de Messi, dice que “algo cambió el 18 de diciembre” y enumera: “Salimos campeones, jugaron, coquetearon con la derrota, seis millones de personas en las calles”. Y aporta una “prueba” más al recambio: “El pasaje en la canción en la versión que hacen los jugadores después de ganar la tercera, ‘que Diego descanse en paz’, es proponer el relevo. Como que dicen: ‘ya está, todos lo quisimos, pero es suficiente’”.
La pregunta sobre quién será el Zeus de nuestro Olimpo argento queda flotando en el aire, si es que importa resolver esa competencia saldada (el Diario Olé propuso una encuesta que da por ganador por goleada a Leo sobre Diego). Lo importante es que hay lugar para los dos. Sí, Diego puede descansar. Hay un nuevo Rey León en fusión con un Rafiki argento en la tribu humana universal.
GS