El atentado contra CFK Opinión

Un milagro secreto

2 de septiembre de 2022 13:21 h

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Un arma frente al rostro de la vicepresidenta. No dejamos de preguntarnos, desde ayer, qué hubiera pasado. Hubo una bifurcación afortunada, un pequeño azar técnico, lo que les creyentes llaman milagro, unas fuerzas anímicas protectoras, unas diosas, un dios, que impidió lo peor. Pero el hecho está en el aire. En “El milagro secreto”, Borges imagina una detención del tiempo que permite que en los segundos en que las balas que fusilan lleguen al cuerpo del escritor encarcelado, él pueda terminar, en un soliloquio fundamental, la novela. El milagro secreto ocurrió anoche, algo se suspendió en el aire, se detuvo, temblamos en esa detención. Miramos una y mil veces esa imagen, porque aunque la bala no haya salido, la voluntad asesina debe ser explicada.

¿De dónde surge esa decisión, de qué argamasa de motivos? Se dice: los discursos del odio. No son solo discursos; son acciones, puestas en escena, coreografías de los cuerpos. Un diputado nacional es golpeado por la policía de la ciudad de Buenos Aires cuando quiere entrar al edificio donde vive su madre. La policía desparrama gas pimienta, balas de goma y trompazos y recibe felicitaciones de las autoridades de la ciudad. En cadena nacional se agita la voluntad de suprimir, para siempre, la enfermedad populista. Un hombre se toma en serio ese mandato, que coincide con sus propias ansias de notoriedad televisiva. Va hacia el magnicidio, con sus tatuajes que lo filian en lejanas mitologías nazis, con un arma que quedará tirada en el piso. Hoy se suceden los comentarios en las redes: personas que cuentan que en grupos de WhatsApp y en reuniones ocasionales están lxs que festejan la valentía y lxs que lamentan que el hecho no fuera finalmente consumado. Están quienes aprovechan para sacarse la máscara de la tolerancia y dejar al desnudo su aspiración al aniquilamiento.

Cuenta Bioy Casares, en un libro tremendo en el que narra su larga amistad con Borges, que festejaron los fusilamientos de peronistas en 1956. Allí, el milagro fue un fusilado que vive -serían varios- y dos jóvenes que se animan a investigar qué sucedió. Uno de ellos escribiría el libro Operación Masacre. La otra, dejaría diarios de la investigación que recién conocemos, en los que va registrando la sorpresa ante esas familias de la clase obrera, laburantes que tienen sus casitas en barrios alejados, golpeados por una cruenta represión. Rodolfo Walsh y Enriqueta Muñiz eran antiperonistas, pero en ese caminar buscando testimonios, se encuentran con una comprensión nueva de qué es el peronismo y cuál es la voluntad destructiva de sus enemigos.

Cristina no es solo Cristina, pero es fundamentalmente Cristina. Su nombre condensa la posibilidad de preservar la historia abierta, también al interior de un difícil frente de gobierno.

No es abuso de la serialidad ver en el arma suspendida frente al rostro de Cristina la reiteración de esa voluntad. Que, como tal, no está dirigida solo a ella, aunque sea su objeto sacrificial. El discurso contemporáneo del odio es parte de una escena mundial, agitada por derechas autoritarias que vienen a reponer con dureza todas las jerarquías amenazadas: las de clase, las de género, las raciales. Reposición disciplinadora, que se agita ante nuestros ojos desorbitados frente al arma, una y otra vez. De Trump a Bolsonaro, pero también por abajo, la expansión de una hostilidad, la habilitación de una violencia que se puede ejercer contra las pibas, las travas, los planeros. Se nombra odio a la fuerza antiigualitarista, a la demolición de la igualdad como horizonte. Con el sanbenito discursivo del mérito y la realidad del capitalismo de sacrificio de vidas desechables.

Esa política pertenece a la geografía del mundo actual, pero a la vez hereda y actualiza las propias servidumbres argentinas, el modo en que se persiguió, con todas las sevicias imaginables, a las militancias populares. Anoté: José León Suárez. Pero la calle que pasa por allí llega hasta Campo de Mayo -de un basural al lugar donde funciona el CEAMSE, pero también desde el fusilamiento con errores varios y un estado de sitio inminente a la disposición concentracionaria de las personas secuestradas. Cambio de escala, aprendizajes de cómo tratar a quienes pelean por una sociedad más igualitaria. Ese brazo tatuado con símbolos extraños, renueva una escena por demás conocida. Aviones bombardearon una plaza, en 1955, cuando pasaban trolebuses con escolares y oficinistas iban y venían en su horario de trabajo. Lo hacían para aleccionar, amedrentar y con el motivo explícito de matar al presidente. El arma frente al rostro de Cristina moviliza esa amenaza, que es hacia ella y hacia todxs nosotrxs.

Cristina no es solo Cristina, pero es fundamentalmente Cristina. Su nombre condensa la posibilidad de preservar la historia abierta, también al interior de un difícil frente de gobierno. Su nombre moviliza una memoria, que es la de otro país posible. Esa bala lleva su nombre, pero también el nuestro. No es solo ella: son las políticas distributivas e igualitaristas de doce años de gobierno, es la fuerza plebeya que la acompaña, es el amor desparramado en el pueblo, es la memoria de un país soberano, es la alegría de sabernos comunidad. Encarna todo eso, lo sostiene, lo juega en su cuerpo. Quieren matarla para matar lo de insurrección popular que nos habita, para impedir que eso que deseamos, añoramos y memoramos tenga un cauce político que requiere su nombre y su presencia viva.

MPL