El 6,6% de febrero

Inflación en rojo: un Gobierno en shock mientras Massa recalcula bajo críticas K

Se esperaba un número alto pero el 6,6% fue un shock. No solo por el dato en sí, de por sí duro, sino por la inercia que anticipa para un marzo que, se asume, arrojaría un indicador todavía más difícil. “Es preocupante pero no nos tiene que paralizar”, dicen en Casa Rosada, donde aseguran que la cifra que informó el martes el INDEC los tomó por sorpresa.

Alberto Fernández conocía, por Sergio Massa, las proyecciones de una inflación en febrero de alrededor de 6 puntos. Hay una tester oficial, que tienen el ministro de Economía, el Presidente y el jefe de Gabinete, que hace seguimiento de variación de precios de productos de almacén en las principales cadenas. Sirve para definir tendencia sobre el índice general que revela el INDEC y que en febrero tuvo, entre otros efectos, el impacto de la suba de carne.

Pero el número de la inflación es, sobre todo, un indicador que impacta en el clima político del oficialismo. Un primer movimiento, antes del último dato, lo ensayó Massa cuando modificó los parámetros a partir de los cuales proponía medir su desempeño como ministro. A fin del año pasado, ponía todo en la lucha contra la inflación y proyectaba que estaría en 3 y algo en abril. Ahora plantea que su mérito fue, antes que nada, evitar un estallido el año pasado y seguir, día a día, controlando y despejando variables que pueden dinamitar al Gobierno.

La Cámpora no puede dejar de criticar al FMI y Massa no puede dejar de negociar con el FMI. Son dos inevitabilidades que, en un sistema de lógica más previsible, serían incompatibles pero conviven en ese artefacto esotérico que es el FDT.

Pero la estela de una inflación de 6,6%, que puede ser más alta en marzo, que superó los 100 puntos anuales y se acercará peligrosamente al 110 si la cifra se sostiene -en 2022, marzo fue la segunda peor cifra del año con 6,7, abajo del 7,4 de julio- ejerce un efecto nocivo sobre todo el Gobierno y cualquier candidato que aparezca emparentado con la administración. Lo deslizó, hace diez días, un operador del FDT, con acceso a Olivos: “Si la inflación sigue así, no pueden ser ni Sergio ni Alberto... y tampoco Wado”. ¿Quién entonces? Quizá aquellos que hayan tomado abiertamente distancia del Gobierno o que hayan estado a una distancia prudencial. Es lo que susurran cerca de Daniel Scioli.

Distancias

Massa vibra en dos planos. Por un lado, en medio de la interna descarnada del oficialismo, se volvió un instrumentalista, casi un técnico que solo se ocupa de atender la cuestión económica. Reclama, incluso, que las peleas políticas atentan contra la administración de una economía indomable. El comunicado de La Cámpora contra la negociación con el FMI, que llevó adelante el ministro sembró un mal clima adicional y rompió la idea de “apoyo implícito”, casi por default, de la vice al ministro.

En Gobierno se da por hecho que cada decisión que tomó Massa fue notificada, antes, a la vice. ¿El documento de La Cámpora cuestiona, de ser eso cierto, lo que Cristina validó que se negocie? Peor sería que, como se afirma que ocuriró con Martín Guzmán, el ministro haya llevado adelante una negociación hipersensible sin darle toda la información a la vicepresidente. Poco probable. Massa, que siguió de cerca aquellos chispazos entre la vice y el ministro de Economía, sabe lo que eso podría significar.

El dar testimonio del camporismo sobre la toxicidad del FMI en la Economía argentina se traduce, casi sin matices, como poner un mojón político e ideológico para una etapa de reconstrucción y/o resistencia fuera del poder. “¿Cómo se hace campaña si Sergio es candidato, luego de que La Cámpora salió a decir lo que dijo de esa negociación con el FMI?”, pregunta un intendente que teme lo que temen los bonaerenses con territorio: que arriba sea un caos que termine dañando a las boletas locales. Una explicación sencilla: La Cámpora, por su matriz, no puede dejar de criticar al FMI y Massa, por su necesidad y rol, no puede dejar de negociar con el FMI. Se trata de dos inevitabilidades que, en un sistema de lógica más previsible, serían incompatibles pero que no sorprende en ese artefacto esotérico que es el FDT. “Hacen cosas de agrupaciones universitarias”, se queja un entornista del ministro.

Así y todo, Massa sigue -porque su pulsión política es esa- en estado de candidato potencial full time. El consultor catalán Antoni Gutiérrez Rubí elabora y analiza formato y ejes de una campaña futura. La revisión del contrato político referido a bajar la inflación, por el más intangible de haber evitado un estallido, refleja que el ministro sigue con ese plan aunque no diga, ni dirá hasta que se consume, que su plan es competir en octubre. Tiene tiempo y tiene, sobre todo, una inteligencia puntual: en la medida que esté ahí el clamor para que Cristina compita, cualquier figura que se mueva como postulante, va a generar resistencias en el dispositivo K.

Hay otra música en el aire que los datos de inflación hacen sonar mal. Hasta acá, Massa era el candidato que el sistema político pedía o, de mínima, considera que era la solución más indicada. Dirigentes de todo tipo y color, gobernadores, intendentes, legisladores, mucho del interior, sobre todo peronistas no K -aunque no anti K- veían a Massa como una solución, que había puesto orden político en el caos y logrado algunas respuestas en materia económica. Es aquella idea de que sería candidato porque el peronismo se lo pediría.

La inflación de enero/febrero perfora esa percepción de que el candidato inevitable, si lograba resultados, era Massa. Esa tesis suena menos aunque aparece, en defensa del tigrense, un elemento extra: es la figura que sigue pivoteando entre los Fernández y quien podría lograr que esa relación no derive en una implosión del Frente de Todos. “A Sergio no lo veta Cristina y Alberto lo entiende como propio. Sólo Scioli puede conseguir algo parecido”, apunta un funcionario que ve al ministro como única solución a la encerrona frentodista.

PI