“Escuchen, corran la bola / Juegan en Francia pero son todos de Angola / Qué lindo es, van a correr / Son come travas como el puto de Mbappé / Su vieja es nigeriana; su viejo, camerunés / Pero en el documento, nacionalidad francés”, escuché bajo un puente en la General Paz junto a mis tres hijos y mi esposa. Lo cantaban gente del pueblo llano, familias humildes y otras más acomodadas, niños muy pequeños en hombros de sus padres; también pibas de clase media que posiblemente llevaran un pañuelo verde en la mochila. No me gustó.
Era un momento mágico, de reafirmación nacional, donde tantos jóvenes de distintas clases sociales por primera vez se encontraban en la calle bajo la misma bandera sintiendo el orgullo de la identidad argentina. Sentí algo feo. No me gustaba que esa intensa alegría colectiva se asocie en la mente de esos jóvenes con consignas racistas y homofóbicas. Esa canción me perturbaba particularmente porque, además de la denigración de putos y travas, el sentido fundamental era señalar la presencia de descendientes angoleños, nigerianos, cameruneses como mancha a la francesidad de la selección gala. Precisamente lo mismo que piensan los fascistas colonialistas franceses.
Le pedí a mis hijos que no canten esa canción, había otras mucho más lindas, pero no lancé una proclama contra los cánticos racistas en los festejos del mundial. No ando con el dedito moralizador frente a las expresiones del pueblo, pero estoy convencido de que no es el camino ceder a que el racismo, la homofobia, el patoterismo o la cultura de la doma se infiltre en la cultura popular. Sobre todo, cuando los cantos se dirigen a los débiles, los pueblos pobres, las “travas”, los afrodescendientes.
La tercera Copa Mundial fue una fiesta nacional y popular. Como en toda fiesta, hay desenfreno y catarsis, se aflojan las barreras inhibitorias, las restricciones de lo correcto se debilitan. En ese contexto, sale lo peor y lo mejor de la gente. Es parte de la psicología de masas desde que el mundo es mundo. Tal vez por entonces la natural alegría de un pueblo que venía de sufrir la pandemia silenció las voces necesarias que alertaban sobre los riesgos de este destape racista que se infiltró en los festejos.
No soy un mojigato, no me indignan las malas palabras ni las frases políticamente incorrectas. Las veces que fui a la popular de San Lorenzo me sentí entre compañeros. Compañeros que pueden cantar “quisieron privatizarte, pero a vos no te vendo” pero también “son todos bolivianos que cagan en la vereda y se limpian con la mano”. Cuando truenan esos cantos en la Butteler simplemente me cruzo de brazos, me callo y le pido a mi pibe que no las cantemos. Intento explicarles a mis compañeros cuervos que no da.
Estos resabios xenófobos que existen en la cultura de todos los pueblos se convierten en un problema grave cuando la dirigencia política de un país, particularmente los gobernantes, buscan tocar precisamente esas fibras de odio que anidan, más o menos inhibidas, en todos nosotros. Es la explotación de la fragilidad humana en función de esquemas de poder e ideologías deshumanizantes.
En mi caso, como dirigente del campo popular tampoco me siento habilitado a moralizar desde una posición elitista las expresiones de mi gente. Hasta ahora, mantuve mi repudio a nivel de la objeción de conciencia con el silencio.
El caso de Enzo Fernández, un atleta de 23 años que hizo feliz a nuestro Pueblo con su talento deportivo, me obliga a una reflexión. No me escandaliza su cántico en sí mismo. El joven explicó perfectamente en su descargo como un error cometido en el marco del fervor de un triunfo futbolístico. Seguramente, lo entonó con absoluta inconsciencia del dolor que podía generar en los agraviados por la letra de la canción. Es un aprendizaje para él y para todos. Esta situación desafortunada se convierte en otra cosa cuando traspasa los límites de la cultura de cancha y se mete en la política oficial.
Yo también banco a Enzo, lo que no banco es el canto y mucho menos el festejo de gente paqueta o poderosa que se siente habilitada por el ídolo a vomitar su racismo y prepotencia, tanto peor si se trata de una autoridad pública. Me revuelve las tripas las declaraciones públicas de la señora vicepresidenta de la República Argentina, una mujer que se ufana de su educación superior, saluda en japonés al embajador de Japón, se muestra circunspecta y racional, avala la entrega neocolonial de los recursos naturales argentinos, se vanagloria de los elogios del Financial Times, pero aprovecha una ocasión desgraciada para utilizar a Enzo en un acto infame de populismo nazional-videliano.
Llamativamente, la justificación de su reivindicación del canto racista es el anticolonialismo. Esta mujer, que reivindica el terrorismo de Estado, parece olvidar que fueron precisamente los militares colonialistas franceses los maestros de sus amados genocidas. Efectivamente, las tácticas de “guerra sucia” que aprendieron los represores argentinos se desarrollaron en el África colonizada, particularmente en Argelia, para reprimir a los revolucionarios independentistas. Las clases se dictaron primero en París. Más adelante, una delegación de asesores franceses se instaló en la Argentina, adiestrando a nuestros represores con “clases sobre torturas, asesinatos, infiltraciones en sindicatos, partidos políticos, violaciones de domicilio, atentados, guerra psicológica y campañas sucias de prensa” (Pigna)
En una jugada claramente calculada para dejar en offside al señor presidente Javier Milei asumiendo la pose de nacionalista Galtieri style, con videliana pasión mundialista, Villaruel no deja puntada sin hilo
La vicepresidenta Victoria Villarruel, en una inusual reivindicación de gauchos, negros e “indios”, arenga sobre la Argentinidad al palo mientras elogia a Messi para asociar las gestas históricas y deportivas de nuestro país con su ideología nefasta. Con cara de piedra y mal disimulada cobardía, denuncia la hipocresía sin aclarar de quién ni por qué. Hubiera sido interesante. Si Villarruel está criticando al gobierno francés, efectivamente le asiste la razón, no por los actos aberrantes de colonialismo francés en África -que supongo no pueden achacarse al gobierno de Macron como no podría achacarse las aberraciones japonesas en China al gobierno de Kishida- sino por la persecución que sufren hoy los ciudadanos franceses de origen no europeo y sus descendientes en los suburbios conocidos como banlieue o las personas que viven en las zonas pobres de París, casi todos inmigrantes africanos, que las autoridades francesas suben a colectivos por la fuerza para limpiar la ciudad antes de los Juegos Olímpicos. Si realmente se preocuparon por la dignidad de los afrodescendientes, antes de indignarse por un acto injusto pero infantil, las autoridades galas podrían comenzar por no apalear afrodescendientes pobres y excluidos. Sería bueno que Villarruell aclare a qué hipocresía se refiere, así nos ayuda a terminar con la persecución estatal que sufren los pobres y excluidos en Argentina que duermen en las calles con frío, hambre y miedo de las patrullas policiales.
En relación con las “las verdades que no se quieren admitir” también me pregunto a qué se refiere; ¿a la orientación sexual de un jugador francés de origen africano? ¿a la presencia de afrodescendientes en territorio francés? El coraje argento de la genocidófila vicepresidenta tiene poca nafta; se le acaba cuando le toca enumerar las susodichas verdades.
En una jugada claramente calculada para dejar en offside al señor presidente Javier Milei asumiendo la pose de nacionalista Galtieri style, con videliana pasión mundialista, Villaruel no deja puntada sin hilo. Sabe que, en pocos días, el Jefe de Estado viajará a Francia a la apertura de los Juegos Olímpicos. Busca forzar otro error diplomático que se sume a tantos que el propio Milei se buscó con su fanatismo ideológico de anticomunista tardío. Como vengo señalando hace tiempo, en mi humilde opinión, es evidente que la señora, serrucho en mano, se prepara para sucederlo frente al inevitable colapso del plan socioeconómico que ella misma impulsa. La aceleración de su estrategia de diferenciación y el desarrollo de su agenda propia hablan mucho del momento histórico de la Argentina. La arenga patriotera de Villarruel es como el veneno de la serpiente que, camuflada en el ambiente, muerde arteramente a su víctima para someterla.
Por otro lado, ya desde el Mundial, me irrita el silencio de quienes construyeron su carrera política a partir de la permanente sobreactuación frente a cualquier expresión políticamente incorrecta cuando la ola del progresismo cultural estaba en la cresta. ¿Dónde están ahora que se los necesita? Otra gran lección para nuestro campo político: cuando veas a alguien usar demasiado el pico, fijate que hace con su cuero. Si no hay coincidencia, es un careta montado en una marea ideológica que cambia de convicciones como de guante sin sonrojarse. Las personas de convicción, en particular los que creemos en la igualdad, la justicia social y la dignidad inalienable de todas las personas, casi siempre tenemos que nadar contra la corriente. No surfeamos sobre las olas, luchamos para cambiar la corriente… como los revolucionarios franceses que nos legaron los ideales de libertad, igualdad y fraternidad luchando contra los tiranos, como las monjas francesas entregadas por el torturador Astiz, ese mismo que suscita la solidaridad de la indignada Villarruel.
Dicho todo esto, agradezco a la Selección Argentina por las alegrías comunitarias que nos viene regalando hace algunos años ya. Y sobre todo al pibe que embolsaba carbón y hoy se despide regalándonos una sonrisa más, gracias Ángel.
JG/MF