Vladimir Nabokov pensaba que cada uno de nosotros debía descubrir por sí mismo la particularidad del mundo. Sin duda alguna, afirmaba, hay una realidad “media” percibida por todos nosotros , pero esa no es la verdadera realidad, sólo es la realidad de las ideas generales, de las formas convencionales, de la monotonía. Me puse esta semana a pensar en Nabokov porque estuve trabajando en mis cursos sobre el poema “Betularia” del libro magistral que acaba de publicar Sergio Raimondi que se llama Lexikón.
En ese poema se narra, de alguna manera, la velocidad en la que una especie de mariposas mutó de color para no ser atrapada por los predadores. Se habla del vapor de las máquinas industriales. Y el poema -de manera impersonal- se sorprende de cómo una especie puede resolver miles de años de evolución en un segundo mientras -piensa uno- nosotros todavía no sabemos qué mierda hacer con el dólar.
Le hago notar a los alumnos que, en el poema de Raimondi, no se puede hablar de un poeta detrás de los versos sino que es mejor, más preciso, hablar de un poema. Es el poema el que habla. Decidir si el poema es algo en sí o es sobre algo es un momento central. Como cuando la gente decide qué tipo de cristiano es, de los que piensan que Cristo volvió de entre los muertos o que, en realidad, la resurrección debe tomarse en términos simbólicos ya que nadie vuelve de la muerte. Estos últimos piensan que Cristo hizo el bachillerato con los esenios y después salió a difundir sus enseñanzas.
Nabokov pensaba que los insectos no se mimetizaban por temor al depredador, para protegerse. Para eso contaba que se había abierto la panza de un oso hormiguero y se había comprobado que el oso se había comido la misma cantidad de insectos mimetizados que los que no lo estaban. ¿Conclusión? La naturaleza se mimetiza por amor al arte, porque sí, como uno se viste para salir o se pone un tatuaje. Nabokov despreciaba el arte socialista. En realidad, lo que importa es que más allá de que estemos de acuerdo o no con los motivos de la betularia para mimetizarse, uno puede apreciar el poema de Raimondi o la idea de Nabokov, puede disfrutar de la belleza de la conjetura, si necesidad de compartirla. Porque el poema es algo, no sobre algo.
En algún momento de la clase recomendé la lectura de Pálido fuego, de Nabokov, novela que admiro profundamente y cuyo personaje central, Charles Kinbote, me divierte mucho. Dije que me gustaba mucho el epígrafe de esta novela: “Nadie recuerda al guante que se perdió”. Pero después cuando fui a buscar la novela en mi biblioteca me di de frente conque ese epígrafe no estaba en Pálido fuego. ¿Dónde estaba? Busqué en otros libros de Nabokov y nada. Estoy seguro que no lo inventé y que debe estar en algún libro y por algún motivo que no puedo discernir ahora se lo adjudiqué a Pálido fuego.
Como no tienen flores para dejar en la tumba de Borges, Berger piensa “¿Y si le dejo uno de los guantes?”
La misma tarde que hablé del guante en los cursos, Eduardo, que asiste a ellos en las horas de la tarde, me prestó un libro de John Berger, que se llama Allí nos vemos. Es una recopilación de memorias, muy lindas. Berger cuenta ahí que va a Ginebra a visitar a su hija -ella trabaja en un teatro, escribiendo los programas de las óperas- y que ambos deciden ir a la tumba de Borges. Cuando llegan Berger describe la tumba, las inscripciones en nórdico -es una tumba extremadamente literaria- y la pena que siente por no haber llevado flores. Berger y la hija van en moto hasta el lugar, Berger conduce y lleva guantes para manejar la moto a pesar del verano. En un párrafo explica por qué los motociclistas usan guantes: “Los motociclistas usan guantes de piel fina incluso en los días más tórridos del verano por una razón especial. En teoría, los guantes le protegen a uno de que se produzca una caída, además de aislar las manos de la goma pegajosa del manillar. Pero más íntimamente , sin embargo, los llevan para protegerlas del aire, pues aunque muy agradable cuando hace calor, reduce la sensibilidad del tacto. Los motociclistas llevan guantes en verano por el placer de la precisión”.
Como no tienen flores para dejar en la tumba de Borges, Berger piensa “¿Y si le dejo uno de los guantes?” Pero deja la idea de lado rápidamente y deciden volver con la hija al día siguiente a traer flores para Georgie. Cuando lleva a la hija de nuevo hacia su trabajo, se da cuenta de que perdió un guante. No lo puede creer. Yo sí.
En una serie notable que se llama Line of duty, los polícías se ponen guantes de látex, celestes, cada vez que van a tocar objetos que son evidencias de un crimen para no contaminarlos o cuando quieren esconder que son ellos los que mueven las evidencias. Los guantes también son para el frío intenso. Son objetos de lujo de cuero negro que usan los asesinos. En un poema de Wystan Hugh Auden, en señal de duelo por la muerte de un ser querido, él imagina que los policías de tránsito se ponen guantes negros, a mí me gustaría que los obreros de vialidad se pusieran guantes negros. Porque están de luto por todo lo que perdimos, por todas las estupideces que cometimos por el maldito ego.
Mi padrino Bruno -un ser central en mi vida- solía tener un par de guantes que trajo de la guerra en la que combatió. Uno se le perdió y me acuerdo que le dio lástima. Eran unos guantes marrones, de cuero. Bruno solía cocinarnos un pollo al horno con papas descomunal. Como era lo único que sabía cocinar le ponía garra. Un mediodía lo veo sacando la bandeja del horno caliente con la mano enguantada. El único guante marrón que ahora le quedaba, seguía siendo útil. Él no paraba nunca.
FC