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Un régimen político detonado y sin PASO, relación de debilidades a la espera del Fondo

Javier Milei, Santiago Caputo y Karina Milei se abrazan luego de la firma de afiliación a La Libertad Avanza del asesor presidencial.

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El sistema político argentino está detonado. Sólo esa realidad puede explicar que un gobierno que exhibe fragilidades por los cuatro costados tenga la apariencia de un poder inmutable. Mas que una relación de fuerzas, lo que rige la dinámica política es una relación de debilidades

Si la irrupción de las coaliciones en el escenario político de fin del siglo pasado manifestaba la crisis del viejo sistema bipartidista, su etapa senil, la disgregación infinita a la que asistimos en la actualidad expresa una estampida mayor. Mientras todo el mundo se preguntaba cuándo iba a explotar la sociedad, presenciábamos el estallido silencioso de los partidos que dominaron la escena durante el corto siglo XX. En el centro de ese torbellino habita la crisis del peronismo que desde hace por lo menos 12 años perdió la brújula que le permitió alguna vez captar el signo de los tiempos y debilitó como nunca su estructura de poder. Es imposible entender el “fenómeno Milei” si no se toma en cuenta la dimensión de ese vacío.

Las causas estructurales de esta deriva hay que rastrearlas en la lenta agonía de una vieja Argentina que no muere y un nuevo país que no termina de nacer. Una crisis crónica y una larga decadencia económica y social que derivó en un profundo proceso de escisión entre representantes y representados.

Milei fue el beneficiario inducido de este equilibrio inestable y del rechazo rotundo que generó la representación política tradicional en una parte considerable de la población. Logró erigirse en un árbitro que expresa la crisis y representa un mar de frustraciones, pero no la resuelve

Esta desafección hizo emerger lo que los investigadores Ignacio Ramírez y Agustina Falak rescatan en el último número la revista Más Poder Local (editada por la Universidad de Murcia): el fenómeno del “partidismo negativo”. “El partidismo negativo —escriben Falak y Ramírez— podría ser resumido de la siguiente manera: «Soy lo que rechazo, soy aquello que no soy». Años atrás, cuando un ciudadano decidía su voto en virtud más del rechazo que del entusiasmo o interés que le despertaba la opción elegida solía hablarse de «voto estratégico», como un desvío del «voto normal» que consistiría en elegir a aquel candidato que más nos gusta. Sin embargo, en un contexto regido por el partidismo negativo, el candidato que más nos gusta puede o suele ser precisamente aquel que expresa la cosmovisión que no nos gusta, aquel que representa lo que rechazamos”. Por eso, según un relevamiento que da sustento empírico al artículo, sólo un 10% de los votantes de Milei manifiestan sentir “amor” por su candidato, mientras quienes creen que representa la mejor oposición a todo aquello que odian con fuerza son la amplia mayoría. El odio vence al amor en el soporte social mileísta. Un consenso negativo por antonomasia que en el fondo es frágil.

Solo esta confusión generalizada de un sistema político aturdido y desorientado puede explicar que, a menos de una semana de una extraordinaria movilización política contra el Gobierno motorizada por el movimiento de la diversidad sexual, pero que terminó transformada en un rechazo mucho más amplio, el grueso de los diputados de la mal llamada “oposición” (25 pertenecientes a Unión por la Patria) hayan votado la suspensión de las PASO de acuerdo a los requerimientos de la Casa Rosada. 

La atomización que mostró el bloque peronista es directamente proporcional a las internas que lo atraviesan. Quizá algún engreído se atreva a repetir el antiguo axioma: “Creen que nos peleamos, pero nos estamos reproduciendo”, sin embargo, la realidad vuelve traer la pregunta que formuló Juan Carlos Torre y acecha como un fantasma desde 2016: ¿le llegó al peronismo su 2001?

La desinflación actual comparada con el desquicio inflacionario de las últimas administraciones tiene expectante (y hasta con esperanza) a una parte de la población que, igualmente, la considera un punto de partida y no de llegada. El miedo a una hiperinflación que se percibía como posible y cercana, y fue “evitada” a golpes a ajuste y licuadora, logra que se sostenga cierto respaldo a Milei. “Inflación descendente y dólar barato, los dos derechos humanos de la hora. No hace falta nada más para explicar la popularidad del presidente”, escribió en X el economista Pablo Gerchunoff y sintetizó el pequeño éxito de la hora. En los años electorales, el dólar artificialmente barato es para los neoliberales lo que los planes “platita” son a los populistas. Combinado con herramientas que comparten dentro de su menú de opciones: cepo o tarifas contenidas.

Sin embargo, el Gobierno es consciente de que la cuestión de los precios es un problema acuciante, pese a la desaceleración de la suba. Múltiples estudios de opinión revelan que las personas responden que notan que bajó la inflación general, pero no la perciben en su economía familiar. De ahí las contorsiones que intentó en la semana el ministro Luis “Toto” Caputo cuando aseguró que no existe el “atraso cambiario”, sino que hay “precios adelantados” producto de una presunta falta de competencia. El último informe de la consultora PxQ, que dirige Emmanuel Álvarez Agis, demuestra de manera contundente que la economía argentina está mucho más abierta que hace un año y una canasta de productos (que vienen midiendo comparativamente desde hace un tiempo) hoy es bastante más cara.

Con estos claroscuros, la baja de la inflación sería del “punto fuerte”, el resto son todas fragilidades y una acumulación de contradicciones que combinan el dólar barato, atraso cambiario, reservas negativas, crisis con la industria y con el campo y un Donald Trump que le regaló selfies y múltiples gestos al presidente argentino, pero que desató una guerra comercial de consecuencias impredecibles (y negativas) para nuestro país.

Por eso la multiplicación de las “batallas culturales” y las bombas de humo que lanza el Gobierno con los anabólicos del aparato comunicacional y con la intención tapar las contradicciones de un esquema que muestra severos límites. De todo laberinto se sale echando humo parece ser la traducción libertariana del viejo adagio de Leopoldo Marechal: desde el rimbombante anuncio de la salida del país de la Organización Mundial de la Salud (difícil de operativizar en lo inmediato) hasta el cierre de la Dirección Nacional de Publicidad Oficial o la foto de la firma de afiliación de Santiago Caputo a La Libertad Avanza presentada como una imagen de unidad, pero que otros leyeron como un gesto de encuadramiento y subordinación al “Jefe” (Karina Milei) por parte del asesor que por momentos se autopercibió con demasiada autonomía.

La esperanza está nuevamente puesta en un rescate del FMI. Sin embargo, la negociación por un pacto se estancó y ahora se discute una especie de acuerdo puente hasta las elecciones. La diferencia entre Luis Caputo y los funcionarios que siguen el caso argentino se centró en el pedido del ministro de Economía para utilizar con total discrecionalidad los dólares que eventualmente le envíe el Fondo. Los representantes del FMI se negaron y partieron de Buenos Aires sin emitir un comunicado oficial. 

Los dadores voluntarios de gobernabilidad no solo le dan triunfos políticos a un Gobierno que tiene estas fragilidades y que lleva adelante un programa de consecuencias sociales gravosas (se perdieron 185.000 empleos formales en el primer año de Milei, según datos oficiales de la Secretaría de Trabajo), mediante un ajuste salvaje y un ataque permanente a las libertades democráticas. 

También conceden apoyo político a un proyecto autoritario con referentes como José Luis Espert, que esta semana afirmó en una entrevista: “Hay que colgar a cuatro o cinco de estos delincuentes en una plaza pública, después de llenarlos de agujeros”. Este relato que empodera y ceba a las fuerzas de seguridad no queda en mero discurso. Iván Rodrigo Torres era un joven de 22 años perteneciente a la comunidad colla de la cuenca de Salinas Grandes, en la provincia de Jujuy. Estudiaba la carrera de Turismo y se dedicaba a trabajos de producción agrícola. El jueves pasado por la mañana cuando transportaba hojas de coca y turrones en su moto (parte de sus labores diarias) fue interceptado por una patota uniformada del Escuadrón 21 de La Quiaca de la Gendarmería Nacional que lo persiguió y lo asesinó a balazos. En su vehículo se registraron al menos cinco impactos. El año pasado, exactamente el miércoles 18 de diciembre, Fernando Gómez, de 27 años, había muerto en un operativo de la gendarmería con un disparo en el pecho. El joven era un humilde trabajador informal que también transportaba hojas de coca desde la frontera de Bolivia, en el norte de Salta. 

El Gobierno respondió en las últimas horas casi con un premio: un aumento salarial para las fuerzas de seguridad, que venían amenazando con una protesta para imponer una paritaria exprés. En los márgenes se libran batallas que no son culturales y ya se cobran vidas.

FR/DTC

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