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El Libragate y la inversión que no fue, la campaña electoral y los caminos que se bifurcan

El fin de semana arrancó con una fiebre cripto de viernes por la noche. Durante cuatro horas las redes sociales estallaron por una promoción del presidente Javier Milei en sus cuentas de X e Instagram que convocaba a invertir en una criptomoneda bautizada como Libra. Milei aseguró que serviría para “fondear a pequeñas empresas” y presentó el proyecto como la demostración del arribo de inversiones virtuosas a nuestro país. La cotización de la cripto escaló en minutos y después se desplomó también en tiempo récord. En el medio, muchos perdieron los millones de dólares que unos pocos (los que crearon la moneda basura) embolsaron. Tras el revuelo, el Presidente borró el mensaje e intentó desligarse sin éxito de la iniciativa: “No estaba interiorizado”, se excusó.
En el submundo cripto llaman rug pull a este tipo de operaciones. Sin eufemismos, lisa y llanamente una estafa. De esta manera, Milei fue el principal promotor de un desfalco cuya metodología tiene más de un siglo y está unida a nombres célebres como el italiano Carlo Ponzi o el estadounidense Bernie Madoff, y que tuvo réplicas locales en Generación Zoe de Leonardo Cositorto o la misteriosa “China” que involucró a medio San Pedro (la empresa RainbowEX, acusada de captar fondos de manera ilegal y operar bajo un esquema fraudulento; reclutó a unos 20.000 habitantes de la ciudad bonaerense).
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La responsabilidad del Presidente es mayúscula por una cuestión simple: sin su impulso la estafa no hubiera alcanzado las dimensiones que tuvo o directamente no hubiese existido. Además, deberá responder por una práctica reñida con la ética pública.
Sin embargo, hay método en su derrape o razones detrás de la locura: Milei está desesperado por mostrar inversiones fantasmas que suplanten a las reales que no estarían llegando. El vacío se agrava cuando las elecciones se acercan.
En campaña
La disputa electoral está abierta y ofrece escenas un poco extrañas que no se reducen al LibraGate. El escenario está cruzado por movimientos contrapuestos. El gobierno de Milei pretende dar la imagen de una etapa de recuperación que habría comenzado y en el mismo acto agudiza todas las contradicciones de un esquema económico precario. Por su parte, la oposición tradicional ensaya el aggiornamiento a un presunto nuevo espíritu de época que el líder libertariano habría expresado cuando ganó la elección. Para darle pelea en el mismo terreno consideran que tienen que copiar las formas. Mientras la oposición busca hacer “mileísmo por otros medios”, Milei explora otros medios para revalidar electoralmente al mileísmo.
El jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Jorge Macri, refleja como nadie la decadencia del PRO, aquel partido que se presentaba a sí mismo como tecnocrático y modernista a principios de los años 2000. Parece la versión Manaos del original, como afirmó alguna vez el politólogo Pablo Touzon. Para hacer suyas las formas de los nuevos tiempos no tuvo mejor idea que montar una campaña con imágenes difundidas en sus redes en las que se lo ve “discutir” y hasta a patotear a presuntos vecinos con los que se cruza “aleatoriamente” por la calle. A la más que deficitaria gestión de gobierno local le agrega un perfil pendenciero solo explicable por el deseo de congraciarse con lo que cree que es una crispación general.
Sin embargo, su particular campaña publicitaria no fue lo más grave que hizo esta semana. Su Gobierno presentó un nuevo reglamento escolar que restringe las opiniones de los docentes en las aulas y sugiere denunciar a los alumnos o alumnas que propongan debates sobre temas “polémicos”. En el tercer punto ordena lo siguiente: “Expresar, durante el desarrollo de las clases, opiniones o adoptar conductas de manera intencionada que pudieran influir, confundir y/o afectar a los menores en temas relacionados con religión, sexualidad, género, etnia, política partidaria u otros de similar relevancia. En caso de que estos temas surjan durante la clase por iniciativa de un estudiante, el docente deberá informar al equipo de conducción para que los equipos especializados puedan intervenir y brindar el acompañamiento necesario al estudiante y su familia en cada situación”. El reglamento pasa por encima de, por lo menos, dos leyes históricas: la Ley de Educación Sexual Integral (26.150), aprobada en 2006 y la Ley de Identidad de Género (26.743), aprobada en 2012. Además, fomenta una persecución a quienes manifiesten ideas políticas.
No es el único que cree entender el nuevo Zeitgeist que habría revelado la llegada del libertarianismo al poder y pretende amoldarse a él. En la sesión en la que se trataba la cuestión de la “ficha limpia” en Diputados, Miguel Ángel Pichetto desempolvó su macartismo rabioso y desató su odio contra los integrantes del pueblo-nación mapuche, sumándose a la operación que los responsabiliza por los incendios en el sur. En una sola intervención fusionó indiscriminadamente bajo el mote de subversivos a los “montoneros”, a “los indios” e incluso a los “trotskistas” porque se sabe “dónde hubieran terminado en la Unión Soviética”. De la confusión mileísta emergió un Pichetto “soviético” que en pleno siglo XXI reivindica al gulag estalinista. Hay que recordar que estos improperios fueron emitidos por alguien que —como posteó Sebastián Lacunza en X— el sistema percibe como “moderado”.
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Y parece que nadie quiere quedarse afuera de las formas que estaría imponiendo la época. Hasta Cristina Fernández de Kirchner se despachó con un largo posteo en X para “debatir” con el Presidente en el que arranca con un “Che Milei” y está cargado de un impostado lenguaje chabacano (“burro”, “animalito”), agites en mayúscula y múltiples chicanas. Pareciera que la expresidenta se dejó convencer por alguien que le aseguró que para adaptarse al mandato de los tiempos hay que tuitear con los modos de Alberto Samid, aunque sin su gracia.
Milei no ganó ninguna “batalla cultural”, aunque quizá sí haya tenido un triunfo táctico al imponer sobre sus opositores determinados modos de intervención discursiva. Formas que hacen propias sobre la base de un balance que asegura que el actual presidente se hizo del poder por esos modos presuntamente “rebeldes” cuando, en realidad, triunfó menos por la adhesión a las formas que por rechazo al contenido de las políticas que aplicaron quienes hoy lo copian.
Inversión cero
Para el Gobierno, por su parte, su “modo electoral” implica una serie de medidas guiadas por el cortoplacismo que van desde la desaceleración en el aumento de las tarifas (comparados con los megatarifazos del año pasado) hasta la desvinculación del titular de la Anses, Mariano de los Heros, porque declaró que pretenden llevar adelante una reforma previsional que aumente la edad jubilatoria. Una reforma de esas características está en el ADN del programa libertariano, pero no es conveniente agitarla en el año electoral. Aunque la principal medida de orientación económica diseñada con motivos político-electorales y amplia intervención estatal es el dólar planchado con el cepo funcionando a pleno. También es el ancla central (junto al feroz ajuste a los ingresos) para mantener la desaceleración inflacionaria. Sostener el “cepo” y el control de cambios, a su vez, afectan y dilatan el acuerdo con el FMI.
El cimbronazo de los “mercados” del martes pasado (caída de acciones y bonos en la bolsa porteña) fue atribuido a que los inversores ya no compran la “ilusión financiera” que vendió Milei durante todo este tiempo. Tienen la sensación de que no se está ocupando de las famosas reformas estructurales en las que debería avanzar, más allá del salvaje ajuste fiscal. El objetivo de ganar las elecciones “obstaculiza” los grandes cambios que ilusionaban a los que tienen que poner la plata.
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Más allá del ruido permanente del Gobierno, vuelven a emerger los problemas estructurales del país que el ajuste mileísta no resolvió y no podía resolver.
En una conversación con Juan Manuel Telechea para el canal de YouTube de Filo News, Emmanuel Álvarez Agis (economista y director de la consultora PxQ) explicó con precisión las inconsistencias del plan económico, incluso evaluado en sus propios términos. Para Álvarez Agis, el Gobierno apura la política de abaratar el dólar no porque el programa económico lo requiera necesariamente, sino porque es conveniente desde el punto de vista político. El Presidente entiende que necesita mostrar una desinflación super rápida para disputar las elecciones. Está preso de las promesas que vendió en campaña electoral (dolarización, el ajuste que pagaría “la casta” y desinflación aquí y ahora). Con esas promesas puso las expectativas de sus votantes demasiado altas. Al no dolarizar y haber tenido en enero de 2024 una inflación de más del 20%, La Libertad Avanza entendió que le tenía que dar algo al electorado y no sólo al propio. Las medidas de dólar barato y apertura comercial con menores trabas para importar (retiro del Impuesto PAÍS o facilitación del “puerta a puerta” para compras en el exterior) pretenden “compensar” el ajuste. Es una especie de populismo financiero que provoca una salida de dólares (por viajes o compras) imposible de equilibrar en tiempo y forma ni siquiera con el desarrollo a pleno de las “joyas” exportadoras (Vaca Muerta, el campo o la minería).
El inversor real (no el fantasma de Libra) mira la ley de los grandes números y no le interesa cuántos diputados suma Milei, sino cuán sostenible es este ajuste. Según Álvarez Agis, el esquema está preso del siguiente dilema: “Si el inversor no se anima, la política económica puede no ser exitosa; y la política económica puede no ser exitosa porque el inversor no se anima”. Para salir de este laberinto, Milei gritó “piedra Libra” y se pegó un tiro en el pie.
FR/DTC
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