“El dolor cambia de forma, pero nunca se termina”. El que dice esta frase es el actor Keanu Reeves. Tiene motivos. Su padre lo abandonó cuando él tenía tres años. Su madre lo llevó de una ciudad a otra -e incluso de un país a otro- mientras, como algunos personajes de Raymond Carver, trataba de establecer relaciones de pareja con diferentes novios. “Los novios de mi madre me trataban mal”, dijo también Keanu. Como si fuera un maestro que enseña a martillazos, el dolor siguió: Cuando se casó con Jennifer Syme, tuvieron una hija, Ava, que murió antes de nacer. La pareja no pudo soportar este duelo y se separó. Poco después, Syme se dio un palo con su camioneta y murió en el acto. Keanu tiene una hermana, Kim. Bueno, ella tuvo leucemia y Keanu se ocupó de su tratamiento -en Estados Unidos destaparte un oído sale mil dólares, imaginen un tratamiento más grave-. Por suerte, Keanu estaba haciendo Matrix y donó buena parte de sus ingresos a un centro que lucha contra la leucemia y su hermana, al día de hoy, está felizmente curada. A pesar de todas estas cosas, Keanu sigue adelante con alegría, se podría decir que es un estoico.
La escuela estoica fue fundada por Zenón de Citio, en Atenas, a principios del siglo III a.c. y es una filosofía que debería tomarse en serio y no como un método de autoayuda porque propone, entre otras cosas, que en el mundo no hay nadie transcendental que te esté cuidando. Qué hacemos frente a lo que nos puede suceder y no podemos controlar. Los estoicos eran claros: sólo debemos ocuparnos de lo que podemos controlar y dejar absolutamente de lado lo que no podemos controlar. La hermosa edición de la poesía completa de Fernanda Laguna tiene un título estoico: Control y no control.
Los estoicos también pensaban a la filosofía como una disciplina que tenía teoría y práctica. No les interesaba la teoría por sí misma. Una técnica que te sirve para escribir también te tiene que servir para vivir, podría haber escrito Epicteto, uno de los grandes estoicos del periodo tardío en esta escuela. Gilles Deleuze se interesó mucho en esta escuela antigua y en su genial libro Lógica del sentido, les dedica páginas inolvidables. ¿Por qué le interesaban a Deleuze? Porque el filósofo francés pensaba que la filosofía era una disciplina que te impedía pensar, que era la estructura de un lugar común, donde la diferencia se vivía como negatividad -Hegel- y que bastaba sólo con mostrar el gran mapa mental de la razón -Kant- para quedarse satisfechos. Pero Deleuze quería más, en principio, necesitaba una filosofía de la inmanencia: no hay cielo con un Dios, no hay ideas platónicas en una esfera superior. Por eso encuentra en los estoicos una filosofía de la superficie que ama el acontecimiento.
Sabemos, como le pasa a Keanu, que el acontecimiento puede ser hermoso o terrible. Para los estoicos lo único que se puede hacer con algo que es terrible y nos sucede -la pérdida de un ser querido, una enfermedad- es querer al acontecimiento, aceptar nuestro destino y no ser llorones. A un estoico nadie le hace nada. Diógenes Laercio define la manera en que los estoicos comprenden la filosofía: “La cáscara es la lógica, la clara es la moral, y la yema, completamente central, es la física”. Para los estoicos, como escribe Deleuze, “ya no hay profundidad ni altura”, todo sucede en la corteza de la inmanencia“.
Me acuerdo lo que me contó una vez un amigo. Él era muy chico -tenía once años- cuando se murió su mamá. En el velorio lloraba y se preguntaba, ¿por qué a mí? ¿por qué a mí? hasta que se acercó un tío suyo -el hermano del padre- y le dijo: ¿Por qué no? Mi amigo se sintió molesto, pero con el paso del tiempo se dio cuenta de que el verdadero consuelo para su cura se lo había dado su tío.
A fines de la década de 1960, Delleuze estaba fascinado por el poeta Joë Bousquet y la herida que éste sufrió durante la Primera Guerra Mundial: “Debemos decir que Bousquet es estoico, la herida profunda que lleva en su cuerpo, la capta en su verdad eterna, como acontecimiento puro”. Busquet fue herido el 27 de mayo de 1918 en la batalla de Vaylli y nunca más pudo levantarse de la cama, hasta su muerte en 1950. Vivió en un pieza oscura, dedicándose a la escritura de poemas: “Mi herida existía antes de mi. Nací para encarnarla”. La moral estoica se relaciona con el acontecimiento; consiste en querer el acontecimiento como tal, es decir, en querer lo que ocurre en tanto ocurre.
“Tengo que morir. ¿De verdad? Si es así, entonces estoy muriendo: si es pronto ahora cenaré porque es la hora de cenar, y después cuando llegue el momento, moriré”, escribe Epicteto es sus Disertaciones. Tiene algo de humorístico este fragmento. Los estoicos aceptaban la reglas de la naturaleza. Si bien el Yo es alguien muy difícil de derrotar y vemos a muchas personas millonarias trabajando en Silicon Valley para ver cómo pueden ser inmortales -nuestra conciencia puede quedar en un ordenador-, ¿no sería más ético que todo ese dinero lo usaran para paliar el hambre que hay en el mundo? Aceptar morir es dejar el lugar a otro. A veces la gente no quiere dejarle el lugar a otro en una empresa, en un partido, en el cine, en la vereda repleta de la estación del subte.
Tengo un amiguito de ocho años que tiene un amor muy profundo por la vida, tiene lo que Gottfried Leibniz decía que había que tener: estar contento por el mundo. Eso no es ser indiferente o egoísta, es disfrutar de lo mejor y tener la fuerza para soportar lo peor. Mi amiguito tiene un gran amor por la música y también practica artes marciales. Durante mucho tiempo estuvimos preocupados por cómo se podría adecuar al mundo alguien que tiene una sensibilidad diferente. Pero yo lo estuve mirando atentamente y me di cuenta que no hay nada de qué preocuparse. El es una potencia y es probable que termine cuidándonos a nosotros. Yo no podría decir que soy como un padre para él, porque ya tiene dos padres amorosos que lo cobijan, pero sí puedo decir que él es un maestro para mí. Muchas gracias por eso, amiguito.
FC