Y después es ahora Narrativas

Las palabras de alguien más

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El verano suele ser un momento propicio para arrojarse a la escritura de los demás. El invierno también, pero cada vez menos gente tiene tiempo libre en la época invernal de este lado del globo. Nuestro largo y caluroso verano suele seguir teniendo momentos de ocio o parate para algunxs, lxs afortunadxs.

Es bastante única esa sensación de lectura, la de estar arrojado o sumergido al mundo, las palabras y la conciencia de otrx. Pasar el rato con ese alguien más. Alterar la percepción de tiempo y espacio, sentir frío de nieve aunque se tengan los pies asándose al sol.

El año pasado di una clínica para algunxs artistas de disciplinas varias. Una de ellas estaba escribiendo un texto sobre la muerte de su abuela en pandemia que sólo pudieron acompañar unxs pocxs parientes en el cementerio, entre ellxs ella, que trasmitió para el resto de su familia por zoom. De hecho el material en proceso se llamaba así, Por Zoom, y se convirtió en un fanzine con ilustraciones que se llama Link ritual. En el relato, además de la muerte de la abuela, Verónica Volman narra sus días de pandemia y el proceso de duelo, la Shiva, con un rabino a través, también, del zoom. Verónica se despide y cuenta. Meses después, cuando tiene los ejemplares impresos en tinta azul sobre papel grueso no del todo blanco, me manda uno por correo. Sobre la tapa, el dibujo de una chica que anda en bicicleta con una bufanda eterna. En el envío por correo Verónica agrega otro regalo para mí, el libro de Peter Orner ¿Hay alguien ahí?, traducido y publicado por Chai Editora. Me alegra sobremanera la publicación del relato del duelo en formato tan bonito y el libro sorpresa también. Recuerdo que ya me lo había recomendado otra amiga. Tengo otras lecturas pendientes y el de Orner tarda en llegar. Empiezo a leerlo mientras termino Lazos de familia, de Lispector, haciendo entrar uno mientras otro se apaga e intentando ver si hay un diálogo posible entre el que viene y el que se va. Hay un retrato de Orner en la solapa. Es un hombre blanco de mediana edad, con ciertas arrugas, entradas, camisa a cuadros, cara confiable. Leo en la contratapa que Orner escribe acerca de sus lecturas: el libro está hecho de columnas que fue escribiendo y publicando en diversos medios acerca de cosas que leyó. Pienso, de buenas a primeras, qué puede importarme a mí la lectura de otrxs autorxs de este señor blanco norteamericano de mediana edad, de sonrisa confiable. ¿Qué puede importarme a mí? Qué específico pienso, este señor comentando lo que leyó, esta editorial cordobesa que lo traduce y lo publica, qué específico, pienso yo. Pero confío en la mirada de Verónica y Lucía que son lúcidas y lectoras y ya lo transitaron y con felicidad. Me arrojo a Orner. Y Orner hace su gracia, y su milagro. Orner cuenta que tiene un búnker de lectura en su garage, casi como un templo. Que pasa horas ahí, rodeado de libros y autores. Entonces, en sus columnas, Orner vincula situaciones de su vida, anécdotas personales, con lecturas, con recuerdos de lecturas. En cada columna suele evocar alguna lectura que recuerda de algún modo; si está escribiendo en un bar, por ejemplo, evoca esa lectura desde el recuerdo. En algún otro momento de la escritura de esas columnas ya ha vuelto a estar en su casa y entonces releyó ese cuento evocado y cita algunas palabras del mismo: el recuerdo del cuento en él convive después con el cuento vuelto a leer en el presente. Y por alguna extraña razón, en todo ese derrotero de Orner y su padre y su mujer y su hija y su ex y sus referentes y las ciudades en las que vive o vivió, y los bares o los parques en los que escribe o lee, todo eso empieza a importar y vuelvo a la fascinación de alguien contando algo. Alguien que vive y lee está en algún aquí y ahora y cuenta lo que ve y vio, para que podamos vivir más.

En, justamente. “Aquí y ahora”, el libro que reúne su correspondencia, en algún momento Paul Auster y J. M.Coetzee conversan acerca de leer. Se comentan mutuamente qué es lo que sienten que hacen cuando leen, de qué se trata ese proceso mental. Ahora evoco sin tener el libro a mano lo que recuerdo que decían. Si no me equivoco, uno de ellos decía que cuando leía proyectaba imágenes de sitios en los que había estado, cortaba y pegaba recuerdos y experiencias propias en el relato, en las palabras de lxs demás. 

Ahora ya en casa, con el libro en la mano, cito a Auster que dice: “Como lector a veces me cuesta trabajo situar la acción, entender la geografía de una historia. Eso puede que tenga que ver con una pobre imaginación visual. En lugar de proyectarme a los ficticios escenarios que el autor ha descrito tiendo a poner a los personajes en lugares que conozco personalmente. No me di cuenta de que era culpable de esa mala costumbre hasta que leí ”Orgullo y prejuicio“ a los veintipocos años (un libro con apenas descripciones físicas) y me encontré ‘viendo’ a los personajes en la casa donde había vivido de pequeño. Sorprendente revelación. Pero ¿cómo puedes ver una habitación en un libro si el autor no te dice lo que hay en ella? En consecuencia, te inventas la habitación, o implantas la escena en una que recuerdes.”

Bueno bastante cerca de lo que recordaba. Y Coetzee le responde:

“Comparado contigo, me da la impresión de que tengo una imaginación visual bastante pobre. En el proceso normal de lectura, creo que yo no ‘veo’ nada. (...) Lo que sí parece que tengo, en lugar de imaginación visual, es lo que yo llamo vagamente un aura, una tonalidad.”

Hace exactamente un año estaba en una cabaña puntana de vista a un valle y unas sierras imponentes y leía con desesperación. Hace un año estaba resfriada en una cabaña en las sierras y temía ser contagiosa para lxs demás y al malestar del resfrío y el moco constante se le sumaba el del terror a ser una victimaria de la enfermedad, una agente del daño. En esa ocasión, como en muchas otras en las que la tristeza se posa, leí compulsivamente. Había, como siempre, llevado libros en exceso como para poder elegir pero en esa ocasión acabé mi selección. Como otras veces con tristeza o angustia la lectura, esos mundos de otrxs, son un lugar para estar. En una ocasión un novio al que acusaba de adicto al celular me contraargumentó que si fuese otra época y él habría estado absorbido por libros, me habría molestado también. En principio callé y me quedé pensando. Es probable que sí. Y pensé que en esa otra época no muy lejana acaso se retara a alguien por leer demasiado, por estar abstraído de ese modo, vos y tus libros, como método de evasión. ¿Hay una evasión más valedera que otra? ¿Es más digno evadirse con un libro que con un celular? ¿O dependerá de qué sea el libro y  qué lo que se consuma en el celular?

De mi adolescencia recuerdo esa compulsión con los libros y ese estar sumida o alienada por el mundo de alguien más. Recuerdo por ejemplo el frenesí de lectura de Cien años de soledad en el sillón de la casa de mis padres. Más precisamente creo que en ese sillón marrón jaspeado leí el final de la novela. Recuerdo la sensación de mareo, la cabeza envuelta en un tornado de polvo, un viento caliente, un remolino de locura, el del paso del tiempo, el de escribir, el de leer. Recuerdo que me llamaran a cenar, en una vida en la que alguien procuraba la cena por mí y yo podía tirarme en el sillón a leer, con la cena caliente procurada. Que me llamaran a comer, no querer ir, el reto, el tironeo, no poder dejar el libro, no poder ser arrancada de ahí. Y pienso en el comentario de ese novio. Es cierto que en mi casa familiar la lectura no tenía buena prensa en sí misma, era lo que era, leer. Creo que nadie creía que unx se hiciera más listx leyendo, ni que se acumulara información. Ese poco peso, esa poca carga, me liberaba. 

Para fin de año hicimos un ritual de lecturas, o de lectores. Nos habían adjudicado a alguien con el método del amigo invisible, me tocó una mujer que no conocía. Se trataba de elegirle un texto al amigue y leérselo en voz alta. Tampoco se revelaba a quién iba dirigido hasta después de haberlo leído. Era parte de la gracia intentar identificar en el texto, a quién iba dirigido. Me fue leído un mini cuento de Mark Strand acerca de un bebé minúsculo. Mark Strand. Creo que es para mi  más por Mark Strand que por el bebé. Tengo dos libros de poemas de Mark Strand regalados por dos amigas muy queridas en ocasiones distintas. En la dedicatoria de Me va a encantar el siglo XXI, editado por Gog y Magog,  Camila escribe “(...)sigamos compartiendo en este ejercicio de leer y escribir que en definitiva son la misma cosa.”

El verano, o el ocio verdadero, por momento saben a eso, a tener las cosas primarias cubiertas, techo comida salud, y poder arrojarse a las palabras, las mentes y almas de otrxs sin más, que nos digan cómo puede o pudo ser la vida, la nuestra, la de los demás.

RP/SH