Máximo Kirchner compró -o vendió- cara su derrota. Como en el meme virtual de expectativa-realidad, el jefe del PJ bonaerense creyó que bastaría una conversación con Daniel Scioli para que el exgobernador desista de seguir con su aventura presidencial. Tildó, como registro íntimo, un episodio: hace seis años, la elección posterior a ser candidato presidencial, Scioli aceptó sin chistar ir en el casi invisible quinto lugar de la lista de diputados de la naciente Unidad Ciudadana.
El miércoles a media mañana cuando Máximo recibió en su despacho a Alberto Pérez, el histórico operador sciolista, el clima interno en el ecosistema K indicaba que se podía maniobrar en busca de un acuerdo. Los pedidos de unidad de gobernadores y la CGT, como dispositivos de poder clásico por los que Scioli se siente interpelado, deberían haber funcionado para inducir al embajador a aceptar un acuerdo. Pero no ocurrió y por la tarde, el diputado decidió aceptar el esquema de reparto de cargos, que le planteó Pérez. “Que lo manden que se va a Gallegos”, fue el último mensaje de Máximo. A esa hora, con el texto armado, se hablaba del enojo del diputado y hasta se traducía como una declaración de “guerra” la carta. “Eso es letra de Cristina”, apuntó este jueves un operador del PJ. Cuando escribe, la vice suele tener otra cadencia.
Registros
¿Por qué si en 2017 aceptó el quinto escalón y en 2019 se bajó -fue el último en hacerlo- cuando Cristina anunció la fórmula Fernández-Fernández, ahora Scioli ejercería una disidencia que no es está en su ADN? A simple vista, lo distinto no está en el exgobernador que se ufana de ser el/lo mismo desde hace tres décadas, lo que cambió es el interlocutor: para Scioli, como para cualquier actor del peronismo, una cosa es Cristina y otra es Máximo.
El jefe del PJ tuvo que lidiar con un intríngulis y no logró, al menos como él pretendía, resolver la ecuación electoral. El dato, hasta acá, es que Cristina Kirchner no intervino. Lo del bastón del mariscal que más de una vez mencionó la vice aplica, también, para la conducción política interna y hasta acá se viene cumpliendo la regla de que Cristina delegó al menos parte de la negociación en sus segundos, en particular Máximo, Sergio Massa y “Wado” De Pedro, casi tan presente en el Senado como el hijo de la expresidenta.
El tono de la carta pública en la que le trasmitió “a las y los bonaerenses en general” que tuvo que aceptar la propuesta del sciolismo es un indicio de la otra lapicera de Máximo: de puño y letra, el diputado expone un nivel de tensión interna, explica su concesión a partir de la hipótesis de judicialización, y hace el ejercicio de vincular a Scioli con Alberto Fernández para partir las aguas entre Cristina y el presidente. Como primer paso para una campaña, el tenor de la metralla de la carta maximista, puede leerse como un indicio de cuál puede ser el tono de la campaña. La tesis de una PASO ordenada tuvo en esas tres carillas casi un certificado de defunción.
Task force
Hasta que al atardecer del miércoles se difundió el mensaje, habían existido esfuerzos específicos por evitar que la tensión se incremente. De hecho, funcionó una task force para evitar que abunden las operaciones y las declaraciones espasmódicas que compliquen una posterior negociación. Eso tampoco alcanzó y antes de que Scioli entienda que había logrado su objetivo, Máximo expuso la rispidez de la negociación. Hubo algún ramalazo de Cecilia Moreau pero, en general, funcionó un mecanismo interno para desactivar las bombas sucias.
Cerca de Máximo y en el entorno de Scioli afirmaron a elDiarioAR que no hubo un pedido explícito del diputado para que el embajador de baja de su candidatura presidencial. Suena raro pero así se afirma en ambos campamentos. En el cristinismo, y también cerca de Sergio Massa, la presunción era que Scioli terminaría por entender que el grueso del dispositivo peronista, y la bendición implícita de Cristina, estaba en que haya una fórmula de unidad. Lo que no hubo, trasciende, ningún tipo de negociación previa. En el PJ bonaerense los términos eran que Scioli primero se baje y después vea.
Lo curioso, además, es que el 30% que fija de piso el reglamento está lejos de ser un número que induzca a la competencia. Si se parte de la base, discutible, de que bajar el piso invita a que más listas y candidatos intervengan, el 30% que quedó inscripto, es 10 puntos más alto que el 20% de piso que se inscribió para las legislativas del 2021 cuando no hubo primarias. En general, el PJ aplica el 25%. Ahora queda el 30%, casi el mismo nivel que el histórico 33% de la UCR y bastante más arriba -y menos accesible- que el que acordó JxC, por caso en CABA; que está en el orden del 20%.
La propuesta de Máximo era un piso de 40% y que los primeros diez lugares sean para la lista ganadora que, se supone, era la suya mientas que a la lista de minoría le corresponderían el 11, 12 y 13 en la boleta. El sciolismo pidió 25% pero luego aceptó 30% con otro esquema de reparto: el que llega a 30%, se queda con el 4, el 9 y el 12.
Por eso, aunque el miércoles post carta, en el sciolismo evitaban la euforia y daban como única señal que eso confirmaba la existencia de una PASO, con las horas el propio Scioli mantuvo un tono suave y hasta dejó entrever que todavía no tiene decidido competir, que para decidir eso todavía quedan unos días. Se especula que existe una charla pendiente entre el embajador y Cristina Kirchner. Se sobreentiende, además, que la dureza del mensaje de Máximo funciona, también, como una advertencia.
Mensaje
La carta está dirigida a Scioli pero tiene, también, otros destinatarios: al poner al embajador del lado de Fernández, casi en el eje del mal -lo que instala, además, una tendencia para el 14 de agosto-, también fija los términos y condiciones para el resto de los actores del peronismo, sobre todo el territorial, respecto a que impone una competencia binaria total: si Scioli tiene lista de presidente, deberá tener listas propias en todos los niveles -senadores, diputados, gobernador, legisladores, intendentes- y no se permitirá que los alcaldes jueguen a dos puntas, al menos no abiertamente.
Tampoco, se explica, se aceptará lo mismo respecto a las listas de legisladores nacionales: el sciolismo avanza en el borrador de listas para senadores y diputados nacionales en todas las provincias. Si llegase a ocurrir, sería la primera vez en casi 40 años, que existe una interna nacional en el peronismo. La última, emblemática, fue la de Carlos Menem versus Antonio Cafiero, que ganó el riojano. A Scioli le gusta aquel espejo: ser el candidato que enfrenta a “la estructura”. Mmmm.
En 1998, en la provincia hubo otra interna potente: Carlos Ruckauf contra, otra vez, Cafiero pero para la candidatura a gobernador. La ganó Ruckauf que fue, luego, mandatario hasta enero del 2002.
El avance hacia lo que hoy parece una PASO irreversible, puede tener otro efecto: que se necesite poner al candidato más competitivo arriba de todo y que eso refuerce el operativo para mudar a Axel Kicillof desde la gobernación, donde quiere reelegir, a la presidencia. Supone, esa tesis, que “Wado” De Pedro -que no reniega de la PASO, de hecho las prefiere como proceso de legitimzación- podría estar en peores condiciones competitivas ante Scioli, que Kicillof. Lo mismo se dice en el mundo Massa aunque, hace rato, el ministro dice que debe haber lista única. El sábado planteó eso de que si hay PASO, “nos anoten”, pero los márgenes son estrechos para esa aventura.
PI