LOS CUADERNOS DE OTOÑO

Los viajes del buen salvaje Tonio Krueger

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Es viernes santo y mi amigo Santiago me manda un audio con una voz hermosa cantando salmos al Señor. Me pregunta si sé quién es la mujer que canta. Y yo, a pesar de que no la escucho hablar hace mucho y que nunca la escuché cantar (la voz cambia de manera impresionante cuando alguien canta, a veces) le digo: Es Sunilda Cañete Villansanti. Sí, me dice mi amigo. Sunilda es su ex mujer. La canción me alegra el día feriado y hasta pienso en ir a la iglesia Santa Cruz, esta tarde noche, para la misa, no porque crea en algo fantástico, sino porque la canción de Suni me reconcilió con el amor por los demás, sea como sea, sin pensarlo mucho.

Le agradezco el mesaje a Santiago y le cuento que estoy leyendo Los viajes del buen salvaje, de Antonio Cisneros. Hace varios días él me había dicho que había encontrado ese libro en una librería de Buenos Aires y yo corrí a buscar un ejemplar, ya que esta editado por Peisa, en Lima, y pensé que no habría muchos ejemplares. Lo conseguí. Es un libro donde el poeta peruano narra sus viajes a lo largo de su vida y va desde Tokio pasando por Londres, Chile y la Alemania Occidental antes de la caída del muro y después del derrumbe. A veces, tener el libro de una persona que ya no está es una forma de seguir una conversación con ella. ¿Quién no habla con un ser querido que se fue, de vez en cuando, sólo o sola, mientras camina o antes de dormirse?

El libro se abre con crónicas de un viaje de Antonio por Tokio. Yo le digo mentalmente que es un lugar que me gustaría conocer, que viajaría sólo con mi karategui en la valija para hacer karate en algún dojo en el que me lo permitieran. Antonio me cuenta su impresión cuando asiste a una obra de teatro noh: “A diferencia del kabuki, propiciado por los mercaderes del siglo XVI, el teatro noh es más antiguo y tiene un origen religioso y cortesano (…) Siempre he oído hablar del noh como algo exquisito y aburrido. Igual que las salas interminables de los museos. En relidad no fue así. Desde el inicio fui atrapado por el claroscuro, los fúnebres coros, el flautín y el tambor. Los actores que giran y levitan, pero jamás caminan como humanos, me envolvieron con su danza. Las voces sobrenaturales resonaban en mí. Creo que el kabuki se dirige a todo el público mientras que el noh a cada uno en particular. Y fui llevado tan lejos de este mundo que, en un momento, sin noción del tiempo y del espacio, hurgué en mis bolsillos. Buscando las llaves de ese Volkswagen rojo que había dejado en Miraflores”.

Este final es genial. La poesía de Cisneros -salvo excepciones- es de versos largos, narrativos. Busquen el poema “Entre el embarcadero de San Nicolás y este gran mar”, donde le narra a su hijo las penurias de la separación que él y su ex mujer le ocasionaron y le pide perdón. Las imágenes fulminantes -que Antonio aprendió de su admirado Robert Lowell- salpican sus poemas y los inestabilizan. En las crónicas, la mecánica es la misma. Cisneros narra con voz coloquial, te prepara para que te tomes un té japonés, tranquilo y de golpe te convida la imagen del Volskwagen rojo que entra en tu cabeza a un ritmo eficaz.

Mientras leo las crónicas de Los viajes del buen salvaje, recuerdo el tono de su voz. Antonio, llamado Tonio por sus amigos, podía ser el Tonio Kröger de Thomás Mann o el Tonio Krueger de tus pesadillas, ya que a veces se ponía insufrible cuando tomaba sin parar. Hay una crónica que se llama “El cincuentón sentimental” donde da cuenta de esto y me hizo reir mucho. El poeta vuelve de un viaje y ya en su casa de Lima, bajo el cielo plomizo, saca los libros que le regalaron durante el viaje y lee una dedicatoria. “Para Antonio Cisneros, por todas las estupideces que dijo el jueves”. Cisneros nota que la caligrafía de la dedicatoria “es de un modelo Palmer impecable, segura y sin borrones. Nada indica un ambiente de juerga o una broma al desgaire. En algún lugar del mundo me odia un vate europeo o africano. Alguien cuyo rostro no existe en mi memoria. ¿Será ese gordito del cafetín del Dante? ¿O el flaco, negro como una noche sin estrellas, que me tosía en la primera fila cuando dí el recital? ¿Alto o bajo? ¿Calvo o peludo? ¿Cómo reconocer al enemigo?”. Jaja. ¿Cómo reconocer al enemigo? Una vez mi amigo M me contó que estaba en un almuerzo post trabajo con varias personas. En el bar donde estaban había unos músicos que habían sido cancelados en un sitio de internet acusados de abusos. Una de las personas que estaba con él se lo hizo notar. Y no dijo nada más. Cuando por la tarde volvieron al trabajo, M leyó un twitter que había subido esta persona silenciosa contando donde estaban los músicos cancelados y atacándolos. Si le parecían tan terribles ¿por qué no se paró y los increpó? La gente hace por las redes sociales cosas que no se bancan hacer en persona, de manera aurática, en eso la pandemia los debe haber ayudado. Si hoy Hitler tuviera un twitter, me imagino a un montón de estas personas despertándose apurados para ver qué escribió Hitler durante la noche.

Cisneros se encuentra, por medio de un amigo en común, con Julio Cortázar en un café de París. Están terminando los años sesenta. Cisneros es muy joven y está maravillado.

Todo esto me hace recordar y pensar la pregunta de Cisneros ¿Cómo reconocer al enemigo? El libro de crónicas también tiene perfiles memorables, como cuando se encuentra con Allen Ginsberg en los sesenta primero y el poeta recita poemas y mantras en una plaza de Londres y mucho tiempo después, casi antes de su muerte por una cirrosis. Cisneros recuerda que su padre le trajo los primeros libros de Ginsberg y que le costó leerlos por la jerga que tenía el inglés americano del poeta. Mi amigo Daniel Durand tenía una poesía completa de Ginsberg y nos sorprendimos cuando leímos en inglés sus poemas pre-Aullido, porque eran copias formales de los de William Carlos Williams.

Cisneros se encuentra, por medio de un amigo en común, con Julio Cortázar en un café de París. Están terminando los años sesenta. Cisneros es muy joven y está maravillado. Cortázar le pregunta por poetas ingleses nuevos -Antonio está viviendo en Londres traduciéndolos- y anota después los nombres. Cuando el amigo en común se va, Cortázar y él se quedan charlando hasta que anochece. Y después Cortázar lo invita a ver una película en el cine y cuando salen de el cine lo invita a su casa donde conoce a Aurora, la mujer de Julio y cena y toman vino. Para el joven Cisneros ese día fue uno de los más hermosos de su vida. Sobre el final de esa crónica escribe: “Nunca más volví a verlo, por eso cuando me enteré de su muerte lloré. Lloré como quien pierde a un dios querido o a un hermano mayor”.