Lorena Lembo no va a llegar a la estación Plaza de Mayo de la línea E del subte. Va a bajarse antes, en la parada de Belgrano, para caminar las diez cuadras hasta la plaza como todos los 24 de marzo desde hace “15 años”. Lorena, de 56 años y vecina del Parque Chacabuco, lleva colgado en su cuello una foto con un nombre y una fecha. Ángela María Aieta, militante peronista âdesaparecida el 5 de agosto de 1976â, sonríe tímidamente en la imagen. La militante, secuestrada por el terrorismo de Estado y trasladada al centro clandestino de tortura y extermino de la ESMA vivía en Parque Chacabuco, al igual que Lorena. Fue así que vecinos de aquel barrio porteño decidieron juntarse y conformar una asamblea vecinal que le rinda homenaje a los 28 desaparecidos “del Chacabuco”. “Queremos un barrio con memoria activa”, dice Lorena. “Reivindicamos a nuestros vecinos desaparecidos para que nunca vuelva a pasar algo así”, agrega.
Durante la semana pasada, cuenta la vecina del Parque Chacabuco, colocaron carteles y consignas de derechos humanos por distintos edificios y casas donde vivieron algunas de las víctimas de la última dictadura militar en el barrio. Pero un día, cuenta Lorena, llegaron y habían sido arrancadas. “Los ataques a los símbolos de la verdad, memoria y justicia son cada vez más frecuentes”, explica la militante. El jueves pasado, la agrupación H.I.J.OS, denunció que una militante de su espacio fue torturada y abusada en su propia casa. Los atacantes, antes de irse, pintaron en una habitación del hogar las iniciales VLLC (Viva La Libertad Carajo).
El nuevo aniversario por el golpe militar de 1976 convocó, una vez más, a miles de personas a marchar con las consignas tradicionales de derechos humanos referidas a la verdad, memoria y justicia. Sin embargo, para los manifestantes, este 24 de marzo es “particular”. Por primera vez desde el retorno de la democracia gobierna el país una coalición política que niega abiertamente las cifras de los 30.000 desaparecidos y califica como “excesos” a la desaparición, exterminio y tortura de personas perpetrados por las fuerzas de seguridad en la última dictadura.
Mara Córdoba lleva atado a su pelo un pañuelo blanco y levanta un cartel con el rostro enjuto del genocida condenado Jorge Rafael Videla, bajo la frase: “Nunca Más”. Tiene 21 años y es militante de la juventud peronista de Merlo. “Cuando pienso que muchos de los desaparecidos tenían mi edad, me llena de coraje”, cuenta la joven militante. “Hubo una generación que dio su vida para que se supiera qué estaba pasando durante la dictadura. Yo voy a dar la mía para que no se olvide”, cuenta Mara.
Hay otro cartel que la manifestante alza con orgullo. Son mujeres de Merlo que fueron secuestradas embarazadas y dieron a luz en centros clandestinos de detención. Esos bebés nacidos en cautiverio, unos cinco calculan los militantes de la localidad bonaerense, nunca aparecieron. Según la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, la cifra de los casos de apropiación de niños durante la dictadura supera los 500.
La última vez que Esteban De Lucca, de 77 años, vio a su amigo y compañero de la facultad de Ciencias Naturales de La Plata, Gabriel Marcelo Rubio, fue un día de 1977. Ambos militaban en la Federación Juvenil Comunista. Ese día en la facultad, recuerda Esteban, su amigo le hizo una advertencia: “Estás marcado, Esteban. Tenés que irte”, le dijo Gabriel. “Me fui al sur”, cuenta Esteban. “Él se quedó y lo chuparon ese mismo año”, agrega. “Hay que desterrar la teoría de los dos demonios”, señala el exmilitante comunista. “El gobierno insiste en que fue una guerra de igual a igual, pero se olvida que el Estado es el que monopoliza el verdadero poder real”, explica el platense. Y agrega: “La continuidad de aquella teoría reivindica la impunidad. Hay que tener memoria”.
Son las tres de la tarde y la tradicional bandera de “más de 1000 metros” con las fotos de los desaparecidos entra en la Plaza de Mayo. Fernando García, de 34 años, carga en su cuello a su hija Amelia, de cinco. Su pareja, Manuela Decaro, lo acompaña. Es la primera vez que vienen ambos a esta marcha. “Siempre tuvimos las mismas convicciones, pero sentimos que este gobierno traspasó un límite al cuestionar a los desaparecidos”, cuenta García. “Es importante poder enseñarle a nuestra hija el valor de la memoria y la lucha colectiva”, agrega Manuela. “Utilizamos el canal Paka-Paka y la enseñanza pública para que lúdicamente pueda ir entendiendo qué ocurrió en nuestro país”, destaca la madre. La pequeña hija alza un cartel: es la imagen caracterizada de una abuela de plaza de Mayo.
Una bandera blanca se pliega sobre la Avenida Mayo. “Los desaparecidos japoneses”, dice. “Muchos piensan que somos una agrupación nueva, pero estamos hace años”, dice Verónica Asato, referente de una organización de derechos humanos que lucha por no olvidar a los 17 militantes y descendientes de japoneses secuestrados durante la dictadura. Su padre, Juan Alberto Asato, era uno de ellos. “La mayoría tenía raíces de Okinawa. Con la ayuda de la embajada de Japón pudimos reconstruir con más precisiones sus historias”, cuenta Verónica. “Nos duele mucho escuchar al gobierno con su versión de los hechos”, dice la manifestante. “Es casi lo mismo que negar que en Japón se tiraron dos bombas atómicas”, detalla.
Ana Biancalana, de 72 años, ya no sabe qué hacer para refugiarse del sol cansino de la jornada. Se apaña con una revista, se tapa con un pañuelo, pero no hay caso. “Es un día peronista”, bromea. Su hermano, ErnestoBiancalana, fue detenido y desaparecido por un grupo de tareas el 5 de abril de 1977, a los 20 años. El joven militaba en una agrupación religiosa del colegio Marianista de Caballito. Fueron 11 en total los integrantes secuestrados de esa organización. “El negacionismo solo hace que más personas salgan a la calle”, dice Ana. “Soy optimista con el tema de la memoria, a pesar del contexto. El tiempo es el que finalmente pone en su lugar a los que quieren negar lo ocurrido. No le temo a eso”, confiesa Ana. A lo que le teme, dice, es a las plazas vacías. A que un día, como le pasó un 24 de marzo de 1979, venga y solo haya un “puñado de mujeres preguntando por sus desaparecidos”.
FLD/DTC