La Eva santa. La Eva golfa. La Eva Walsh. La Eva TEM. La Eva monto. La Eva starplás. Al final, la que bajó la escalera que hicimos con los huesos de Aramburu fue Natalia Oreiro.
Desde que nació, hace 70 años, el mito Eva Perón no ha producido sino expansión. Como una criatura indócil en trance perpetuo de gula histórica, el mito ha absorbido lo que se le ha arrojado. Todo cuanto cupo entre las branquias de la injuria y la devoción, lo ha digerido y lo ha convertido en más expansión. Para el mito, para este mito, toda afrenta es hecha escala. Todo daño es tamaño.
La Eva a la que le vivan el cáncer es la Eva del útero que hace metástasis en el hater inaugural del antiperonismo. Lo que era oposición hasta esa pintada, es inquina y abominación después. Bien revisado, ese útero al final consigue parir. Pare el odio que será nutriente del mito; la repulsión que le dará al mito, metraje.
Deberíamos hablar del mito en términos de lo que mide, pero no sé cómo se mensura el animal mitológico. Un detalle: para ganar relieve, es decir, precisión, conviene hablar de: el mito Eva Perón. Y no de: el mito de Eva Perón. No corresponde el posesivo por ser contrahistórico. El mito no es de ella. Ella, de hecho, está muerta. El mito es de la Historia y sus agentes constitutivos, lo que antes se llamaban los pueblos. Pero las palabras -como los tornillos- se falsean, pierden ajuste, se redondean en los bordes. Ahora creo que le dicen las audiencias. No importa, no es crucial porque estamos hablando de lo mismo: el sujeto colectivo que consolida al mito, enunciándolo. Si Barthes tiene razón y el mito es un habla, entonces el hacedor del mito es el hablante. Pueblo, audiencia, público, sociedad: total que estamos hablando del mismo hablante.
La Eva propalada de las 20:25 ya es la de Eva Pedro Ara y será la Eva en custodia de la CGT. Es la Eva balsámica, taxidérmica, que nos entrega la hora cero del mito, el momento puntual en el que el mito nace. Y nace con el embalsamamiento, en el exacto casillero de la Historia en que cuerpo material y cuerpo simbólico se vuelven el mismo cuerpo. El objeto cuerpo no tiene forma de mitificarse. ¿Dónde está el objeto cuerpo de Maradona? Ya no está en ningún lado. ¿Y dónde está su mito? Recorriendo la Tierra y creciendo. El mito Eva Perón, sin embargo, destroza esta escisión lógica entre cuerpo objeto y cuerpo símbolo. El mito Eva Perón es alógico.
Y si es alógico, si permite la connivencia de un cuerpo objeto con un cuerpo símbolo, entonces se puede robar. Pero la Eva robada, sustraída, no descompone la escisión, solo la pausa porque el objeto cuerpo no deja de existir, solo dejamos de saber dónde está, y quién lo tiene. La intriga del mito produce narrativas sobre el mito, es decir: la sustracción produce más mito, y no menos. La Eva de Walsh, Esa mujer, es de 1966. La Eva de Copi, esa no-mujer, es de 1970. Son dos búsquedas de lo que falta, dos pesquisas del cuerpo ausente que echan nafta sobre el fuego de la mitificación, nafta hecha de símbolos como está hecha de símbolos la literatura.
Pero el vínculo entre ladrillo y alegoría signa el mito, este mito. Y si hay un cuerpo robado hay un ladrón. El comunicado número cuatro de Montoneros, el 1 de junio de 1970, informando la ejecución sumaria de Pedro Eugenio Aramburu y pidiendo que Dios se apiade de su alma es el mito obrando en el campo real de la violencia fáctica.
¿Qué regresa cuando en 1974 el cuerpo de Eva Perón regresa? Bueno, acá hay un mito que tiene que seguir con su vida y lo que vuelve es una continuidad.
Si la bomba que estalló el 2 de marzo de 1970 en la sala del L'Eppée de Bois, en Paris, durante el estreno de Eva Perón, de Copi, inauguró la década del mito; el estreno de Evita el musical, ocho años más tarde en el Prince Edward Theatre del West End londinense, comenzó a cerrarla y a preparar el campo de un devenir: el del mito hecho mercancía del entretenimiento global. En los ochenta, la criatura de Time Rice y Andrew Lloyd Webber va a conquistar el mundo. Néstor Perlonger, por su parte, va a enfiestar a Eva en Evita vive, un cuento blasfemo publicado por la Gay Sunshine Press de San Francisco en 1983, por la Cerdos y peces en 1987, y lo que va a conquistar es el under.
Dos datos que habría que ver exactamente qué significan, pero imposible resistir la tentación de cruzarlos. Uno: Tim Rice distribuyó por el mundo una Eva Perón cazadora de hombres, pero sobre todo la escribió tirana. Dos: Tim Rice le puso Eva a su primera hija.
La Eva trepa, la Eva tropa. La que se le descamisa a los tipos: la primera descamisada. La Eva torta que chapa con Cristina en las remeras de las pibardas. El mito no falla, come. Con lo que le tiren se muscula.
En los noventa, el dólar que valía un peso nos dejó ver a la Eva de Madonna en Buenos Aires. Parecía, en la mirada sin fuga ni perspectiva, empobrecida mirada que puede entregar el presente, que lo que había triunfado era un musical. Volverse cine, filmar en la locación real del balcón donde la Eva real había declamado, ¿Qué otra cosa podía significar? El peronismo, uno de ellos, haciendo ejercicio de un patronazgo presunto sobre la custodia del mito, estableciendo dominio sobre el apartado de la evocación, repudió la presencia de Madonna en suelo patrio. ¿Qué van a hacer con nuestra Evita? Es gratificante observar el tracto de la Historia dando vuelta las preguntas, acomodándoles el nudo de la corbata, volviéndolas a hacer. No era lo que una película hiciera con la memoria de Eva Perón. Es lo que el mito Eva Perón es capaz de hacer con quien lo inquiera. Madonna llevó un diario íntimo del rodaje donde escribió sus impresiones, retrató al presidente Menem y contó su encuentro con él. Ya en Nueva York, con fecha 29 de mayo de 1996, Madonna escribió:
“Mi vida nunca será la misma. ¿He resuelto el acertijo de Evita? ¿Por qué su país estaba tan apasionadamente dividido, a favor y en contra de ella? ¿Por qué provocó una respuesta tan fuerte en la gente, entonces y ahora? ¿Era buena o mala? ¿Inocente o manipuladora? Todavía no estoy segura, pero sé una cosa: he llegado a amarla”
¿A quién ama esta mujer? ¿De qué está hablando? Santa Madonna.
Plataformas
La televisión es un constituyente social drástico, crítico, decisivo. La representación del cuerpo social que somos se verifica en los contenidos de televisión. Escribo esta columna en la madrugada del 26 de julio del 2022. Desde hace unas horas, los siete capítulos de Santa Evita están subidos a la plataforma Star+. Antes a plataformas le decíamos canales, pero también en este caso es lo mismo, porque también es televisión. La primera escena de Oreiro en la ventana es formidable.
El 17 de octubre de 1951 quedó inaugurada la televisión argentina. Copio de la página 7 de Estamos en el aire, una historia de la televisión en la Argentina, el imprescindible trabajo de Carlos Ulanovsky, Silvia Itkin y Pablo Sirven:
“Pero quien con mayor énfasis revisa la información disponible es el actor Iván Grondona. ‘El acto lo largo yo, desde la torre de Obras Públicas, a las 14:24 de la tarde. Antes de conectar con los locutores en Plaza de Mayo, una gran foto de Eva Perón ocupó la pantalla’”.
El de Eva Perón fue, entonces, el primer rostro de todos los rostros que veríamos en la tele. El edificio de Obras Públicas es el que tiene los rostros de Eva Perón maquetados en acero donde el Loco Evita de Capusotto se acerca para hablar con ella. En fin, el mito y sus materializaciones.
Los noventa comenzaron el 22 de diciembre de 1989, cuando se entregaron las licencias recién privatizadas de los canales 11 y 13. Fue el acto fundante de la década. Y terminaron el 2001, cuando el desastre. Todo esto para formular una pregunta: ¿Cómo entra el mito Eva Perón al nuevo siglo? Y una respuesta: por televisión.
Por la posición que ocupa el programa en la historia de los consumos de masas, la Eva Perón de Lisa Simpson es un signo de distribución globalizada imposible de soslayar. En el capítulo que en Latinoamérica se conoció como “La presidenta usaba perlas”, emitido el 16 de noviembre de 2003 durante la temporada 15, Lisa gana las elecciones de su escuela prometiendo luchar por los derechos de los estudiantes y cantando “No lloren por mí, niños de Springfield”.
En estas dos décadas que llevamos de siglo XXI, el mito Eva Perón ha hecho lo que siempre: dejarse atravesar por el presente perfecto de la Historia, proceder a su deglución, convertirlo en volumen propio, crecerse. Puede ser foodie en el Santa Evita o pechera en un acampe. Así de ancha es la trama de su metáfora.
El mundo nuevo que proponen los colectivos de mujeres, la revolución transfeminista, el universo retejido a partir de la inclusión de las perspectivas de género, las dilaciones y los cruces que importó el debate sobre la interrupción voluntaria del embarazo, la batalla lingüística por una neo-habla que contemple la inclusión y las disidencias y en general todo el nuevo escenario pangénero dialogan con el mito Eva Perón, lo litigan. Hay Eva pañuelo verde, pero correlativamente hay Eva pañuelo celeste. El mito es, también, capital en disputa.
Durante los últimos cuatro meses trabajé en un equipo de podcasting, escribiendo guiones para una pieza que se llamará Eva después de Eva, y que tendrá en Futurock su canal de salida. La Eva Dior. La Eva Jamadreu. La Eva de las milicias armadas. La Eva recién llegada que se cagó de hambre y entre el teatro culto del Nacional Cervantes y el teatro intelectual de Leónicads Barletta terminó trabajando en comedias y vodeviles que se hubieran llamado Más pinas que las gallutas de haber sido contemporáneas. La Eva a quien Fernando Noy, bellamente, llamó La Perona. Fueron meses de encontrarme con estas Evas y muchas otras, de preguntarme por su mito, de querer comprenderlo. Al mito, porque a la piba de verdad, a la flaca esa que se murió a los 33 años, comprenderla, qué sé yo. En todo caso, a esa piba se la quiere. Y hoy, 26 de julio, se la saluda. En todo caso.
AS/SH