Hay hitos de la democracia que no forman parte de su glosario más oficial. Sin el oropel del juicio a las juntas ni la gramática de la desilusión primaveral de la semana santa, uno de ellos es el 3 de diciembre de 1990, con un protagonista que será, durante esa misma década, el hombre más importante del Ejército. Hablamos de Martín Balza. Cinco años después, el mismo Balza protagonizará otro momento fundamental, la autocrítica militar. Un “mensaje institucional”, como lo llamó él, frente a las cámaras de televisión en el programa “Tiempo Nuevo” que conducía Bernardo Neustadt. Esa vez hizo política donde la política mayormente estaba, la televisión. La figura de Balza parece posible en una década signada por el liderazgo de Menem -diez años de conducción peronista con mano férrea-, pero que tenía paradójicamente un instrumental elástico: también “dejaba hacer”, mantenía una distancia con sus liderados que les permitía cierto juego. Sabía incluso convertir una desobediencia o un gesto de independencia de otro en una orden propia, como la fábula del rey de El Principito, siempre bajo una consigna: si la jugada del otro es exitosa, vale.
La cuestión militar de los noventa involucró muchas imágenes: indultos, represión a los carapintadas, fin de la conscripción, “autocrítica”, voladura de la fábrica militar de Río Tercero, desguaces, etc. Pero tuvo en el centro esta figura decisiva, que vivió “el día más largo del siglo”, como lo nombra, aquel 3 de diciembre del que este sábado se cumplieron 32 años. El atardecer de ese día, cuando Balza, en ese entonces el segundo hombre en importancia del Ejército, se arrimó al cerco que las tropas leales montaron cerca del Edificio Libertador, en la Dirección Nacional de Aduanas, junto al Capitán Guillermo Prieto, sintió una ráfaga que casi les pisa los pies. “Tiran, mi General”, le dijo el “Narigón” Prieto. Balza lo relata así en sus memorias: “Nos parapetamos detrás de un grueso árbol, cargué mi fusil y respondí el fuego sobre una de las ventanas del segundo piso.” Es una imagen que desde 1983 parecía imposible: un militar defendiendo el orden constitucional a los tiros. Balza conocía el olor de la pólvora. Desde joven y más, porque su actuación como jefe de un regimiento de artillería en Malvinas había sido ejemplar. Sin picana y con coraje, la democracia necesitaba alguien que rompa y transforme la corporación en una institución. No hay país sin ejército (el siglo XXI no vino con “desarme”), pero no hay democracia con partido militar.
Hay cosas de fe que se hacen en una época para cambiarlo todo y caen por su propio peso. Se ha escrito mucho sobre esos años. Y hay cosas que se hacen de golpe, en el tiro del final. Los disparos de Balza y su ejército ese día que, como les había dicho a sus subordinados, según me dice mientras buscamos dónde sentarnos, debía hacerse todo “antes que anochezca, aprovechando la luz del día”. Lo visité en su casa la tarde de un miércoles, exactamente después de que Argentina se asegurara el pase a octavos de final contra Polonia. Hacía calor, pero el lobby del edificio donde vive mantenía la frescura de un aire acondicionado que había estado prendido todo el día. Empezamos con la última luz del día, hasta que se hizo de noche.
A los 89 años, el antiguo hombre fuerte del ejército mantiene intacta la memoria, cita pasajes de su memoria que están casi textuales en sus libros, como si los leyera, y guarda un ánimo componedor sobre hombres a los que enfrentó pero les preserva el honor. Los buenos hombres de armas y la piedad final. Como con Seineldín, el viejo caudillo nacionalista del ejército al que enfrentó en su batalla final, y frente a quien repite algo poco usado: no hablar tan mal de los muertos, porque no pueden defenderse. La charla va y viene entre esos días históricos, entre el 3 de diciembre de 1990 y el 25 de abril de 1995, por momentos de un modo desordenado. “Yo desde que asumí como jefe del Ejército en el 91’ venía diciendo lo mismo, pero nadie me oía”, dice y ríe. El que lo oía era el Estado francés que en 1994 le dio un premio. La compañía de mi hijo Manuel en la charla ajustó la conversación con un aire familiar. En un momento, tras la primera hora, el propio Balza dijo: “Manu, dormite en ese sillón, subí las piernas”. Lo vio cansado. Y Manu obedeció la “orden”. La segunda mitad de la charla tuvo su voz, mis preguntas y el ronquido de fondo del niño.
Así entonces, esto es parte de la conversación con Martín Balza.
Hay dos hechos que fueron claves en su vida y en la de la democracia. Aquel 3 de diciembre de 1990 de la última sublevación militar, y el 25 de abril del año 1995, donde usted da a conocer la “autocrítica militar” en televisión. En su libro “Bitácora de un soldado” (Editorial Atlántida, 2015) usted hace hincapié en que no fue usted sino el ejército quienes llevaron a cabo esas acciones. Pero empecemos por el 3 de diciembre.
Para mí fue el día más largo del siglo. Nadie sabe cómo será recordado lo que vive, o qué lugar ocuparán ciertos acontecimientos en la Historia. Yo tomo conocimiento de la situación estando en mi casa, acá cerca, en Uriburu y French, a las tres y media de la mañana. Y cuando salgo del Estado Mayor para llevar el último “insurgente” detenido a granaderos serían las doce y media de la noche. Viene un suboficial y me dice “feliz día de la artillería, mi general”, porque ya era el 4 de diciembre, día de Santa Bárbara. Fue un día entero sin probar un bocado. De hecho cuando recuperamos el edificio pedimos pizza, ya era tarde, estaba con nosotros detenido el Mayor Breide Obeid, a quien le ofrecimos, pero el de la pizzería nos cortó el teléfono cuando le dijimos desde dónde la pedíamos. Nos dijo: “no voy ni en pedo”. La tuvimos que ir a buscar. Pero usted me recuerda en su pregunta que yo dije que fue el ejército y estoy convencido. Como también aquel mensaje del 25 de abril de 1995 al que nosotros no le llamamos autocrítica. Mediáticamente comprendo que lo hicieran así. En toda Fuerza Armada siempre tiene que haber un responsable. Normalmente el responsable del Ejército es el jefe, y no puede salir a hablar un general en nombre del Ejército. Los hechos de 1990 y el mensaje de 1995 fue el ejército institucionalmente, más allá de los nombres.
Vamos a ir y volver entre un día y otro, entonces. Entiendo que era institucional, que no quiere darle mucho crédito político a nadie, pero usted hizo saber, lo ha escrito, que sólo seis personas de su círculo estaban enteradas de aquel mensaje que dio en televisión esa noche en lo de Neustadt.
Cuando asumí como jefe del ejército, el 4 de noviembre de 1991, hice mención de que era un momento de incomprensiones, y dije: “sin rencor para nadie, con comprensión y justicia para todos”. Y fue un mensaje corto para el ejército, para los presentes que estaban escuchando y los políticos. No era nuevo lo que dije en el programa de Neustadt. Solo que, nadie me prestaba mucha atención.
¿Usted el 3 de diciembre tuvo la noción de que era un día histórico, en el sentido de que fue el capítulo final de las sublevaciones?
Me tocó vivir desde el año 1955 en adelante, con distintas jerarquías y responsabilidades varios derrocamientos. En 1955 sólo era un cadete. Luego vino el derrocamiento de un gran presidente como Arturo Frondizi, que lo viví como teniente. Esa expulsión contó con gran influencia de empresarios, políticos, sindicalistas y algún miembro por ahí de la Iglesia. Años después, ya era teniente primero y pasó lo de Illia. Aparecieron otros nuevos y viejos golpistas. Los golpes tenían las mismas características: el factor económico, político y psicosocial. Ya llevaba tres golpes de Estado, el del 55’, 62’ y 66’. A fines del año 1975 me llamaron del Estado Mayor, tuve que elegir entre tres o cuatro países como destino. Mi madre estaba muy enferma, mi esposa estaba esperando a nuestro tercer hijo y elegí Perú. Me fui a Perú con mi familia a fines de diciembre de 1975. Es decir, que cuatro de los seis años del golpe de estado cívico y militar los viví con distintos grados. En el 76 yo era Mayor, estaba en los dos últimos años de Mayor, y fuera del país las cosas no se viven con la misma intensidad. Me acuerdo que recibía diarios, pero no eran muy comunicativos. Regreso al país el año del mundial. Y en agosto de ese año, agudizado el conflicto con Chile, tuve que movilizar una unidad de artillería. Me dieron un bibliorato e incorporé seiscientos soldados, conforme esa unidad de artillería en medio del conflicto con Chile.
Más allá del repaso de su carrera, usted me señala que conoció al ejército en profundidad y que lo que llamamos “autocrítica” formaba parte de una nueva conciencia en el ejército.
Sí, pero con mucha confusión también, porque había algunos que comprensiblemente decían “nosotros fuimos los que salvamos la patria”. Yo siempre digo, nunca tuve la verdad, el único que la puede tener es Dios. Pero lo que tenemos nosotros sobre un determinado acontecimiento es una interpretación de ese hecho histórico. Y di mi interpretación cuando dije: “sin rencor para nadie…”. ¿Y por qué? Porque como Coronel viví también el levantamiento de Semana Santa. Y no me sorprendió. Era comprensible. Y le voy a dar mi interpretación: no fue un golpe de estado, en absoluto.
¿Y cómo lo definiría?
Fue un estado de ánimo desbordado por la incomprensión de los mandos. Y se veía venir porque había generales que carecían del más mínimo liderazgo, del más mínimo atributo moral y militar. Es más, ninguno de estos generales había estado en Malvinas y vieron en Malvinas algo de lo cual había que desembarazarse, una molestia. Se vivía eso y explotó. Tengo una anécdota con Aldo Rico, con quien fuimos a Malvinas. Lo conocí de cadete. Un buen cadete, un gran soldado. Pero esa semana santa, estábamos terminando el Viernes Santo, yo estaba en el Estado Mayor y tomo la decisión (y sin autorización) de ir a Campo de Mayo para hablar con Rico. En el Estado mayor un general me dijo “no te va dar pelota”. Yo le quería decir a Rico lo que podía llegar a pasar o estaba pasando. Así que voy a Campo de Mayo, entro por un costado de lo que era la Escuela de Ingenieros. Y doy aviso de que soy el Coronel Balza y que vengo a ver a Rico, pero me dice que no me pueden dejar pasar. A lo que le digo al guardia de los sediciosos: “Yo voy a pasar. Y usted no me va a tirar por la espalda, quédese tranquilo”. Entré y vi políticos y gremialistas. Le avisaron a Aldo Rico que quería hablar con él y charlamos una hora. Le dije: “Rico, muchas cosas de las que usted me dice no sólo las comparto yo, las comparten muchos otros. El problema es a qué puede conducir esto, con estas formas. Le digo que tiene razón en que estos generales no tienen que estar, que no había mando en el ejército, etcétera.” Me escuchó. Nos dimos un abrazo y le digo que si llega a sonar un tiro en Campo de Mayo, con la gente que estaba ahí, esto puede ser un desastre. Le dije que tenga cuidado porque si acá vienen todos, “qué van a hacer, ¿masacrar?”. Y Alfonsín actuó muy bien porque controló bastante, les dijo permanezcan acá a los de la Plaza ese domingo que fue a Campo de Mayo. Yo ya me había quedado tranquilo, porque si se llegaba a desbordar, ya le había dicho a Rico que esto hay que pararlo y me escuchó. Esto fue un desastre, pero previsible. No fue un golpe de Estado, no tenía nada que ver. Fue más un planteo gremial, entre comillas digo. Y cuando fue Alfonsín, Rico lo respetó.
Pero luego hubo otras sublevaciones…
Rico comete un error tremendo, y me lo dijo siempre. En enero del 88, la sublevación de Monte Caseros. Yo estaba en Neuquén, y en Neuquén una sola unidad se levantó. Pero nosotros llegamos y metimos presos a todos. Le diría que al caer eso, influyó y cayó Monte Caseros. O sea que ahí yo tenía mando de tropas cuando se levantó una unidad. Porque yo había ido a esa brigada, que se había insubordinado en el levantamiento de Semana Santa, pero cuando fuimos esta vez metimos a todos presos. Alrededor de cincuenta suboficiales y diez oficiales. Y en diciembre viene el levantamiento de Villa Martelli. ¿Y quién lo apoyaba o conversaba con Seineldín? Menem. ¿Y dónde estaba yo? En Neuquén, que era un hervidero. Fui al intendente y le dije que a mí lo que pasaba en Buenos Aires no me interesaba, que esta brigada iba a apoyar el orden constitucional. Fui a hablar con el gobernador Salvatore y le dije lo mismo. Fui a Cipolletti también y hablé con todos. Hasta en la universidad estuve. Entonces recibo un llamado telefónico del presidente Alfonsín. Me cuentan que supuestamente quería renunciar o irse al exterior. Pero él me dice: “Balza, si esto se hace insostenible y yo me traslado y me constituyo con mi gobierno en Neuquén, ¿tengo el apoyo del Ejército de Neuquén?”. Le contesté que totalmente, sin ninguna duda. Pero le aclaré que no iba a ser necesario. Como ocurrió el 2 de mayo, el Ejército no está con Seineldín, pero no quiere estar en contra porque también, en última instancia, todavía no se habían superado varias cosas. Evidentemente no fue necesario. Fue el tercer y último levantamiento contra Alfonsín.
Cuando asumí en el ejército dije que mucho del pasado fue una vergüenza y que no estaba de acuerdo con algunos disparates que había escuchado, como eso de “hacer la guerra contra la subversión”. ¿Qué guerra? Yo estuve en la guerra de Malvinas, en un conflicto de Medio Oriente en el Canal de Suez entre egipcios e israelíes, de manera que había visto lo que era una guerra en serio. Junten a los Montoneros, el ERP, ¿y cuántos eran?, ¿4.000? Y del otro lado, las Fuerzas Armadas, las Fuerzas de Seguridad, Prefectura y Gendarmería, policías de capital y todas las provinciales. Entonces, ¿de qué guerra me hablan? ¿De la guerra civil, como escuché decir a algunos políticos todavía? Guerra civil fue la española. Tienen que estar partidas las Fuerzas Armadas para hablar de esto. Algo que dijo un General, Díaz Bessone, fue que no era necesario un Golpe de Estado para combatir al terrorismo. Con las Fuerzas de Seguridad, gendarmería, policía y prefectura, ya estaban quebrados. El Golpe se dio para cambiar, como dijeron ellos, otras cosas. Eso había que concientizar en el Ejército, hacer una acción docente en todos los niveles. Jefes del Ejército, comandantes de cuerpos, comandantes de institutos militares, directores de colegios militares, oficiales, suboficiales, comandantes de brigada, jefes de unidades. Hablar con nuestros suboficiales y decirles que lo que hicimos fue terrible. Y si dicen “pero hubo una guerra”, decirles que en una guerra hay códigos y está lo que se llama derechos y usos de la guerra, la Convención de Ginebra, ¿me explico? Yo fui prisionero de guerra con aproximadamente 500 oficiales y no nos torturaron. Y si uno tortura en la guerra, comete un crimen de guerra, como cometieron los nazis y fueron juzgados. Entonces, no me vengan a decir que fue una guerra civil, ni guerra sucia ni limpia, esos disparates. Y esto había que enseñarlo. Nos dijeron que había que aniquilar militarmente el accionar de la subversión, esto no significa hacer desaparecer personas, torturar, robar identidades, bebés. Esto se hizo con intereses, fue un golpe cívico-militar.
Retomamos entonces la “autocrítica”…
Fue en abril de 1995. Ese día yo había recibido la 5ta edición de un diario, ¿se acuerda usted cuando salía la 5ta, la 6ta?
Sí.
Bueno, en una edición decía que el ejército estaba haciendo silencio por unas excavaciones en Campo de Mayo. Y tenían razón. Como era de otra época nosotros no decíamos nada. Y ahí llamé a mi grupo de colaboradores: un general, dos tenientes, un coronel y un mayor. El mayor era el que tipeaba. Les digo que trabajen en un mensaje institucional, mientras yo voy a trabajar en el mismo pero solo. La técnica era el bosquejo. Tomamos lo importante y comparamos el mensaje. Y ahí quedó. El que trabajaba en prensa se sumó y me dijo: “¿cómo va a difundir esto?”. Y le contesté: “para eso está usted, propóngame”. Bueno, primero me propone Radio Nacional. “Ni en pedo”, le digo. Luego me propone una conferencia de prensa. Tampoco. Y entonces me dice: “ahora le voy a decir algo que se va a enojar: ir al programa de Bernardo Neustadt”. Le digo que ni loco. Neustadt me vivía invitando al programa y nunca iba. “Hablé con Clara Mariño, y me dijo que Neustadt nos da cinco minutos al empezar porque le dijimos que era importante”, me dice. Bueno. Me llama el Ministro del Interior, Carlos Corach. Me pregunta: “¿General usted va algún programa de televisión hoy? Me dicen que va a ir a decir algo importante y queremos saber qué.” Y para no discutir, porque yo no iba a aceptar ni en pedo que me hagan un mínimo cambio, le dije: “bueno cuando lo tenga listo se lo mando por fax”. Todavía está esperando el fax. Las normas militares dicen que cuando habla alguien y hay un superior presente, el superior debe tomar conocimiento de lo que se va a decir. Pero acá no había nadie presente. No vi a ningún superior mío en el estudio.
¿Y cuál era su temor, que le bajaran el tono del mensaje?
Temor nunca sentí. Pero los conocía…
¿Y cuánto tardó Menem en comunicarse? Porque fue una bomba. Y tengo entendido, incluso por uno de sus libros, que cuando vieron el impacto positivo se plegaron.
Correcto. Pero esa tarde vuelve a sonar el teléfono. Era el Ministro de Defensa, Oscar Camilión. Mi superior. “¿Podríamos ver juntos lo que va a decir?”, me dice. Le digo: “Antes de ir al canal paso a verlo, doctor”. Y lo fui a ver. Estaba enfrente del Ministerio de Defensa. Llego y me pregunta: “¿tiene acá lo que va a decir?”. Le contesto que no, que lo había dejado en el auto, cosa que era verdad. Pero le digo que muchas de las cosas que iba a decir ya las había escuchado. Hablé también antes con el jefe de la Armada y la Fuerza Aérea, les dije que iba a dar una respuesta institucional. Hablé con los comandantes de brigada y les dije que en el programa de Neustadt iba a dar un mensaje institucional a la prensa. Llegué al canal, estaba lleno de periodistas. Me ve Neustadt y me dice: “Lo invité tantas veces y nunca vino”. Me lo dijo en un tono coloquial. Tenía un programa de cuarenta puntos de rating. “Sí Neustadt, discúlpeme, pero es un tema muy importante lo que voy a decir”, le respondí. Ya al aire le dije: “Es un mensaje institucional que le debemos a la sociedad argentina. Me van a disculpar porque gran parte del mensaje lo voy a leer, no quiero que el subconsciente me traicione. Y Neustadt, si usted me permite, sobre esto no voy a contestar preguntas”. Y empiezo. Muchas cámaras fotográficas en la cara. Termino. Y el silencio que había lo notaba, lo percibía. Neustadt me dice si me puede hacer dos preguntas y le termino diciendo que sí. Pregunta, “¿usted por esto no puede tener problemas con algunos camaradas suyos?”. “No sé, pero yo no voy a tener problemas, quizá los que tengan problemas sean ellos”, respondí. Y la otra: “¿El presidente sabía lo que usted iba a decir?”. “No, Neustadt. Este es un mensaje institucional de la Fuerza a la sociedad. El presidente no tenía ningún conocimiento de esto”, le dije. Cuando salgo me encontré a Nancy Pazos, me mira y me dice: “No le vine a hacer ninguna pregunta pero si me permite le quiero dar un beso, porque jamás pensé que iba a escuchar lo que escuché”. Me conmovió.
¿Cómo siguen las reacciones después?
A la mañana siguiente llamaban de Europa, de Japón. Pero mientras me estoy afeitando me llaman del Estado de Mayor. Les dije que no iba a ir, que prefería recorrer unidades para charlar porque era todo un infierno. Pero me dicen que los llamó el presidente y les dijo si ellos sabían que iba a hablar. Entonces llamo a no me acuerdo quién y digo que den aviso al presidente que ayer dije que él no sabía y que si me preguntaban iba a decir de nuevo que no sabía. Pero lo llaman a Neustadt y le dicen que el presidente sí sabía que yo iba a hablar. Está claro que lo que no sabía era lo que no iba a decir. Fue una repercusión en el mundo. Neustadt me dijo que estuve siete minutos en radios alemanas. Yo lo pensaba decir el Día del Ejército, pero me pareció que ese día de abril era el momento.
Algunos se sintieron traicionados…
Para que exista un traidor tiene que haber un traicionado. Es como la figura del enriquecimiento ilícito. La figura del enriquecimiento ilícito es el cohecho, pero para que exista el cohecho tiene que haber una mordida, el mordiscón, la coima. Tiene que haber un cohechado y un cohechante. Cuando dije que fue un mensaje institucional yo me sentí respaldado. Después de eso estuve en el ejército hasta 1999. Fue un mensaje del ejército. ¿Y quién lo tenía que dar? Lo tenía que dar yo.
En general se dice que Alfonsín es el padre de la democracia y es cierto. Pero Menem logró el 3 de diciembre de 1990 una consumación de esa democracia al dar la orden a un militar de reprimir a otro militar sedicioso para garantizar el orden constitucional. Una orden que Alfonsín no había podido dar.
Su pregunta es muy concreta. Aquel 3 de diciembre a las cuatro menos diez de la mañana suena el teléfono en mi casa. Me avisan que han tomado el Estado Mayor, que tomaron el Regimiento de Patricios. Un total de siete unidades entre regimientos, batallones, fábrica de tanques. Hablo con el jefe del Estado Mayor, Martín Bonnet, y me dijo que le acababan de avisar también, y me propone que nos encontremos en Granaderos. Antes de salir hablé con todos los comandantes del cuerpo. Vamos con mi ayudante y nos vamos enterando de dos noticias: una, es que Alberto Kohan había estado en la puerta del Estado Mayor hablando con la gente de ahí, ¡y a mí en esa imagen se me figura que otra vez los políticos van al pacto, otra vez que los políticos van a terminar pactando! y también nos enteramos de que habían asesinado al Teniente Coronel Hernán Pita y al Mayor Federico Pedernera en el Regimiento de Patricios. Pero con lo de Kohan imaginamos que el presidente buscaba un pacto con Seineldín. Al llegar a Granaderos le dije a Bonnet que había que hablar con Menem, porque ya teníamos el antecedente de Villa Martelli. Los minutos corrían, había dos asesinados. El jefe del Estado Mayor habla con Menem. ¿Qué les dice el presidente? Que les demos con todo, que tenemos total apoyo de él. Y no fue poco. Pero no hubo una orden de Menem. No hubo una orden de cómo teníamos que actuar. Pero su actitud en ese entonces estuvo bien. Confió. Y al final de ese día visité el cajón de Pita y Pedernera y me dije “para qué mierda llegamos a esto”, nunca más va haber un enfrentamiento. Fue el ejército el 3 de diciembre, no fue Martin Balza, el que cerró un ciclo. Un ciclo sin impunidad para los que amenazan el orden constitucional. Porque muchos sublevados venían de antes, habían sido indultados de los anteriores levantamientos. Y los que tomaron las unidades fueron oficiales y suboficiales. Y yo reivindico a esos suboficiales. No fuimos con soldados, no los expusimos al derramamiento de sangre. Y creo que fue una bisagra, que muchos políticos hasta el día de hoy quizás minimizan. Menem no ordenó nada, pero dijo “procedan que tienen mi respaldo”.
MR