“Primero hay que saber amar. Después sufrir…”, decía Homero Expósito en la letra de “Naranjo en flor”. Y el amor y el sufrimiento se confunden entre sí a través de una palabra, pasión, que se asocia casi siempre con el primero pero que, en realidad, significa lo segundo. “Passio”, en latín, y su antecedente, el griego “pathos” –del cual proviene también “padecimiento”– nada tenían que ver, en principio, con la “inclinación muy viva de una persona hacia otra” que indica uno de los usos aceptados por el diccionario, pero la poesía y el uso fueron decidiendo otra cosa a lo largo de los siglos. De ahí que la pasión pueda aparecer tanto en el título de una película o una novela referidas a la intensidad amorosa como, para las liturgias cristianas, en la parte de los evangelios en que se cuentan las torturas sufridas por Jesús hasta su muerte en la cruz.
La flor de la pasión y el fruto de la pasión (o maracuyá) pertenecen a un mismo género, las passiflorae. Ambos remiten al amar más que al sufrir y sobre la primera, o su idea, Billy Strayhorn, pianista, compositor, orquestador y alter ego de Duke Ellington escribió una pieza bellísima que grabó por primera vez el saxofonista Johnny Hodges –otro de los avatares de Duke– el 3 de julio de 1941, al frente de un pequeño grupo que incluía a Lawrence Brown en trombón, a Ellington en piano, Jimmy Blanton en contrabajo y Sonny Greer en batería. La orquesta de Duke tocó el tema en vivo durante toda esa década pero la siguiente grabación de la pieza fue en 1952 y por la excelente orquesta del baterista Louie Bellson, llena de músicos de Ellington y con arreglos de Strayhorn que, además, era el pianista. Y el primer registro de Ellington con su nombre fue el 13 de abril de 1953 y en trío, con el contrabajista Wendell Marshall y Butch Ballard en batería.
Tanto Hodges, con sus característicos glissandos, deslizando el sonido cálidamente de unas notas a otras, como Ellington grabaron muchas de las más de 150 versiones que figuran en el catálogo del especialista Tom Lord. Pero hay una que merece una atención especial, la que Duke registró en 1956 con su orquesta a pleno. La pieza fue la única instrumental incluida en Blue Rose, el disco con la notable cantante Rosemary Clooney –la tía del actor–. Ese álbum, además, inauguró algo que sería fundamental para la historia posterior de los registros fonográficos pero que, en ese caso, tuvo que ver con circunstancias forzosas. La orquesta grabó en Nueva York en enero, y la cantante, con un embarazo complicado que desaconsejaba cualquier traslado, en Los Angeles, un mes después y supervisada por Strayhorn.
Las primeras versiones importantes que rompen con la endogamia ellingtoniana son las del baterista Chico Hamilton en 1958, con Eric Dolphy en saxo alto, Nate Gershman en cello, el guitarrista Dennis Budimir y el contrabajista Wyatt Ruther, y la de Oliver Nelson un año después, en la que él toca el saxo tenor junto a Kenny Dorham en trompeta, Ray Bryant en piano, Wendell Marshall en contrabajo y Art Taylor en batería. Nancy Wilson fue la primera en cantarla, con una letra agregada por Milton Rankin –en 1959 y con arreglos de Billy May– que más adelante Ella Fitzgerald cantó junto a Ellington –en 1965– y antes de eso, en 1961, Strayhorn la había grabado en dúo con el contrabajista Michel Gaudry. Y entre las muchas grabaciones posteriores elijo cuatro, la del saxofonista Zoot Sims en 1980 con un genial Jimmy Rowles en piano, Michael Moore en contrabajo y John Clay en batería, la del flautista James Newton en 1985 –con un grupo que incluye al gran Arthur Blythe en saxo alto y Roland Hanna en piano, la del Quartet West de Charlie Haden en 1986 y la del clarinetista Eddie Daniels en 2005 con el pianista Hank Jones, Richard Davis en contrabajo y Kenny Washington en batería.
Del lado del amor desesperado, resulta inevitable el tango “Pasional”, compuesto en 1951 por Jorge Caldara y Mario Soto, cuya medida fijó la orquesta de Osvaldo Pugliese con Alberto Morán como cantante, en 1952 y al que Rubén Juárez, dramático hasta el abismo, como cantante y bandoneonista, y circundado por la orquesta de Armando Pontier en 1973, le encontró una nueva vida.
Del lado del sufrimiento, las pasiones, según San Juan –estrenada el viernes santo de 1724– y según San Mateo –escrita entre 1727 y 1729– y, compuestas con pasión por Johann Sebastian Bach y pasionales al extremo, marcan un punto de inflexión en la relación teatral entre palabra y música. Otra pasión –y otra pascua, es la del oratorio Israel en Egipto, estrenado diez años después en Londrespor Georg Friedrich Händel.
Otra clase de pasión, y de expresión del sufrimiento pero también de la esperanza, aparece en el Evangelio según Juan, del músico francés nacido en Siria Abdel Azrie, que, en todo caso, muestra por un lado las migraciones culturales, los sincretismos y las maneras en que el cristianismo volvió a Medio Oriente pero, también, otra pasión, en el sentido del padecimiento, la de la migración forzada. Y una pasión más, la compuesta en 1982 por el estonio Arvo Pärt que niega apasionadamente las vanguardias pasadas y asume un medievalismo –o un estatismo– militante.
DF/MF