No habían pasado ni 12 horas desde la convocatoria al Pacto de Mayo y Héctor Daer repetía: “El DNU se va a caer”. Era la mañana del sábado 2 de marzo. Lo que parecía enfriarse, sólo se estaba entibiando y dos semanas después, el peronismo se llevaba su primera y contundente victoria en ese lugar incómodo de ser oposición.
Una conjunción de factores hicieron, sin dudas, que el decreto terminara rechazado en el Senado. Algunos pesan más que otros, pero no se pueden entender por separado.
La historia comenzó a gestarse en enero. La CGT emprendía entonces reuniones con todos los bloques legislativos, amigos y enemigos, para convencerlos de la necesidad de rechazar la reforma laboral. En paralelo a las presentaciones judiciales, las fotos mostraban a los líderes sindicales en encuentros inusuales: desde amables reuniones con los dirigentes de la izquierda nacional, como Myriam Bregman, a Miguel Pichetto o Facundo Manes. Pidieron incluso una reunión con Elisa Carrió. Finalmente, se encontraron con los diputados de la Coalición Cívica. Todo servía a la hora de convencer.
En paralelo, el peronismo en el Senado esperaba, agazapado. Hacía mucho calor en Buenos Aires. Primeros días del año. Con movimientos sigilosos, las espadas legislativas del principal bloque opositor tenían que dejar que pasara el tiempo. Esperar. “Todo en su medida y armoniosamente, decía el general”, recitaba Juliana Di Tullio mientras anudaba en silencio la jugada. Sólo necesitaba que no se dieran cuenta. El 24 de enero, Unión por la Patria presentó el pedido especial de sesión para el 1 de febrero, a las 14 horas. El texto ya estaba escrito desde hacía tiempo. El día anterior había vencido el plazo reglamentario para que se expidiera la Comisión Bicameral de Trámite Legislativo y los cuerpos, tanto el Senado como Diputados, quedaban en condiciones de llevar el DNU a sus recintos.
Todo ocurría mientras el oficialismo y sus aliados hacían alarde de la decisión de demorar la conformación de esa comisión. El peronismo en Diputados tampoco empujaba demasiado. Solo se escuchaban los ruidos de la pelea pública de Germán Martínez por la cantidad de lugares que les tocaba. Les convenía que pasara el tiempo, para atacar por el otro costado.
Consumada la jugada, faltaban los votos. Los 33 de Unión por la Patria estaban firmes. Había que conseguir sólo cuatro. Para entonces, con un Milei estrenando poder, la victoria para el peronismo se dibujaba muy lejana. Los gobernadores se acercaban al calor de la Casa Rosada y el kirchnerismo era esa mancha venenosa expansiva que deja una reciente derrota electoral.
En el oficialismo, los actores protagónicos, también jugaban. La inexperiencia legislativa de Victoria Villarruel y la torpeza política de un Gobierno que demostró manejarse más cómodo en el conflicto que en el consenso aportaron su parte.
Villarruel postergó todo lo que pudo la convocatoria, pero ya no tenía más margen para no hacer el llamado, analizan en el peronismo, con la vice ya denunciada en los tribunales por abuso de autoridad e incumplimiento de los deberes de funcionario público. Con el diario del lunes, todo se ve más claro. Si Villarruel hubiese convocado a la sesión especial apenas el kirchnerismo se lo reclamó, en enero… ¿los votos estaban? Probablemente no. “Y si estaban, no estaban con la contundencia que tuvimos ayer”, describe un senador. No se van a olvidar fácilmente el número: 42 por el rechazo, sólo 25 por la aprobación y las cuatro abstenciones. El número fue construido en estos casi dos meses. Un tiempo clave que terminó por consolidar esta nueva y provisoria mayoría.
Y Milei, por supuesto, se autogestionó la derrota. La guerra sin destino con los gobernadores, sobre todo los patagónicos, terminó de sellar su suerte. Los gobernadores con poder de fuego en el Senado lo hicieron valer: el santacruceño Claudio Vidal aportó sus dos votos, con José Carambia y Natalia Gadano; el de Río Negro, Alberto Weretilneck sumó a Mónica Silva; y sucedió lo que ahora parece cantado pero en enero era impensado: el rechazo de Edith Terenzi, cercana, pero no propia, a Ignacio Torres, de Chubut. Muchos votos que no estaban.
El malestar de los gobernadores después de que Milei los ahogara financieramente terminó con el segundo pedido de sesión especial, esta vez, de los senadores provinciales. Villarruel, ahora sí, quedaba definitivamente acorralada. El llamado al diálogo del Presidente le bajó el envión con el que venía el rechazo al DNU, pero el impasse duró poco: todo quedó en una foto en la Casa Rosada y la misma receta: no se iban a reponer los fondos que el gobierno central había quitado a las provincias.
Votos cercanos, pero nunca seguros, fueron los de Lucila Crexell, de Neuquén, Carlos Espínola, de Corrientes, y Edgardo Kueider, de Entre Ríos, dirigentes sin jefes territoriales que arrastraron lo suyo al número. Otra historia es la Martín Lousteau.
“Al peronismo no se lo puede subestimar, y ellos se equivocaron mucho. Tenían todo el poder de fuego y no lo usaron”, describen en el PJ sobre los errores del Gobierno. Ahora le toca el tiempo a Diputados y nada es lineal en la heterogénea liga de gobernadores. Lejos está el peronismo, con sus problemas de liderazgo, en garantizarse otra victoria. Pero al menos, tomó aire.
MV/DTC