Por el número y el brío de sus manifestantes y por la franca osadía de sus elementales reclamos, las multitudes que el domingo salieron a protestar a las calles de las ciudades cubanas sobresaltaron a un mundo que no se las esperaba. Lo que no significa que el fenómeno no tuviera causas. A Joe Biden las protestas parecen haberlo contrariado. Como la crisis migratoria en la frontera Sur, como el asesinato del presidente de Haití, como el ya indisimulable aumento de los crímenes de sangre en su país, no figuraban en sus planes. Nada encontraba de intolerable o de efímero el presidente demócrata en la imagen de Cuba que se había formado y fijado. Y que había había retenido hasta el sábado: la de una sociedad estática y un pacífico statu. Lo veía como un panorama promisorio. De haberse quedado quieta la isla, acaso habría podido Biden, según todo indica que era su ilusión, llegar hasta al fin de los cuatro años de su mandato demorando la ocasión de pronunciar la palabra ‘Cuba’. Las manifestaciones de protesta en la isla, y el ruidoso eco que provocaron en Washington y Miami, lo obligaron a pronunciar esa palabra mucho antes, y a pronunciarse sobre la coyuntura.
En respuesta a esa movilización ciudadana en Cuba que todo sugiere que habría preferido que se hubiese puesto en marcha mucho más adelante, Biden invocó el papel rector y dominante de EE.UU.en el Caribe en un comunicado que la Casa Blanca difundió el lunes. En su texto se solidarizaba con el pueblo cubano como con cualquier otro que amara, como el estadounidense, la libertad, y que ejerciera en masa los derechos democráticos de reunión y de peticionar a las autoridades. A la vez que confiaba en que el gobierno cubano comprendería estos puntos de vista, y no reprimiría con la violencia a la protesta social. Un uso de la fuerza que ya originariamente luciría excesivo en un país donde el Estado detenta el monopolio de las armas de fuego.
Antes de este comunicado, Biden nunca se había referido en público a Cuba, ni había mencionado o hecho foco en la isla y sus necesidades y problemas. A esta mención súbita e inmediata le faltó toda espontaneidad, era consecuencia arrastrada por una coyuntura que ya nada hacía posible eludir. El estímulo enteramente ajeno y exterior que había obrado de aguijón para la producción de este comunicado y el contraste con su énfasis y grandilocuencia ponía aún más de nítido relieve que el presidente había oscilado sin transiciones del polo del desinterés y la postergación al del protagonismo y el oportunismo.
La demanda de reacciones por parte de Washington a la magnitud de la protesta social en Cuba es de tal urgencia que el oportunismo se ve reducido a encontrar lineamientos más o menos confiables que puedan guiar una política de reducción de daños. La administración demócrata tiene poco que ganar, pero mucho que perder, en el conjunto de meditadas pero activas decisiones que deberá tomar y reajustar casi día a día.
En términos conceptuales, el internacional y diplomático es el primero de los frentes y flancos que Biden debe atender y proteger. Aunque es menos seguro que sea el que más le interese, porque también en principio no parece ser el más rico en consecuencias dañinas para EE.UU. y para su presidencia.
Dos administraciones jugando con la línea de flotación de una isla
Después del triunfo militar de las guerrillas de Fidel Castro en 1959, el Partido Comunista de Cuba (PCC) pudo gobernar la isla sin rival ni alternancia. Las manifestaciones del domingo fueron las que desde 1959 llevaron más gente a las calle sin haber sido convocadas por el PCC. Reclamaban alimentos y medicinas y coreaban “Libertad” y el estribillo “Patria y vida”. Cuba, que tiene una de las tasas de mortalidad por Covid más bajas de la región, con menos de 2.000 muertos, se ha visto muy afectada por nuevas variantes: el sábado Cuba registró un récord de 6.923 nuevas infecciones. La prioridad del âEstado ha sido desarrollar sus propias vacunas Covid, pero invertir dinero en la producción de vacunas ha dejado al Estado con escasez de efectivo para importar otros medicamentos esenciales. EEUU ha criticado al régimen cubano por no satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos, lo cual, sin embargo, es un resultado clásico del “condicionamiento exterior para el empobrecimiento interior” como estrategia dilecta de Washington para empujar al cambio de régimen en La Habana durante más de medio siglo. Las sanciones del presidente republicano Donald Trump cuyo objetivo, según decía explícitamente el anterior secretario de Estado Mike Pompeo, era “matar de hambre al país”, siguen vigentes. La llegada de la pandemia acabó con la llegada de turistas, una de las últimas fuentes de ingresos extranjeros de Cuba. Como respuesta a la reducción de los ingresos, el estado abrió casas de cambio de dólares, que resultó profundamente impopular, porque encarnaba vívidamente la división entre quienes tienen acceso a divisas y quienes no y, el domingo fueron saqueadas.
El inmovilismo de la administración Biden con respecto a Cuba está entre las causas de que la situación provocara ese estallido que provocó la contrariedad del presidente. Y entre las causas de esa inmovilidad, que revelaba la lealtad de la Casa Blanca al principio de no innovar como origen de soluciones duraderas -reales sólo más allá de la línea del horizonte-, está un frente interno al que sí atiende el partido Demócrata. En las elecciones presidenciales de 2020, la candidatura de Biden sufrió una derrota aplastante en Florida, muy especialmente en el condado de Miami-Dade, en un extremo de la península, a una estrecha y consabida distancia de 90 millas de la isla de Cuba. Más del 60% del electorado cubano-americano votó por Trump. El peligro de alienarse por completo al tercer estado más poblado de los 50 de EE.UU., en vistas a las elecciones de medio término de 2022, alerta y condiciona sus movimientos.
El católico Biden había sido el vicepresidente de Barack Obama en tiempos del acercamiento a Cuba apadrinado por la Iglesia en 2016, primera visita de un presidente norteamericano a La Habana desde la Revolución incluida. Sin embargo desde que en enero asumió la presidencia no revocó las medidas de su predecesor republicano, que no sólo dieron marcha atrás, sino que también endurecieron las relaciones de Washington con La Habana, agravaron el embargo, pusieron trabas al giro de remesas a la isla. Antes de abandonar la Casa Blanca, le crearon a la administración siguiente un problema nuevo, al volver a incluir a Cuba en la lista del Departamento de Estado de países que financian el terrorismo. Biden anunció que emprendería una revisión radical de la política cubana de Trump, pero el examen se demoró sin dar frutos hasta el comunicado del lunes, que tampoco hace anuncios de decisiones concretas.
Un aspecto de los más importantes en la agenda presidencial es uno de los más ocultos, por indirectos. EE.UU. gasta 20 millones de dólares por año en propaganda “anti-castrista” en internet. La conexión a la red por vía de teléfonos celulares comenzó en 2004 en Cuba, y hoy 4 millones de personas acceden por ese medio. Para hacer compras con tarjeta de crédito en la isla hace falta conectarse a una Red Privada Virtual (VPN). Una de las más populares es Psiphon, y basta conectarse en Cuba para recibir el asalto de pop-ups de plataformas de noticias del anticastrismo del exilio, pagados por la Secretaría de Estado. El tono y el contenido de las coberturas periodísticas de sitios como ADN Cuba, Cubanet, Diario de Cuba es uniformemente lúgubre, pesimista, desesperanzador y a la vez injurioso y apocalíptico. A veces, cuando se subraya la importancia de la rapidez del contacto que permiten las redes para organizar protestas y salir a la calle se desestima la anterior velocidad de los contagios informativos compartidos que están en el origen de esas urgencias para la reunión pública y la movilización urbana colectiva de quejas, reclamos y peticiones a las autoridades.
Muchos halcones, pocas palomas en el aire
Después del domingo de protestas cubanas, los republicanos no hicieron más que subir el tono y el nivel en sus exigencias a Biden. Se apoyaban e incentivaban mutuamente con movilizaciones en las calles del sur de Florida, más osadas y persistentes en la península que en la isla, donde ya el martes habían amainado en calles donde la presencia policial era ahora muy visible.
Marco Rubio, senador de Florida, que debe renovar su banca el año que viene, y que será precandidato presidencial en 2024, fue particularmente animado en sus reclamos de intervención norteamericana dirigidos al presidente. Nikki Haley, ex embajadora ante la ONU, también de origen indio como la actual vicepresidenta Kamala Harris, también como Rubio verosímil precandidata presidencial republicana en 2024, tuiteó que en vez de defender al pueblo cubano oprimido, Biden prefirió unirse a sus opresores, al volver a integrar con Cuba comunista la Comisión de DDHH de la ONU, de la que Trump había retirado airadamente a EE.UU.. En declaraciones a los medios o publicaciones en las redes sociales reclamaron acciones directas los senadores Ted Cruz (de Texas, el segundo estado más poblado de EEUU) y Lindsay Graham (de Carolina del Sur).
Para ahondar los riesgos de elegir acciones y caminos en esta encrucijada a la que nunca habría querido llegar Biden, el propio partido Demócrata está dividido. Hijo de inmigrantes cubanos, el presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Bob Menéndez, senador por New Jersey, siempre estuvo en contra de suavizar las severidades del embargo a menos que haya liberalizaciones visibles en la política de La Habana, y después de las protestas volvió a insistir que sigue siendo tan halcón como antes. Los progresistas, dentro del partido y del Congreso, como el representante Jim McGovern, del estado súper azul de Massachusetts, favorecen el regreso a la política de Obama con la isla. Pero a diferencia de los halcones, que levantaron vuelo y desplegaron alas y garra de inmediato, las palomas progresistas salieron de radar. La cadena Fox News se burló de ese prudente llamado a silencio y de esa espontánea ausencia de gorjeos y declaraciones.
AGB/WC