Papá, ¿estás llorando?, me pregunta mi hija. Sí, le digo. Mi padre nunca lloraba y vengo de una tradición de hombres que no lloran. Hace poco mi amiga El Coronel me dijo que ahora los chicos jóvenes sí discuten y se pelean, los varones, lloran. Eso me pareció genial. Poder llorar sin problemas es una gran liberación. Cuando mi hija me hizo esa pregunta, ella también estaba llorando porque estábamos viendo, junto a su hermano –mi hijo más chico- Guardianes de la Galaxia Volumen dos. Como yo pienso que las grandes películas soportan el spoiler y las malas son las que si contás el truco central o el final, se caen a pedazos, voy a decir que lo que estábamos viendo era el entierro interestelar de Yondu, un personaje complejo, algo así como un pirata espacial, que –al igual que el Lord Jim de Conrad- es uno de los nuestros. Yondu se había redimido y era despedido por todos los piratas espaciales –Los Devastadores- arrojando fuegos artificiales en medio del cosmos mientras las naves flotaban en la oscuridad del espacio y el cuerpo de Yondu ascendía como en el libro tibetano de los muertos. Todo esto bajo la partitura hermosa de Padre e Hijo de Cat Stevens.
Conocí a Batman una vez que mi mamá me llevó a la rural. Debería ser alguna exposición del juguete. Recorrí la Baticueva y después me saqué una foto con Batman. Recuerdo que estaba muy emocionado. Aún antes de empezar a leer, ya tenía en casa las revistas de Batman que publicaba la editorial mexicana Novaro. Después vi las series de Batman con Adam West, ese Batman psicodélico y hecho en broma, pop, que yo me tomaba muy en serio. Ya de adulto, no pude conectar con las películas de superhéroes. Me resultan pesadas, aburridas, siempre tratando de encontrarle una verosimilitud imposible a tipos que salen disfrazados por la noche. La trilogía de Nolan sobre Batman es insufrible, con esa música histérica y constante que trata de ponerle al film lo que este no tiene: intensidad, poesía, potencia. Las películas de superhéroes por lo general son muy solemnes y se toman en serio. Y Batman, por más que se esfuerce, no puede crecer con uno. Una vez vi con mis hijos una de los Vengadores –creo que la última- que me pareció una estupidez descomunal, repleta de arcos narrativos paranoicos, un amontonamiento de héroes y situaciones que parecían un colapso de tránsito.
En los sesenta se puso de moda interpretar a los superhéroes, leer en ellos ciertos paradigmas ocultos de la sociedad capitalista. En esta época, Mark Fisher le dedica bastantes páginas a la trilogía de Batman de Nolan. Él ve fascismo, conservadurismo, un mapa para explicar ciertas reacciones del gobierno de los Estados Unidos en la guerra post 11 de septiembre. Yo simplemente veo películas malas. Da la impresión de que para que te gusten ciertas películas de superhéroes tenés que tener un click, algo que haga que las veas de otra manera, ver algo oculto ahí donde no hay nada.
A los 12 años estaba fanatizado con Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato. Tengo la imagen de estar en la cama de mi mamá, babeando, porque la novela me estaba afectando físicamente. Cuando pasaron los años y la volví a leer no pude recuperar esa impresión. La novela no creció conmigo. Ricardo Piglia me dijo que para que me volviera a gustar Sobre héroes y tumbas, tenía que leerla en clave de novela gótica. Pero a mí ese consejo me pareció igual que cuando te dicen: “Va a venir a cenar un amigo mío que es genial, pero no le saques los ojos de encima porque te afana”.
Por eso me fascinó cuando vi por primera vez Guardianes de la Galaxia Volumen uno y Guardianes de la Galaxia Volumen dos. Me impactó que las dos películas fueran frescas, divertidas y nada solemnes. Eran comedias espaciales que no dejaban de lado el sentido de la aventura. Los personajes: Star Lord, Gamora, Rocket, Drax y Groot no necesitaban islas narrativas para explicar su origen –como los insufribles flashbacks donde matan a los padres de Bruno Díaz o cuando al Guasón se le derrite la cara- sino que acá por el talento del director y guionista James Gunn, los personajes se construyen al mismo tiempo que se construye la película. Uno puede empatizar con los Guardianes de la Galaxia porque son una manga de losers –como nosotros- con problemas mentales y neurosis a full. A mí siempre me interesaron los desesperados. Y como en las buenas historias, los personajes son inestables y se van macerando de a poco. Los Guardianes de la Galaxia son un grupo de chicos y chicas y mutantes que en vez de estar caminando por un barrio de nuestra periferia, lo hacen en el espacio. Todos vienen de padres terribles, ausentes, de madres muertas antes de tiempo, con hermanas y hermanos complicados y uno, como el mapache Rocket, fue construido –al igual que el Covid-19- en un laboratorio genético. Pero en vez de ponerse a llorar, hacen algo genial: tienen amor por su destino, tienen amor propio, algo casi tan necesario como el oxígeno.
Otra cosa: mañana es el Día del padre. El padre de Star Lord, Ego –encarnado por Kurt Russell- es lo peor que te puede pasar en la vida. En eso supera a Darth Vader, que en definitiva se pasó al lado oscuro pero después se redimió salvando a Luke Skywalker( estoy hablando de las primeras Star Wars, las del Viejo Testamento). A Ego, en cambio, hay que aniquilarlo porque lo quiere todo. Es del tipo de padre que, para divertirse un poco, le ordena a Abraham que mate a su hijo, provocándole temor y temblor.
Las buenas historias permiten que uno ponga su propia experiencia cuando las ve. En el entierro de Yondu, yo vi la despedida a un amigo muy querido que murió en Tokio, muy lejos de casa, y al que recuerdo constantemente. Sin él, la vida en el planeta tierra hubiera sido menos interesante. Los Guardianes de la Galaxia regresarán.
FC