- Si Máximo no va al de provincia, no cuenten conmigo para el PJ nacional.
Alberto Fernández sobreactuó cada palabra. Poco le interesa el partido pero escenificó ese sacrificio, el de no asumir en el PJ si Máximo Kirchner no puede hacer lo mismo en el PJ bonaerense. Buscaba desactivar la rebeldía que desató -todavía no escampó del todo- una tempestad en la atmósfera siempre electrificada del Frente de Todos.
Fernández, que carga el estigma de procrastinar, lució terminante y verticalista frente a la microcrisis bonaerense. Lo hizo mientras se evaporó diciembre, el mes temible, sin estridencias, y con dos anotaciones: aborto y fórmula jubilatoria. Mientras parece adormecerse el temblor del discurso decembrista de Cristina, cuando aterrizó y empezó a aplicarse la vacuna y se acumulan, volátiles pero imprescindibles en un país donde la calma es un estado mental.
Un mes feroz en el palacio y en las calles: claudicaba Martín Guzmán, maduraba una devaluación, caía Santiago Cafiero, tocaba la lona irreversible el presidente sin ismos. Fernández soportó los fuegos y las curvas cambiaron de tendencia.
El diciembre de Alberto fue octubre. En octubre se anudaron todos los récords negros: el blue a 195 pesos, casi 19 mil confirmados de Covid-19 en un día, podio mundial de casos, inflación 3,8% y carta incendiaria de Cristina. Un mes feroz en el palacio y en las calles: nada podía salir bien: claudicaba Martín Guzmán, maduraba una devaluación, caía Santiago Cafiero, tocaba la lona irreversible el presidente sin ismos.
Fernández soportó los fuegos y las curvas cambiaron de tendencia: el dólar se moderó, el Covid se amesetó, la economía se despabiló. Hasta encontró otra dinámica, aun con su anomalía de origen, el vínculo entre los Fernández tras 60 días y 59 noches sin verse a solas. Una convivencia británica que acepta, como puntos de fuga, criollos reproches por TV abierta: que los ministros no quieren laburar; que a mi no me van a acusar de corrupto. Y así todo.
A Fernández, en el laberinto peronista, lo pretenden implacable como Richard Madden, el personaje de “El Jardín de los senderos que se bifurcan” pero, por su naturaleza, el presidente se parece más a Yu Tsun, el protagonista que lamenta que “todo lo que realmente pasa me pasa a mi”. Para Fernández este diciembre que no fue el diciembre caótico de otros diciembres, lo atravesó sin estallidos pero se escaldó con asuntos periféricos como las PASO o la jefatura de un PJ bonaerense descafeinado.
DERRAME PERONISTA
La política, más el peronismo con su ubicuidad, desarrolló una eficaz teoría del derrame: las discusiones domésticas se hacen efervescentes y exceden la agenda minúscula de la familia panperonista. Por eso, una sugerencia que germinó en una sobremesa en Lomas de Zamora desató una cadena de equívocos y reproches que al final involucró al presidente, el jefe de Gabinete y dos ministros. Un asunto de Estado.
Santiago Cafiero le pidió a Gustavo Menéndez que cancele el traspaso del mando a Fernando Gray, Gabriel Katopodis le pidió a Gray que apague los teléfonos, “Wado” De Pedro, ministro de Alberto y el canciller de Máximo, multiplicó sus contactos para atar voluntades y apagar recelos. Fernández mandó a decir -y dijo- que debían allanar la entronización de Máximo en el PJ bonaerense sino él no iba al PJ nacional.
Se da por hecho que Máximo asumirá como jefe peronista, que eso ocurrirá; no se sabe cómo ni cuándo ni a qué costo. Y como no estaba en la ruleta que haya una rebeldía, tampoco estaba contemplada la intervención presidencial. “No le hace bien a Máximo que Alberto lo tenga que salir a bancar, no lo ayuda”, sobre interpretó un albertista.
Por eso, quizá, Martín Insaurralde tuiteó como certeza que lo de Máximo está resuelto. Horas después, un dirigente sindical llamó a Gray y lo escuchó decir que no renunciará, decir aquello de los pies para adelante y las cosas que se dicen en la trinchera. El viernes, Gray difundió un video con un saludo de fin de año que parece tener un único destinatario.
Máximo se tentó con la idea que le acercó Insaurralde pero se topó con miradas extrañadas cuando lo contó en Gobierno. Hasta le dijeron que les parecía una mala idea. ¿Qué gana con subirse el PJ, si preside el bloque nacional, se sienta en todas las mesas del poder oficial, cena en Olivos más que dos tercios del gabinete? ¿Por qué ahora, anacrónico, y así, a las apuradas? ¿En qué quedó el mandamiento nestorista de que cuando el peronismo gobierno la Unidad Básica N° 1 esta en Balcarce 50? Raro, sobre todo, para Fernández que se negó casi hasta el acoso cuando Néstor Kirchner, a mediados de los 2000, le pedía que presidiera el PJ porteño.
Pero hay razones en el movimiento de Máximo. Corona una migración catastral, abandona el lejano sur para terminar de mudarse a la provincia -vive en Congreso, pasa los fines de semana en el conurbano sur, piensa como un homo bonaerensis (*)-, y ensaya un cambio de piel: dejar de ser solo el jefe de La Cámpora para ser el jefe -o uno de los jefes- del peronismo. Replica el movimiento de su padre que concibió que no hay proyecto nacional posible sin el control del conurbano -y sus peronismos- y sin dominio del PJ.
MODELO KIRCHNER
Fernández lo convidó con un lugar en el PJ nacional, pero no podía ir de vice, y lo sedujo la opción bonaerense. Kirchner, en 2008, luego de cinco años de intervención judicial normalizó el partido pero antes hizo una costura que ensanchó al peronismo: arropó a Roberto Lavagna, que en 2007 había enfrentado a Cristina en la presidencial, se reconcilió con protoduhaldistas y jefes territoriales de pasado silvestre o menemista como José Manuel De la Sota, Rubén Marín y Juan Carlos Romero. Trabajó, con Juan Carlos “Chueco” Mazzón como operador multitasking, para ser el jefe de un peronismo ampliado que luego se rompió con la 125. Pero trató de ser el jefe de todo el peronismo. Máximo avanzó, hasta acá, con menos cintura: su ingreso arrebatado, que puede requerir la renuncia masiva de autoridades y una elección prematura, generó heridas y malestares y podrá tener derivaciones judiciales. Busca ser Néstor pero usa los modos de Cristina.
“Máximo quiere que lo voten, quiere una elección de afiliados”, avisa un dirigente que lo frecuenta. Para que eso ocurra, el Consejo debería convocar a elecciones ad referendum del Congreso -que luego debería ratificarlo-. La Carta orgánica impone que el llamado se haga 60 días antes de la votación. Si el plan es que coincida con la asunción de Fernández al PJ nacional, pautada para el 21 de marzo, en pleno enero deberían apurarse los formalismos y reunir a los consejeros bajo este sol tremendo.
Alejo Ramos Padilla, el juez del caso D'alessio, el ex Franja Morada que Cristina intentó sentar en Comodoro Py para encarnar la renovación de esos tribunales, podría tener como primer expediente -si su pliego es aprobado en enero, en febrero asume como juez electoral N°1 en La Plata-, un planteo sobre el prematuro recambio de mandos en el PJ.
Incómodo debutar con ese caso que puede jurídicamente válido pero supone una desprolijidad: los mandatos terminan en diciembre próximo. Paradoja: “Wado” De Pedro envió al Congreso un proyecto para prorrogar los mandatos de autoridades partidarias que vencieron en 2020 y vencen en 2021.
Un deja vu de que lo que decía Eduardo Duhalde pedía atajos a veces extravagantes al scrum de apoderados peronistas que comandaba Jorge Landau: “Yo te pregunto por política y vos me respondés con las leyes”.
No parece que en la caja de herramientas de Máximo esté la llave para desactivar su desembarco en el PJ sin que se traduzca como una derrota. De Pedro cuenta que al diputado no lo seducía la idea pero que lo convencieron. El miércoles 30, al caer diciembre, Fernández armó dos fotos que, más allá del álbum familiar de fin de año para su propia cosecha, se leyeron como un mensaje de respaldo a Kirchner para el PJ.
En la lógica de Olivos, el despliegue presidencial tiene argumentos: frente a la metralla de Cristina, a Fernández le sirve la cercanía de Máximo, que esté en el PJ, que se muestre a su lado, que lo visite en Olivos. Por lo mismo alimenta el vínculo con Axel Kicillof, el gobernador peronista al que poco parece intrigarle quien conducirá el PJ de la provincia que gobierna.
PI
(*) Categoría, entre irónica y descriptiva, que hizo Ramón Puerta de los tipos de dirigentes peronistas según tu pertenencia territorial.