Penúltimo martes de enero, última vez que Trump puede perder

20 de enero de 2024 19:02 h

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En la primera elección del año electoral 2024, la victoria del precandidato Donald Trump fue mayor de lo esperado. En las primarias republicanas de Iowa, ganó más de la mitad de los votos. Si el triunfo era previsto, el margen triunfal superó a los sondeos más extremistas.

Las primarias norteamericanas siguen su curso ritual más que bicentenario. Cada cuatro años, las precandidaturas que aspiran a rivalizar como candidaturas oficiales en las elecciones presidenciales de noviembre se ofrecen al escrutinio del voto partidario en el pequeño estado atlántico de New Hampshire. Es la segunda elección del año electoral. La primera fue la semana anterior, en el estado popular y agrario de Iowa, en asambleas (caucus) populares aunque no populosas. Sólo el 6% del padrón estadual participó, sólo 110 mil personas de las casi 3,2 millones residentes de Iowa se reunieron en asamblea en la noche de frío glacial del penúltimo lunes de enero.  

Más allá de New Hampshire sólo habrá Trump, Trump, Trump

Las mismas demoscopias prudentes, incluso después del triunfo arrasador del lunes 15 de enero, no se han retractado de anticipan que el martes 23, en la segunda primaria republicana del año, la victoria puede ser de los otros. Es cierto que Iowa es un estado blanco, rural, maicero, interior, sin migrantes, con electorado de edad promedio adulta. Y que el de New Hampshire, estado de la costa atlántica, es un electorado más diverso, suburbano, joven, de mayor movilidad migratoria, con más votantes con educación formal superior. Las encuestas pueden acertar en el orden de prelación esta vez, Nikki Halley podría hacer la más intrépida elección de su carrera. Y derrotar al precandidato Trump. Sin embargo, los mismos sondeos que se la auguran advierten que es el fin. Nunca más volverá a ser vencido el vencedor de Iowa. A partir de entonces, en los 48 estados siguientes, EEUU sólo dirá un nombre: Trump.

Las encuestas fallaron en su previsión del orden de segundas y terceras candidaturas. Habían anticipado un segundo lugar para Nikki Halley, ex gobernadora de Carolina del Sur. La ex embajadora de Trump ante la ONU es sin embargo la única precandidata republicana con un discurso centrista que se diferencia, sin atacarlo frontalmente, del presidente n° 45 de EEUU. Y sin embargo, salió tercera. El segundo puesto fue para Ron DeSantis. El gobernador de Florida es una suerte de clon de Trump en versión más neo-con. Apuesta a drenar en su provecho aquel electorado al que desagrade el lastre del prontuario penal de un rival que sin embargo se revela insuperable e inoxidable. Porque cada indagación de las intenciones de voto arroja a Trump como favorito absoluto para ganar la candidatura partidaria en la Convención Nacional Republicana del 15-18 de julio y como favorito relativo para derrotar el 5 de noviembre al presidente demócrata Joe Biden que busca su reelección.

El secreto de Trump, o cómo Yo soy Yo sin circunstancias

En la elección del 8 de noviembre 2020, existía un motivo suficiente para votar contra la reelección del presidente republicano. Era la pandemia. Las muertes récord, la crisis del sistema sanitario, las posiciones anti-vacunas y anti-cuarentena de la Casa Blanca. Y a la inversa, la promesa de vacunación universal era un motivo suficiente para votar a favor de su rival.

El demócrata Joe Biden obtuvo los votos para frustrarle un segundo mandato a Donald Trump, y el primer mérito de su presidencia fue el de cumplir sin retaceos, aunque fuera dentro de plazos más largos y lábiles que los prometidos en campaña, con la vacunación anti-covid. También prolongó los transferencias de efectivo –los planes sociales y otras medidas de fomento a la economía familiar- que había puesto en marcha Trump. La inflación que este consumo generó o impulsó, prolongadas las asignaciones familiares más allá del fin de las cuarentenas locales, y unido al repunte del empleo, se volvió ya en reproche mayor, junto con las altas tasas de interés, entre los que mermaron la popularidad de Biden. Que jamás fue alta, y nunca propia y personal.  

¿Qué fue la pandemia?

En la elección de noviembre 2024, la pandemia no es siquiera un recuerdo secundario en un escenario recargado de giros dramáticos y otros golpes de teatro. Se ha ahondado, precisamente porque no ha mudado los términos políticos, sociales y culturales de su definición, el clivaje del antiguo bipartidismo.

Entre republicanos MAGA (Make America Great Again, los de Trump) y demócratas (más centristas o más progresistas, desde la derecha todos los gatos son pardos) las claves de la contraposición son las de 2016. Sólo que recargadas.

En 2016, Trump se decía único candidato presidencial inocente, un cruzado contra las élites de Washington; en 2024, el outsider probó su inocencia: es un mártir víctima del lawfare, que acosa una Justicia politizada e izquierdista que quiere proscribirlo.

Trump, de la inocencia al martirio

A los ojos de su electorado, Trump es el mismo precandidato que eligió candidato republicano y el mismo candidato presidencial partidario que votó en 2016. O todavía más el mismo, porque en su presidencia honró con creces lo que se había esperado de él. En 2016, Trump era el único inocente, el outsider en un sistema corrupto; en 2024, Trump probó su inocencia originaria, porque es un mártir, perseguido por el lawfare, acosado con iniquidad por una Justicia politizada e izquierdista que quiere proscribirlo de las elecciones presidenciales.

Para el electorado demócrata, Joe Biden fue tan mediocre como se lo había sabido en 2016, aunque su presidencia debiera ser inesperadamente, e inevitablemente, mejor juzgada gracias a los buenos, sorprendentes resultados de la economía resiliente. Para el electorado opositor en 2016 y 2020 y oficialista en 2024, Trump es el mismo que antes de su primera presidencia, pero sin embargo mucho peor después de los cuatro años de inquilinato en la Casa Blanca.

Que llegó a su clímax tres años atrás, cuando el 6 de enero de 2021, en la penúltima semana de la presidencia de Trump, una multitud de estrafalarios pero no tan pacíficos trumpistas asaltó el Capitolio cuando la Asamblea Legislativa, las dos cámaras del Congreso reunidas, certificaban que Biden sería el presidente n°46 de EEUU. De este episodio, calificado de golpista e insurreccional, se atribuye la responsabilidad al propio Trump, entonces presidente. Y sobre su presunto liderazgo se fundaron Colorado y Maine cuando proscribieron al precandidato de las primarias en estos dos estados. Al electorado republicano, el episodio lo emociona poco; la cadena Fox dejó de emitir las sesiones de la comisión investigadora del Congreso, cuando presentaron sus conclusiones, porque la teleaudiencia de la cadena de derecha inmediatamente cambiaba de canal.

Pero en el año electoral 2024 no hay pandemia, y hay guerras que parecen infinitas o sin fin en Ucrania, en Gaza, en Yemen y en el Mar Rojo, en Sudán, y sombras y fogonazos de más guerras de Irán a Pakistán o Taiwan o Norcorea. Y en EEUU hay más y más migrantes que cruzan una frontera sur cada vez más caótica y peor controlada y la clase obrera de overol de las empresas automotrices y manufactureras ve riesgos a su empleo en el futuro por las políticas medioambientalistas y el fin del combustible fósil.

En 2024 se repite 2016 con ferocidad. Una vuelta de tuerca a la campaña trumpista. Las élites quieren apropiarse de la soberanía popular, quieren privar al pueblo del derecho de gobernar por sus representantes, de elegir su Ejecutivo. Quieren robar la elección, porque temen a la democracia, porque si se trata de contar votos, pierden. Más causas judiciales se abren contra Trump, más trabas se crean a su candidatura, más crece su popularidad, más se afianza su leyenda. Hay algo más importante y determinante en EEUU que la vehemencia creciente para expresar convicciones seguras. Es el aumento de la disposición para concurrir efectivamente a las urnas y votar, en un país donde la participación electoral no supera habitualmente la mitad del padrón.    

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