Valeria Baldoncini, psicóloga y nutricionista, con dieciséis años de experiencia en el Hospital Anselmo Gamen, de Rosario, descubrió hace algún tiempo que “lo aprendido en la universidad no coincide con la realidad de las personas que tengo enfrente”. Por eso, dejó “de focalizar en el peso, las dietas y las calorías porque no ayuda a nadie a mejorar su salud”.
Valeria integra la primera generación de profesionales en su especialidad de la ciudad santafesina. Me explica que los tratamientos de nutrición no gordofóbica, que lleva adelante con sus pacientes, habilitan antes que nada la palabra de elles, a partir de una escucha atenta, y propone una participación activa de consultante y consultade. “Hay que mirar de manera integral al paciente, viendo cuál es la demanda que cada uno trae a consulta para luego armar entre las dos partes una estrategia de abordaje”.
Más allá del tamaño del cuerpo, es importante tener una alimentación sin déficit nutricional. Entonces, mientras miles de personas activan para modificar la sociedad gordofóbica en la que estamos sumergidos, el camino personal es buscar y hallar herramientas para apuntar al goce de una salud integral que nos fortalezca frente a un mundo de mandatos y estereotipos que contaminan.
Ese enfoque implica dejar de pensar en objetivos de peso (lo que marca la balanza) y mediciones corporales (el Índice de Masa Corporal) que estandarizan números con relación a la salud. Observar y escuchar durante años a personas que luchan por llegar a determinada meta numérica “me llevó a pensar que algo estaba mal porque yo veo personas sanas, sin enfermedades, con resultados de laboratorios excelentes, que llegan con la indicación de bajar de peso. ¿Por qué?”, se pregunta Valeria. La respuesta es: “Por la gordofobia y por la adherencia general a la noción de que delgadez equivale a salud”.
“Comencé a seguir por redes sociales a activistas y profesionales que cuestionan lo mismo que yo, los estándares de salud”, comenta. “Así logré darle otro sentido a mi práctica. Las dietas fracasan porque están basadas solo en cuestiones de calorías, buscando un balance energético negativo. Hoy podemos poner en discusión la violencia implícita en los discursos disfrazados de salud y mostrar una alternativa al modelo médico tradicional”.
“No quiero decir que no sea importante el peso”, aclara Baldoncini, “sino que es sólo un parámetro más, que se utiliza como primera y casi única normativa y que la mayoría de las veces no es necesario. En los procesos de cambio, los aprendizajes van de la mano de la aceptación del cuerpo que se tiene. El hambre es lógico porque la comida es fundamental para vivir y hay que confiar en las señales del cuerpo”. Malas experiencias alrededor de la alimentación pesocéntrica han devenido en daños y no en beneficios, asegura.
“Nadie nace odiando su cuerpo, esa es una conducta aprendida y sugerir dietas milagrosas, restrictivas, desde el castigo, fomenta una existencia no saludable. Habitarnos desde el amor y el respeto producirá conductas habilitantes en busca de objetivos relacionados con lo que se necesita”, explica.
Seguir cuentas diversas de IG y abandonar aquellas que nos dañan con sus ilusiones falsas es un paso que se puede dar hoy, cuando estamos tan apegados a los telefonitos. También, recordar que los discursos de ayuda y body positive terminan haciendo responsable a cada une en forma individual, cuando somos seres sociales y nuestra salud depende en gran medida del entorno en el que vivimos.
Según el mapa de la discriminación que realizó INADI, la gordura ocupa el segundo puesto entre las causas de discriminación en la Argentina. Por eso, la nueva tendencia es promocionar el derecho a la salud integral, donde alimentarse saludablemente no implique una exigencia para adelgazar a cualquier costo, sino el acceso a una alimentación que no genere culpabilidad sino disfrute y salud integral, y la construcción de una mejor calidad de vida.
Abuelas y madres, personas desconocidas también, han asumido que los cuerpos son plataformas de opinión pública. Esas voces, replicantes de una cultura que no admite la diversidad, tiene consecuencias en la salud física y psíquica, construyendo sentimientos de vergüenza, estrés, ansiedad y miedo. La salud no se visualiza en una cifra, sino en el acceso libre a la atención sanitaria, el trabajo, la comida, la vivienda y la vestimenta, entre otros derechos.
LH