Recién lo vi al Kun Agüero. Crack. Los cracks son además, y por eso mismo, inteligentes. “¿Por qué grita así?”, se pregunta en Twitch mientras mira el discurso de Fernández ante la Asamblea Legislativa. Acaba de parodiar los gritos del otro día del Presidente. Sigue Agüero, más o menos así: ¿por qué no dice ‘estamos pensando cambiar la Argentina y lo mejor sería empezar con el tema seguridad, la educación’?. Agüero emplea un tono pausado y calmo. “¡Pará…!”, pide al final.
Lo primero que menciona Agüero es seguridad y educación, agenda básica de un dirigente político. Brillaron por su ausencia en el discurso de Fernández. En la madrugada siguiente balearon el súper de los suegros de Messi en Rosario.
Dejemos a un lado el contenido del discurso de Fernández. Incluso la contradicción entre su elogio a la moderación (autoelogio) del comienzo y la carga fuera de toda proporción contra los miembros de la Corte Suprema de Justicia del final de su mensaje. Dejemos eso y vayamos a los gritos.
El discurso político necesita del énfasis y el vigor. Está en su naturaleza. La política, nos dice su ciencia, es conflicto. Lo específico de la política, lo que distingue esa esfera, como dice Weber, es la lucha, la pelea. El propio Weber dice que para llorar están las iglesias.
Ahora, lo que de verdad a esta altura no se banca más son los gritos.
La vicepresidenta respondió a su condena por defraudación al Estado en diciembre último con un mensaje dirigido desde su despacho en el Senado en el que desafió a sus juzgadores, los acusó de integrar una mafia y aseguró que no será candidata a nada. Todo a los gritos.
Fernández se desgañitó en el recinto de Diputados mientras acusaba a la Corte de amañar sus decisiones y “tomar por asalto” el Consejo de la Magistratura. Desde el recinto le respondieron, a los gritos.
Recuerdo a Mauricio Macri en un acto de campaña por su reeleccion, vociferando que las calles de Buenos Aires “no se inundan más” por las obras de su gestión.
La novedad en el escenario político, Javier Milei, construyó su mensaje en la descalificación y el insulto a sus adversarios (vaya novedad). Su principal aporte no es la literatura económica liberal, sino su postura desencajada, a los gritos.
¿Debemos indignarnos ante el espectáculo de la lucha política en el umbral de un año electoral? Sería inútil. Hay otras cuestiones que merecen indignación, pero no es tarea del periodista.
Para salir de su postración ya intolerable la Argentina necesita serenidad. No nos griten más.
WC