borcegos y taco aguja Opinión

No es corrección política, es economía

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Leo, y releo, la expresión corrección política, asociada a la cancelación (dos conceptos bastante manoseados, por cierto). Me había hecho una promesa: no escribir sobre el tema hasta no tener una opinión formada. De todos modos, las opiniones nunca se me terminan de formar, se la pasan fluyendo. Creo que ya es muy difícil hablar de estados permanentes. De todos modos, quiero decir algo que pienso sobre esa asociación.

Lo primero que me viene a la cabeza es que, cuando suponemos que las decisiones (algunas bastante ridículas, por cierto) de modificar obras para no “herir sensibilidades” estarían siendo justificadas por la corrección política de quienes toman esas decisiones, no siempre (o casi nunca) explícitas, esas personas o agrupaciones no esgrimen la corrección política como causa ni hablan de cancelación, de modo que son interpretaciones a posteriori, que tienen un cierto consenso implícito, y “queda mal” (es políticamente incorrecto) discutirlas. 

Uno de los casos que se discuten hoy es el de Roald Dahl (1916-1990), autor, entre otros libros infantiles, de Charlie y la fábrica de chocolate. Las palabras que se propone eliminar la editorial británica Puffin, que difunde su obra junto con la Roald Dahl Story Company, son gordo y negro, entre otras, y la búsqueda consiste en encontrar sinónimos o eufemismos menos “hirientes”. Para eso existe un colectivo que trabaja por la inclusión y la accesibilidad en la literatura infantil, Inclusive Minds (Mentes inclusivas), creada en 2013 y que se define como “una organización que trabaja con el mundo de los libros para niños para apoyarlos en una representación auténtica, principalmente conectando a aquellos en la industria con aquellos que han vivido la experiencia de cualquiera o múltiples facetas de la diversidad”.

La discusión, dicho sea de paso, omite el antisemitismo del autor, lo cual tampoco neutraliza la obra, pero es un dato a tener en cuenta. Como me dijo la autora del libro ¿Se puede separar la obra del autor? (Capital Intelectual), Gisèle Sapiro: “Cuando tratamos de separar la obra del autor, el autor siempre nos recuerda que están relacionados”. Por otra parte, las editoriales que lo traducen y publican en español, Alfaguara y Santillana, no se sumaron a la acción represiva y van a mantener las versiones originales.

El otro caso célebre es el de Agatha Christie (1890-1976), la gran autora inglesa de policiales, de quien suele decirse que vende casi tanto como La Biblia, y que la editorial Harper Collins decide dar un lavado de cara. Ian Fleming, creador de James Bond, también cae en la volteada. No van por el lado de la cancelación de autores (no podrían hacerlo en el caso de Blancanieves o La Cenicienta, también bajo el ojo vigilante) por lo que hicieron en sus vidas sino por las palabras contenidas en obras y que hoy serían ofensivas. Convertir la literatura en inofensiva es un problema, sin duda.

Es tentador, lo reconozco, hablar de corrección política (aunque viniendo de Inglaterra, podríamos pensar en puritanismo), pero ojo. Si hay personas en Occidente que ejercen la incorrección política son dirigentes de ultraderecha, conservadores, reaccionarios, como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson o, en la esfera nacional, Javier Milei. ¿Hay algo más incorrectamente político que esos personajes? Fíjense, nomás, en los pelos de la mayoría de ellos (perdón, no debería decir eso). 

Por eso, me pregunto, si cuando se conectan esos dos conceptos irreflexivamente, se está corriendo por izquierda o por derecha. Porque la corrección política suele endilgarse a los feminismos (¿no se trata de eso todo esto?); también se les endilga la función de “policía del lenguaje”. Todo en una misma bolsa confusa que no aporta ni al debate ni al pensamiento. Y marco el plural: hay muchos feminismos, incluso, contradictorios entre sí.

Por otra parte, no es cierto que las nuevas generaciones solo van a tener a disposición ese acotado número de ejemplares corregidos para “no herir sensibilidades”. En la era digital, es absurdo pensar que el patrimonio se daña por  algunas decisiones editoriales cuyos verdaderos motivos no podríamos determinar del todo con seguridad, aunque me gusta la hipótesis que desliza Cecilia Murillo en esta nota, cuando incorpora como elemento de análisis las adaptaciones de los libros a plataformas audiovisuales en el debate y dice: “Hay muchas posturas en estos debates. Para algunas personas es censura, otras hablan de cultura de la cancelación o corrección política y algunas apuntan a los intereses de las editoriales. Me inclino por el tercer grupo.” 

La asociación con la quema de libros en la inquisición y la fantasía apocalíptica, por otra parte, ya cumplida en dictaduras, de Fahrenheit 451, tampoco me parece tan exacta. No vi que alguien esté proponiendo quemar ni destruir todo el stock existente en bibliotecas, casas, librerías, de los libros de Agatha Christie o de Roald Dahl, previo paso por el lavarropas de las palabras. Ni los PDFs piratas ni los e-books ya almacenados en cientos y miles de dispositivos.

Obviamente, no hace falta decirlo, creo que no está bien (ya que todo esto es del orden de lo moral) que se cambien las palabras de un autor en un libro (no me gustaría que hagan eso con mis libros cuando me muera, aunque esa movida signifique una reventa que beneficie a mis herederos, en una distopía imposible). 

No creo que sea corrección política ni un hecho policial ni que haya que decir siempre lo mismo o asentir cuando alguien bienpensante lo dice. Podemos darle otras vueltas al asunto. No digo tampoco que no haya otras voces que se levanten a favor del debate o a disputar sentidos. Pero creo que, en definitiva, la cuestión no es del orden de la moral, ni de la política, sino que es una cuestión económica. Los libros son objetos de consumo, producciones culturales pero también productos a secas, y también commodities transformables en otros objetos de consumo (series, películas). Está bien alzarse contra esas decisiones que no le hacen justicia, sobre todo, a personas que están muertas y no pueden defenderse. Como sea, va a pasar, y van a quedar las mejores versiones, las originales, siempre a disposición de eso que llamamos el Gran Público.

GS