Opinión

La batalla cultural que hace falta dar es en la educación sexual

4 de febrero de 2025 06:49 h

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Ciertos sectores del gobierno y de la sociedad denuncian un adoctrinamiento “woke” en la educación sexual y exigen al sistema educativo “cientificismo”, “neutralidad” o respetar “la naturaleza” de las cosas. Estas causas que aparentan ser tan nobles esconden sesgos muy importantes que es preciso transparentar.

Primero, el sistema educativo nunca enseñó ciencia aséptica: selecciona, sintetiza y simplifica conocimientos científicos complejos y los transforma en contenidos para niños y adolescentes. ¡Imaginemos semejante traducción! Nos enseña más de matemática abstracta que de economía o psicología. Aprendemos explicaciones como verdades absolutas, en vez de su carácter hipotético y contingente. Nos enseñaron una “historia” plagada de próceres hombres y sus bondades. Aprendimos de aparatos reproductivos masculinos y femeninos, de la procreación y, con suerte, de los cambios físicos en la pubertad; pero no de la intersexualidad, de las múltiples enfermedades de transmisión sexual, del orgasmo masculino y femenino o del desarrollo psicológico de la sexualidad.

Quienes creen que la escuela enseña ciencia son el mejor indicador de una concepción positivista sobre el sistema educativo. En vez de enseñarnos “las verdades de la ciencia”, sería bueno que la escuela nos enseñe más a pensar científicamente: observar el mundo y cuestionar y evidenciar nuestras propias hipótesis.

Segundo, aún bajo el argumento cientificista, si la ciencia evoluciona, ¿la enseñanza no debería hacerlo? Hemos predicado como ciencia que el sol gira alrededor de la tierra, que los criminales se pueden identificar por rasgos biológicos o que los homosexuales pueden “sanarse” con electroshocks o terapias conductuales. Afortunadamente, la ciencia evoluciona. Si las diversidades sexuales ya no son clasificadas como enfermedades por la OMS, ¿por qué entonces no podemos enseñarlas como diversidades y aceptarlas en la escuela? Existen incluso estudios que muestran diferencias neuroanatómicas entre heterosexuales y homosexuales ¿Cuánto vamos a seguir justificando en nombre de “la ciencia” el binarismo sexual o la heterosexualidad?

Hemos predicado como ciencia que el sol gira alrededor de la tierra, que los criminales se pueden identificar por rasgos biológicos o que los homosexuales pueden 'sanarse' con electroshocks o terapias conductuales. Afortunadamente, la ciencia evoluciona

Tercero, el sistema educativo ha reforzado estereotipos de sexo y de género propios del sentido común y la cultura. La escuela enseñó que nenas y nenes tienen “naturalmente” juegos, deportes, vestimentas, predisposiciones hacia ciertas áreas de conocimiento, modos de comportarse y hasta colores propios. ¿Qué tiene de biológico todo esto? ¡Nuestros géneros fueron educados! Por eso algunos enfatizamos que el género trasciende a la ciencia, los testículos o los ovarios. No es biología, es cultura.

Aprendimos a ser “mujercitas” y “varoncitos” según los genitales que tengamos. Esto sí ha sido un adoctrinamiento para el cual el sistema educativo contribuyó de forma deliberada y sistemática. Quienes ahora critican la “ideología de género”, naturalizaron demasiado la ideología sobre la que ellos mismos fueron educados. Un modo de comprender cuán profundo caló esa enseñanza es a través de la incomodidad, el rechazo o incluso el asco frente a mujeres que no se depilan, travestis (o peor aún, ¡travestis con barba o con voz masculina!), chicos trans embarazados o simplemente hombres que son sensibles o cariñosos o vestidos de algún color “femenino”. Hasta hace muy poco gays y travestis eran objeto de burla en la televisión o no había mujeres en el periodismo deportivo.

Nadie reclama el respeto por la biología innata en las operaciones estéticas, en los inmensos cambios hormonales que producen los anticonceptivos en las mujeres o en los tratamientos de fertilidad en parejas heterosexuales. Sin embargo, se invisibilizan los tratamientos quirúrgicos arbitrarios a los que se somete a menores intersexuales o se juzgan los tratamientos hormonales de las personas trans.

Cuarto, parece selectiva la exigencia de neutralidad y cientificismo hacia la educación. Escuelas confesionales han enseñado el creacionismo como una teoría sobre el origen del universo. También, roles de género según preceptos religiosos o ideas culposas sobre la masturbación o el sexo sin fines reproductivos. No hay ciencia ni neutralidad alguna en esto. Algunos podrán fundamentar que las familias tienen la potestad de elegir sobre qué creencias educar a sus hijos. Entonces, ¿la escuela debe ser científica y neutral o reproducir las creencias de los hogares?

El presidente de la Nación lo dijo claramente, estamos frente a una “batalla cultural”. No se trata de un simposio científico. El debate es sobre qué valores, principios e ideas acerca del género, la sexualidad y el sexo queremos educar a las futuras generaciones.

Ahora bien, entre quienes abogamos por las transformaciones que la educación sexual está dando nos debemos algunas reflexiones. Desacreditar al otro bajo términos como “fascismo” o “dictadura” da cuenta de nuestra incapacidad por comprender un fenómeno global que se está dando en gobiernos elegidos democráticamente y con amplio apoyo popular o de nuestra dificultad por dar un debate intelectualmente profundo en un mundo hambriento de sobresimplificaciones y polarizaciones.

La concentración sobre la agenda queer sin atender otras desigualdades igual o más acuciantes es obtusa: si muchos alumnos no aprenden a leer, escribir, escuchar o expresarse, ¿qué herramientas les damos para ejercer la igualdad, la libertad y la justicia? Si hay jornadas específicas de ESI o una inversión importante en programas sobre este tema pero no así sobre otros problemas educativos importantes, ¿qué mensaje transmite la política educativa?

Exacerbamos los planteos retóricos y, por más performativo que sea el lenguaje, no hace milagros sobre las desigualdades estructurales. A veces insistimos con la discriminación positiva como fin y no como una medida provisoria: necesitamos de políticas económicas que reduzcan la desigualdad y aumenten las oportunidades y que el sistema educativo potencie el ascenso social. La secundaria o la universidad fueron inicialmente pensadas solo para los hombres y hoy nos enorgullecemos con las egresadas universitarias o con una cobertura prácticamente universal de la educación obligatoria. Necesitamos más hechos como estos.

Es preciso definir y explicar qué rol tiene la escuela en la educación sexual y cuáles son sus alcances y límites. De la misma forma, mostrar el potencial que tiene para visibilizar casos de abusos (buena parte de ellos, intrafamiliares) o para hablar de los temas que las familias no se animan a hablar en sus hogares. Mostremos que, frente a todos los contenidos sexuales que madres y padres ponen en mano de niños/as y adolescentes con un celular, la escuela puede plantear propuestas educativas serias sobre el sexo y la sexualidad. Y cuidémonos de distribuir contenidos sin este tipo de propuestas.

Reconozcamos cuando escuelas o docentes cometen mala praxis en la enseñanza. Hay una cultura defensiva en nuestro sistema educativo que no ayuda a mejorar. En este mismo sentido, trabajemos sobre las brechas de género internas: las mujeres siguen teniendo menos resultados en matemática y los hombres abandonan más la escuela.

La educación sexual es un campo extremadamente sensible y con creencias y prejuicios muy arraigados en nuestra sociedad. Es en este terreno donde se lleva a cabo parte de esta batalla cultural. Cuanto más serio demos el debate y más resultados podamos dar desde el sistema educativo, mejor abogaremos por una educación sexual actualizada, más justa y acorde a las necesidades de niños y jóvenes.

EL/JJD

*El autor es Emmanuel Lista, licenciado y profesor en Ciencias de la Educación (Udesa) y especialista en Políticas Sociales (UBA).