¿Qué es la lengua, el idioma, sino el nexo comunicacional por antonomasia? Las lenguas más pequeñas, es decir, las habladas por menos de 5.000 personas, están muriendo a un ritmo alarmante. Se estima que en la actualidad existen algo menos de 6000 lenguas en todo el mundo y prácticamente la mitad de ellas corren peligro de extinguirse antes del final de este siglo. ¿Causas? Entre tantas, la globalización y las guerras con el obligado desplazamiento y exilio de los hablantes, son factores que las ponen en riesgo y al menos, unas veinticinco desaparecen cada año.
En la actualidad, hay casi 3000 lenguajes carecen de escritura y el inglés, el español y el chino son los más hablados. Según un informe de la BBC, durante el último siglo se han extinguido alrededor de 400 idiomas, aproximadamente uno cada tres meses, y la mayoría de los lingüistas estiman que el 50% de las 6.500 lenguas restantes del mundo habrá desaparecido a finales de este siglo (aunque, algunos llegan a situar esta cifra en el 90%).
Invasiones territoriales, las mal llamadas colonizaciones, fenómenos migratorios, empobrecimiento económico, son también algunos de los gérmenes que atentan contra el idioma. Inclusive variables que abarcan diferentes aspectos de crecimiento poblacional, la falta de documentación, reconocimiento legal, política educativa, indicadores socioeconómicos y por supuesto características ambientales son muestras de la pérdida del idioma. Un ejemplo: el tsunami del Océano Índico en 2004 provocó que pequeños grupos étnicos de las islas Andamán prácticamente se extinguieran y con ellos su herencia lingüística.
¿Cuándo una lengua se convierte en un idioma? Cuando un pueblo la utiliza para comunicarse entre sí creando así una identidad cultural. Por eso la muerte de un idioma es la muerte de una cultura, una raza; sin lengua somos seres sin identidad.
¿Lengua muerta, decíamos? Al latín, esa raíz de tantas otras lenguas, se le atribuyen al menos cinco muertes: la primera la encontraríamos en el primer siglo de nuestra era: «la lengua se petrificó y se convirtió en un idioma sin evolución». Las invasiones bárbaras apuraron la segunda muerte y surgen las lenguas romances. No será hasta la época de Carlomagno cuando se restablezca el latín en beneficio de la Iglesia y se convierta en una lengua hablada y estudiada por personas cultas; un tercer deceso llegará a fines de la Edad Media cuando el latín perdió «su fuerza de composición poética y retórica»; la cuarta será provocada por el auge de los nacionalismos en el siglo XVIII, lo que supuso un alejamiento del latín del ámbito de la ciencia y la literatura en favor de otras lenguas modernas, como el francés o el inglés. Finalmente perecerá en el siglo XX, puesto que, en palabras de Wilfried Stroh en sus Estudios clásicos, “quienes arrojaron a Alemania a dos guerras mundiales tenían sin duda sus buenas razones para desconfiar del poder de una lengua que unía a los pueblos, una lengua que, desde Carlomagno, había logrado mantener su propia nación de eruditos”.
Así es como el latín resulta una buena muestra de cómo se pierden, esfuman las lenguas. Como hemos podido comprobar, las muertes de la lengua latina no han hecho sino reforzar su conocimiento y legado. Damos por hecho que, cualquier interesado en las lenguas romances o semi romances como el inglés, sabrá ensalzar el conocimiento del latín para conocer la gramática de estas lenguas, pues es donde mayor presencia tiene el influjo latino. Hablar de lengua muerta es, sin duda, un acto arriesgado, más aún cuando conserva su estatus de lengua oficial en el Estado del Vaticano. Pero, sin recurrir a lo estrictamente oficial o político y atendiendo a lo lingüístico, es una necedad afirmar, sin haber leído a César, Cicerón o Séneca, que el latín es una lengua muerta. Quizás quienes lo hagan, consciente o inconscientemente, lo harán gracias al latín. Y es en este punto donde el conocimiento del latín se vuelve importante no solo para conocer nuestros orígenes como civilización, sino también para hablar correctamente y dominar nuestra lengua materna.
La lengua materna es la primera voz que escuchamos, la de la madre, su idioma, nuestra herencia. Esos fonemas torpes que emitimos chasqueando, justamente, la lengua es el principio comunicacional con el exterior. En países como Argentina, donde la inmigración forzó un bilingüismo, sobre todo a mediados del siglo pasado, también resulta esta particularidad una aceleración para la muerte de la primera lengua materna, si se quiere. Esto es: el hijo del inmigrante polaco, italiano, armenio recibió el idioma de sus padres; el nieto difícilmente. Y también paradójicamente, las regiones con más diversidad lingüística como Oceanía, el África subsahariana y Sudamérica son las que cuentan con un mayor número de lenguas en peligro de desaparición. En América murieron de modo estrepitoso idiomas y dialectos tras la conquista de españoles y portugueses.
Según la lingüista Peggy Mohan (nacida en las Indias Occidentales Británicas, hija de padre local y madre canadiense), “la muerte de una lengua no es gradual sino generacional”. Las Indias Occidentales Británicas o simplemente Antillas Británicas fueron las islas y colonias continentales incluidas en el Caribe que fueron parte del Imperio británico yâ en 1912 se dividieron en ocho colonias: las Bahamas, Barbados, Guayana Británica, Honduras Británica, Jamaica (con sus dependencias: las Islas Turcas y Caicos y las Islas Caimán), Trinidad y Tobago, las Islas de Barlovento y las Islas de Sotavento. Continúa Mohan: “Ocurre a causa de acontecimientos externos y no por algo en la lengua. Sucedió con el bhojpuri en el Caribe. La primera generación puede seguir hablando una lengua, pero sus hijos se ven desestimulados para utilizarla porque, como ocurrió con el bhojpuri, los beneficios del conocimiento del inglés son mucho mayores. Cuando el entramado de frases incorrectas empieza a aparecer en el habla de los no nativos, ya se ha superado el punto de no retorno”.
A partir de dos estudios realizados por la Universidad de Oxford en 2018 y 2021, las lenguas amenazadas son el creole holandés berbice, mapidiano y mawayana en Guyana; el tawahka, tolupan y maya-chortí en Honduras; el kiliwa, ocuilteco, matlatzinca y ópata en México y el rama y miskito en Nicaragua. India hoy conserva una pluralidad de 400 lenguas minoritarias de las que se cree había el doble. Las grandes lenguas amerindias tienen asegurado el futuro por su gran vitalidad: el quechua con ocho millones de hablantes, el guaraní con siete millones (más de 90% de la población paraguaya lo habla), el nahua con un millón o las lenguas mayas con seis millones en sus variantes lingüísticas yucateco, quiché, mamé, cachiquel, y pocas más.
En Brasil es particularmente alarmante: hasta el siglo XIX se hablaban aproximadamente mil variantes dialectales de las cuales se mantienen apenas 200. En Finlandia se hablan diferentes dialectos lapones que mancomunan a menos de 200 habitantes lo cual presupone una pérdida prácticamente inmediata. Parte de la misma familia urálica, el sami en Noruega y en Suecia corren la misma suerte. En la Isla de Man en el Reino Unido, el último orador de su lengua primera murió en 1974.El livonio, de origen letón, murió con su último parlante, un hombre que falleció en 2013. Y aunque haya registro de 300.000 parlantes del bretón, la zona de la Alta Bretaña en Francia, también está perdiendo su fuerza.
Grecia padece la muerte de varias de las mutaciones idiomáticas que ha sufrido a lo largo de la historia, lo mismo Italia, Francia, Bélgica, Alemania y Croacia. De todas estas lenguas ancestrales prácticamente no queda registro literario.
En Suecia, por ejemplo, el pite sami (¿dialecto, idioma?) lo hablan unos diez habitantes del condado de Arjeplog. Lo mismo ocurre con el votic, al oeste de San Petersburgo en Rusia. (En estos territorios tan amplios los grandes idiomas absorben a los más pequeños por cuestiones de extensión y la hegemonía que mantuvo durante sus años en el Cáucaso como lo fue con la URSS -algo similar ocurre en China-). El gagaúzo en Bulgaria; el walser, un dialecto alemán de Suiza arcaizante que tiene su origen en la Edad Media y hoy lo hablan unas cien personas.
La diversidad lingüística está amenazada. Si bien cada idioma está sujeto a presiones sociales, demográficas y políticas específicas, también puede haber procesos amenazantes comunes. Un análisis sobre los 6.511 idiomas hablados con 51 variables predictoras que abarcan aspectos de población, documentación, reconocimiento legal, política educativa, indicadores socioeconómicos y características ambientales para mostrar que, contrariamente a la percepción común, el contacto con otros idiomas en sí es no es un impulsor de la pérdida del idioma. Sin embargo, una mayor densidad de carreteras, que puede fomentar el movimiento de la población, se asocia con un mayor peligro.
Así es como las variables demográficas y ambientales que se pueden proyectar a futuro, nos permiten hacer predicciones de futuros patrones de peligro para el lenguaje en el tiempo y el espacio.
En el libro La muerte de las lenguas (Cambridge University Press), el lingüista David Crystal escribe que no caben distinciones entre lenguas mayores y menores: toda lengua es un sistema profundamente humano de comprensión del mundo. Toda lengua, como se encarga de señalar Crystal, contribuye a la totalidad del conocimiento humano y muchos, “mayores o menores” tienen fecha de defunción. Una de las teorías clave del libro, a este propósito, es el análisis del bilingüismo: según afirma Crystal, aproximadamente la mitad de la población mundial es bilingüe lo que para el especialista, es una situación cultural y socialmente ventajosa.
LT