A los 11 años, la nena se hizo señorita, se indispuso, le vino, le bajó. El packaging le quedó chico. La mamá no quiso que engordara. Controló las incursiones a la cocina, le puso candado a la heladera. No era un límite amoroso, de cuidado, era una imposición como consecuencia del susto. El miedo de la mujer adulta por el asomo de las formas de la joven.
“Me invadió un cuerpo de mujer. Tetas, culo, una voluptuosidad que me excedía, me quería cortar el cuerpo. Me invadieron cosas precoces. ¡No estaba preparada!”, dice la protagonista del unipersonal que se llama, justamente, No estaba preparada.
La gente que asiste a la sala La Ñaca explota de risas y luego, antes de que la noche cierre el domingo y sobrevenga la melancolía, intercambia cafecito y reflexiones.
Al personaje dulce, gracioso, identificable lo encarna con enorme entrega física y emocional Silvina Sznajder, bajo la dirección precisa de Fabiana Maler.
Silvina se agita, se preocupa, se ocupa, trota, corre, baila, se escapa. Nos regala el misterio de su vida para confirmarnos que fuimos muchas las que pasamos por lo mismo. Y que, aunque a veces todo se pone oscuro siempre aparece la ocasión generosa para volver a iluminar lo que hemos construido y reescribirlo.
En la obra, la criatura de Sznajder se llama Leia, como la princesa de la saga de Star Wars, y tiene una madre obsesionada con el engorde. La chica no es lánguida como indicaría su nombre en hebreo, sino una muchacha con curvas que es lanzada y también se arroja a la aventura de la vida sin estar preparada (¿acaso alguien lo está?).
A un ritmo vertiginoso, con una lengua bien afilada, Leia vuelve a lugares claves de su recorrido y revisa qué pasó con las ilusiones, porqué se tropezó tantas veces, qué ocurrió con los mandatos, cuán absurdas fueron las reglas y las circunstancias a las que estuvo sometida.
Ese viaje al pasado es afectuoso, por momentos gracioso, siempre tierno. Probablemente, porque la actriz que aloja a Leia ha logrado que su criatura tome distancia de su propia biografía. Ya no hay herida.
En la secundaria, con mayoría de varones, el peligro resultó inminente. “Necesitaba construirme un fuerte, como el fuerte apache, como la muralla china, un cerco perimetral. Blindada, protección asegurada ¡Cómo no engordar! ¿Dónde ocultarme sino? Mi cuerpo detrás de mi cuerpo”.
Hubo “garche precoz” y un largo período de congelamiento. “No tenía ebullición, no había vida, un encendimiento, un calorcito, nada. Quedé anulada, como una momia suspendida en el tiempo -sexualmente hablando-.No volví a tener relaciones, ni con él, ni con otra persona, ni conmigo misma. No estaba preparada y de nuevo a engordar”.
Formación, amores, hijos, vocaciones, amigas. La curiosidad, el deseo de explorar lo ignorado fueron los grandes aliados para convertir los conflictos cotidianos en materia prima de la creación. En un mundo en el que ser, creer que se es o parecer gorda es un problema, Leia nos regala la oportunidad de emocionarnos con la criatura ficcional que podríamos ser cada una, cada uno o cada une de quienes estamos allí. Hacía tiempo que no hablábamos en esta columna del tema que nos convocó en el origen, el ser, estar o ir por la vida gorda. Pasan tantas cosas con los cuerpos que otras acciones y preocupaciones también nos ocupan, nos requieren.
Hay hambre. De comida, de alegría, de encuentros, de afecto. Hay hambre de escucha, de caricias, de comprensión, de open minds.
Yo tengo hambre y voy en busca de un saber. Encuentro a la nutricionista Silvina Chaves, @lanutriok, no centrada en peso. La busco y la encuentro porque estoy en conflicto, como tantas otras veces, con la comida y con el cuerpo.
Intercambiamos. Me cuenta que no enfoca la alimentación en el descenso, si no en que se pueda comer variado, equilibrado y con placer. “La salud no depende del peso, ni éste de la voluntad. El tamaño se relaciona con la genética, el metabolismo, las hormonas, el estrés, el contexto”.
La escucho con atención, sus palabras me producen alivio. “Trabajo con personas que estuvieron en dieta toda la vida, le damos una vuelta de rosca y buscamos sanar el vínculo con el cuerpo y la comida. Para vivir en paz es clave sacar el foco del peso”.
Nadie hubiese empezado una dieta si no le hubiesen hecho sentir incomodidad y tensión con su cuerpo. “Nadie nace odiando su cuerpo”, me asegura y sigue: “Fui armando este enfoque porque en las dietas había algo que no me convencía. Siempre fui privilegiada con mi cuerpo delgado. En la adolescencia, cuando teníamos fiestas de 15, mis amigas evitaban comer para tener la panza más chata y comer más en la fiesta, cosa que yo no entendía. Me sentía de mal humor con hambre, necesitaba comer como siempre”.
Cuando se recibió, Silvina empezó a trabajar en un centro de estética al que iban chicas hegemónicas, que querían bajar para tener margen de engorde. “Les entregaba un plan alimentario y me preguntaban qué día les tocaba el permitido, ¿sábado o domingo? ¿y si quieres el martes? Querían que les dijera qué, cuándo y cuánto comer, ¿y tus ganas y tu hambre? Para mí era inentendible”.
“Después de una rotación en Valencia. España, por Cirugía Bariátrica, trabajé 10 años viendo ¡hasta 100 personas por semana! Empecé a ‘meterme’ en sus cabezas para entender el circuito del pensamiento restrictivo. Mi manera de entender la problemática empezó a cobrar sentido y terminó de cerrar cuando conocí los conceptos gordofobia y salud en todas las tallas, en 2019”.
Los tratamientos cognitivos conductuales perpetúan la problemática alimentaria y de corporalidad. “En 2021 salí del sistema de salud prácticamente expulsada, conocí a Raquel Lobatón e hice red con ella y con quienes llevan adelante la alimentación respetuosa. Aprendí y conocí compañeras maravillosas con las que formamos Salud Incluyente y la Asociación por la Liberación Corporal y Alimentaria (ALICYA), con la idea de impactar en políticas públicas de salud y educación”.
La medicina está “dirigida” por hombres, blancos, delgados, hetero cis normativos, y tiene conflictos de intereses con prepagas, obras sociales y laboratorios “El dinero mueve la estética, la cultura de la dieta y la delgadez. Encajás o no sos nada”.
Con @lanutriok hablamos del programa Cuestión de peso, justamente por el peso que tienen las pantallas en nuestras vidas. “Te reducen a un número en la balanza. En las remeras, el peso se lee desde lejos y el nombre no. Si aumentás, peligra la estadía, Te reducen la vida a bajar. Un paciente ‘feliz con el tratamiento’ está súper bien, pero el día que no hay descenso lo abraza un gran malestar. En dos segundos, el bienestar se convierte en angustia. Antes de encerrarte en la cárcel de la dieta te llevan a un tenedor libre...¿cuánto vas a comer sabiendo que después no vas a poder? En la mitad del programa, te vuelven a llevar para ver si te podés controlar ¿Se dedican a esto y no saben que después de una restricción importante sobreviene el descontrol?”, se indigna. ¿Harían un programa Cuestión de Cáncer, dónde la gente compita por un tratamiento?, como diría la activista gorda Romina Sarti?“.
Si los consultantes buscan bajar de peso, la nutricionista les muestra que no es ese el camino ni el propósito sino cambiar la relación con el propio cuerpo y la comida para que sea más placentera y en paz. “Duelar el ideal de delgadez es de lo más complejo de este proceso. Suele vivirse en mucha soledad porque el mundo ahí afuera es muy gordofobico y dietante, por eso, dejar la puerta abierta del consultorio es clave. Pueden aceptarlo y quedarse o irse y tal vez volver. Es importante crear espacios cuidados y seguros, personales y grupales, en los que se pueda tejer red”.
LH/MF