Un hombre de mediana edad está muy enamorado de una mujer, realmente lo está, después de una separación y varios años solo (con encuentros ocasionales).
Esto último es significativo, porque expone que su modelo vincular es todavía el de la juventud; es decir, se enamoró, muy bien, pero en esta experiencia se le actualizan componentes de dependencia temprana. Por ejemplo, tiende a ponerse celoso, sin que esta celotipia sea una condición amorosa; es más bien reactiva a su modo de vincularse en este momento.
Nunca antes le había pasado, estar celoso. Esta última distinción es importante, para distinguir qué síntomas son de la neurosis y cuáles del vínculo. Sin perspectiva vincular, se pueden tratar como defensas lo que, en verdad, son creaciones entre dos en una relación.
La cuestión es que, en determinada ocasión, este hombre queda para verse con la mujer luego de que ella fuera antes a una reunión. En ese lapso, él no sabe muy bien qué hacer, se queda a la espera. Cuando se cumple la hora, ella le avisa que está demorada, que la reunión se extiende. En ese punto, primero él se enoja y le reprocha –sin decírselo– la falta al acuerdo.
Luego, piensa en escribirle a otra mujer, sin darse cuenta de que esto es una venganza, un intento desesperado de castigarla. Finalmente, se calma cuando piensa que podría interrumpir el vínculo que, si la relación se pierde, él va a sobrevivir. Por suerte, esta fantasía es la que le permite decidir continuar.
De la secuencia me interesa lo siguiente: que el vínculo se constituye como tal recién con la fantasía de separación y que, esta última, llega después de un recorrido, en el que tiene que caer la idea de la relación como pacto y el anhelo narcisista de venganza.
La separación no está en el final de un vínculo, sino en el inicio –cuando este necesita reelaborar previamente la condición de dependencia– y las dos trampas actuales para vincularse son: 1. el afán individualista de contractualizar como protección ante el abandono; 2. el narcisismo castigador.
Ubico como una coordenada bastante típica en el análisis de varones de mediana edad que tengan que elaborar la fijación en esa necesidad de castigar al otro por la herida narcisista.
Pensar que la monogamia es una mera norma social sin tener en cuenta las corrientes psíquicas que la hacen posible en ciertos momentos, y no en otros, es una perspectiva unilateral
Ahora bien, esta secuencia clínica nos lleva a una consideración teórica, porque en su clásico texto sobre la psicología del amor, Freud plantea el caso del varón dividido entre el amor y el deseo. El argumento es simple: la dependencia edípica del amor hace que el deseo se vuelva inviable en el mismo vínculo por su raíz incestuosa.
El trasfondo de este texto es una idea básica de los ensayos de Freud sobre teoría sexual: es necesario que en la adolescencia del varón se produzca un enamoramiento que desplace el interés por los objetos familiares por uno exogámico. Por esos los enamoramientos adolescentes son tan absolutos y, así y todo, este movimiento nunca se consigue completamente.
Lo que importa de este segundo argumento es que es propio del amor juvenil el que implica la renuncia a otros objetos. En este punto, este motivo se articula con otro gran tópico freudiano, el mito de la horda primitiva: el acceso a una mujer (en el amor juvenil) implica la renuncia a las otras.
Volvamos al texto freudiano de la psicología del amor. Allí Freud piensa en matrimonios jóvenes, en varones casados que están entre los 20 y los 30, condición que en nuestras sociedades ya no está vigente.
Ahora bien, si pensamos en lo que ocurre en los varones que tienen más de 40, cuando es común que la huella edípica ya no corra de manera tan restrictiva, hay dos rasgos que cabe destacar:
1. Se enamoran mucho menos, porque tienen una necesidad menor del enamoramiento (ya no tienen que dejar la familia de origen, salvo en el caso de varones que precisan enamorarse para separarse de una esposa), entonces se plantea mejor la pregunta por qué implica el amor en la pareja;
2. El amor del varón maduro, entonces, no se acompaña de la necesidad de renunciar al deseo por otras mujeres.
Esto permite entender por qué muchos varones, después de separarse, ya no quieren volver a estar en pareja o experimentan lo que la autoayuda llama “fobia al compromiso”.
Quizá por esto, al menos en lo que yo escucho, son mucho más los varones quienes insisten con el tema de la pareja abierta en sus relaciones. Pensar que la monogamia es una mera norma social sin tener en cuenta las corrientes psíquicas que la hacen posible en ciertos momentos, y no en otros, es una perspectiva unilateral. En un próximo artículo retomaré las fuentes emocionales de la exclusividad vincular.
LL/MF