Por estos días, Paul McCartney ha sido noticia por triplicado. El pasado 18 de junio cumplió 81 años y, como veremos, sigue dando muestras de vitalidad. Su rostro ajado, con todas las señales que deja el paso de la vida, se solapa con su baby face de sus comienzos. El hijo de la clase obrera y el caballero de la corona prometen mirarse frente a frente a partir del 28 de junio en la National Portrait Gallery de Londres. Allí se verá una muestra llamada 1963-1964: Eyes of the Storm, que reúne una abultada serie de fotografías suyas tomadas en el pico de la beatlemania. El ojo de Paul se detiene especialmente en el impacto que provocó la llegada de los fab four a Estados Unidos, el comienzo de lo que se llamó la “invasión británica”.
“Cualquiera que redescubre una reliquia personal o un tesoro familiar se inunda instantáneamente de recuerdos y emociones, que desencadenan asociaciones enterradas en la bruma del tiempo. Esa fue exactamente mi experiencia al ver estas fotos”, dice McCartney en el catálogo que fue anticipado por The Guardian. “Fue una sensación maravillosa, porque me devolvieron al pasado”.
El beatle mira hacia atrás y recupera su perplejidad. “No podíamos darnos cuenta de las implicaciones de lo que estábamos haciendo”. Algo se le iba de las manos y, a la vez, se trataba de una operación consciente del grupo. “Estábamos en la vanguardia de algo más trascendental, una revolución en la cultura”. Los Beatles como punto de quiebre, algo que los neoconservadores norteamericanos nunca olvidarían. Siempre consideraron que los problemas de ese país comenzaron cuando aterrizaron esos cuatro pibes y se presentaron en The Ed Sullivan Show. Ya volveremos a esa discordia.
Otra de las imágenes que reaviva la memoria del gran bajista fue capturada en el trayecto del aeropuerto de Miami al hotel: es la de un policía armado en su motocicleta. “Su arma estaba perfectamente encuadrada a través de la ventanilla, y conseguí enfocar su arma y munición. Todavía nos chocaba un poco ver una pistola en la vida real”. Una pistola terminaría con John Lennon en Manhattan, 14 años más tarde. La locura del asesino se había incubado aquel 64.
La cámara de Paul pasa del blanco y negro al color cuando se desplaza de Nueva York y Washington a Miami, donde tienen la oportunidad de “jugar” y “bañarse” en aguas del Atlántico. “Una de mis fotos favoritas de la colección muestra a George Harrison, con el rostro oculto por anteojos de sol, mientras una chica le entrega una bebida, probablemente un whisky con Coca-Cola, y aunque no vemos su rostro, sí vemos su deslumbrante bikini amarilla”. Hedonismo, despreocupación y sensualidad. Sexo latente. El registro privado de esa experiencia también era un problema público. Como señala Stephens Randall J. en The devil´s music. How christians inspired, condemned and embraced rock´n´roll, las iglesias pentecostales “se sintieron impotentes para detener la marcha del cambio”. Perplejidad, azoramiento, alarma. Retengamos esas sensaciones. Pronto volveremos a reencontrarlas a 90 millas de La Florida donde descansaban Los Beatles. Digamos antes que Billy Graham, acaso uno de los predicadores evangélicos más influyentes de Estados, se vio en la obligación de señalar esos mismos riesgos. El ministro bautista se preguntó si el cabello largo en niños y hombres significaba el fin de la civilización. Los ajustados trajes eduardianos de color gris plateado y sin cuello, así como las botas ajustadas hasta los tobillos eran observados con similar inquietud. El western había hecho popular a esos calzados en los años cuarenta. Claro: una cosa eran el paisaje del Lejano Oeste, John Wayne, Gary Cooper y Paul Newman, y otra la ciudad y los jóvenes urbanos. Esas botas más propias para fijar los estribos serían conocidos como “tacón cubano”. No eran botas cañeras para la zafra azucarera. Pero el gentilicio ubicaba la perturbación también al ras del suelo. No casualmente, otro pastor daría una conferencia en el Veterans Memorial Building de Eugene, Oregón, bajo el título de “El hipnotismo comunista y los Beatles”.
Lo curioso de esa paranoia es que también se replicaba en la propia isla que, dos años antes, había sido el epicentro de la Crisis de los Misiles. Los liderazgos evangélicos y los políticos carismáticos estaban separados por la corriente del Golfo y sus programas políticos. Sin embargo, algo los unía de manera premeditada. Unos temían la pérdida del poder del púlpito. Los otros, el de la tribuna. Fidel Castro había lanzado un durísimo discurso contra los “elvispreslianos” a comienzos de la Revolución que abrió las puertas de la homofobia institucional. “Los desviados se esconden tras la noche”, señala Mella, la revista de la Juventud, el 28 septiembre 1964. La bealtlemanía encuentra al castrismo en pleno proceso de radicalización. Su música se escucha furtivamente. Los primeros imitadores de los fab four tuvieron que improvisar sus equipos. Usaron cables telefónicos para las cuerdas del bajo. Los tambores los hicieron con chatarra y películas de rayos X.
En 1965, los Beatles filman Help en Bahamas. Allen Ginsberg viaja a La Habana, con entusiasmo y aprensiones. El poeta beatnik se queja de un discurso homofóbico de Fidel. “Oh, no deberías quejarte, mira los avances que ha hecho la Revolución”, le dijeron. “Esto era cierto y yo dije, sí ha habido ciertos avances aquí, y estoy de tu lado y por eso me quejo- no arruines tu revolución. Incluso dije que tenía acceso a alguna comunicación con los Beatles; y que lo que realmente deberían hacer es que los Beatles vinieran a Cuba y dieran un gran concierto. Fui rechazado con desdén por el ministro de cultura que dijo: ′Los Beatles no tienen ideología`”.
El poeta insistió ante Haydée Santamaría, la presidenta de la Casa de las Américas que, ya en 1965, intentaba convertirse en el faro intelectual de la región. “Obtuve la respuesta: ′Ellos no tienen ideología; nosotros intentamos construir una revolución con una ideología`. Bueno, eso es cierto, pero ¿cuál era la ideología que proponían? ¿Una burocracia policial que persigue a las mariquitas? Es decir, están desperdiciando una enorme energía en eso. Algunos de ellas eran los mejores revolucionarios: gente que luchó en Bahía de Cochinos, en Playa Girón”. En ambos casos, los funcionarios corregían a Jean-Paul Satre quien, cinco años antes, había hablado ante los estudiantes universitarios de la experiencia cubana como una “revolución sin ideología”. Esa intuición había caducado en 1965, cuando Ginsberg trató, con desparpajo, de alternar apoyos y críticas con proposiciones inauditas. ¿Qué pesó más en su expulsión? ¿Lo sexual o lo musical? ¿No era sexual también lo musical a esas alturas? ¿Y lo visual? “Fue un clásico golpe estalinista. Me quejaba en privado, no en público y, naturalmente, la policía lo oye todo. Finalmente me detuvieron, me incomunicaron y me echaron”.
En el medio de esas controversias, la lente de Paul. “A pesar de la sencillez de la cámara, el proceso, al menos para mí, era un reto, ya que con cada rollo sólo tenías 24 o 36 imágenes, que tenías que hacer bien, porque no había una segunda oportunidad. Esto contrasta mucho con el proceso actual de hacer fotos con el teléfono. Entonces no podías ser perezoso. Tenías que hacer la foto correcta, componer la imagen en el encuadre sin la seguridad de saber que podías recortarla después”.
Es interesante cómo registra el tránsito de las capturas analógicas a la inercia digital del presente, justo cuando se vale de la inteligencia artificial para revivir una canción de John que, promete, será la última de Los Beatles y se conocerá en breve. “Esperamos que les guste tanto como a nosotros”, dijo, pero quiénes son esos “nosotros” cuando solo sobreviven dos integrantes del grupo y solo uno de ellos ha tomado siempre buena parte de las decisiones. McCartney le contó a la BBC que pudieron “extraer” la voz de Lennon de un viejo casete para traerla de vuelta a un formato grupal mucho más fantasmal que el de “Free as a bird” y “Real love”, las canciones que formaron parte de Anthology en los noventa. Los medios ingleses han especulados que, esta vez, se trata de “Now and then”. El boceto había sido entregado a McCartney por Yoko Ono pero fue descartado durante el proceso de confección de los otros dos temas. Paul le atribuye a Harrison la mayor desconfianza en el potencial de la maqueta casera.
El autor de “Hey, Jude” nunca abandonó la posibilidad de resucitarla. La realización del documental Get Back, de Peter Jackson, le ofreció una solución. El editor de los diálogos de los integrantes del grupo, Emile de la Rey, logró entonces “entrenar” a un programa para que “reconociera” las voces de cada uno de los Bealtes y, de esa manera, separarlas de los ruidos de fondo e incluso de sus propios instrumentos. Emergían “limpias” de impurezas acústicas. La canción perdida ha sido recuperada con las mismas herramientas. “Podemos mezclar el disco, como lo harías normalmente. Así que te da cierto margen de maniobra”. McCartney probó ese procedimiento durante su última gira cuando cantó “a dúo” con Lennon. Una suerte de sesión espiritista-musical. En vez de las sesiones londinenses de Madame Blavatsky en la Sociedad Teosófica, un concierto que une las voces del “más allá” y el “acá”. Paul admite el doble carácter de la IA. Promisoria y, a la vez, inquietante. “Da un poco de miedo, pero es emocionante, porque es el futuro. Ya veremos adónde nos lleva”.
El anuncio de la canción del adiós definitivo (aunque siempre puede haber algo más, todavía no sabemos nada de “Carnaval of light”, la pieza “experimental” que los Beatles grabaron en 1967) coincide con otra novedad del mundo de la inteligencia artificial. Meta ha presentado Voicebox. La aplicación tiene una enorme capacidad de generar lenguaje. Solo necesita escasos segundos de audio para sintetizar una voz que, se asegura, es indistinguible de la humana original. A partir del modelo, Voicebox podría realizar luego tareas de edición y estilización. “Si bien creemos que es importante ser abiertos con la comunidad de IA y compartir nuestra investigación para avanzar en el estado del arte en IA, también es necesario lograr el equilibrio adecuado entre la apertura y la responsabilidad”, aseguró la compañía, Y si bien Meta, cuyas trapisondas son tan conocidas, la ha diseñado para asistentes digitales y personajes del metaverso, abre las puertas de un deepfake.
Si se cumplen los peores augurios, esa app u otra con las mismas capacidades podrán valerse también de McCartney o cualquier garganta para eternizarse y, a la vez, extenderle un certificado de defunción a la misma música, algo que solo Philip K. Dick podía imaginar en Sueñan los androides con ovejas eléctricas. Paul tomaba fotos en blanco y negro y el escritor imaginaba a una soprano que canta el aria de la Reina de la noche en La flauta mágica como un cuerpo hecho apenas de circuitos, aunque sí de una pizca de sensibilidad. Ahora, los apocalípticos no son solamente los pastores pentecostales.
AG