- No, nada de nada -, teclea el funcionario y recurre el léxico barrial, irreproducible, para enfatizar su no.
- No ahora: si lo tenía definido, va a esperar-, responde otro integrante de la comitiva presidencial.
- Nada -, dice lacónico el tercer viajero consultora que, como los dos anteriores, compartió el avión con Alberto Fernández.
La respuesta se repite ante una pregunta similar sobre inminentes cambios en el gabinete nacional. “Enero”, aporta un cuarto interlocutor apostado en Buenos Aires mientras desde el primer anillo albertista, interpretan las palabras del presidente en Tierra del Fuego sobre la “gratitud” con sus ministros como la confirmación, al menos temporal, de que no habrá cambios en el staff de ministros.
La noticia más mentada desde que Cristina de Kirchner estampó en los graph de TV su frase “que laburen de otra cosa”, referida a ministros y legisladores, tuvo el fin de semana un pico de rotación y el lunes se sobresaturó de versiones, gestos y dichos. En ese océano de especulaciones, apareció una foto de Fernández con medio gabinete en Rio Grande. Anoche, al regreso de Tierra del Fuego, una cumbre de la mesa chica albertista en la quinta de Olivos volvió a instalar la intriga.
"Cuando conformamos gobiernos, uno elije hombres y mujeres para una realidad que cambia y hay que cambiar. No puede ser un drama eso"
Un razonamiento, que aporta un entornista presidencial y circula en el planeta frentodista: que entiende que cada pedido público de Cristina opera al revés, en vez de acelerar cambios los obtura. “Lo que dice Cristina es contraproducente”, dice y agrega que “hay necesidad de cambio”. Según esa lectura, la vice presiona para producir cambios pero logra el efecto contrario. Razonamiento simple: si Fernández cede cuando todavía resuenan las palabras de Cristina, confirma su debilidad.
Máximo Kirchner, más cauto, pide desdramatizar, entender el movimiento de ministros como un proceso natural Usó, en una charla que compartió con Juan Grabois, una analogía fierrera: comparó el gobierno con la Fórmula 1 en la que se sale a la pista con ruedas para sol y hay que cambiarlas si llueve. “Eso también pasa cuando conformamos gobiernos, uno elije hombres y mujeres para una realidad que cambia y hay que cambiar. No puede ser un drama eso en la Argentina”, dijo.
Ese clima se respira en el gobierno: el año pandémico, el ensayo y error, y la urgencia por revitalizar el gobierno requieren, siquiera como ejercicio simbólico, un recambio de nombres. Pero, por otro lado, Fernández no tiene cuestionamientos de fondo sobre la columna vertebral de su gobierno, los botones más sensibles del dispositivo oficial: la jefatura de Gabinete, Economía, Interior, Obras Públicas y, en el contexto del COVID-19, Salud. Una pátina de duda sobrevuela Cancillería, por desencuentros entre Fernández y Felipe Solá, pero el presidente invoca una empatía de muchas batallas. En estos días apareció un ruido en Seguridad: con objeciones internas sobre Sabrina Frederic, pero el presidente la defendió.
La lluvia ácida de la vice, aunque nunca la nombró en público, cae sobre Marcela Losardo. Cristina, cuentan en el gobierno, cuestionó hasta las apariciones públicas de la ministra de Justicia en TV. En el cristinismo el reproche habitual es que Losardo no le puso el cuerpo a la reforma que envió el Ejecutivo y que no juega con la intensidad que debería jugar.
La discusión pública, asamblearia, entre los Fernández incorpora sobre entendidos. En La Plata, en el Estadio Diego Armando Maradona, el presidente mencionó a Fernanda Raverta de ANSeS y a Luana Volnovich del PAMI, dos funcionarias que provienen de La Cámpora. Un dirigente lo interpretó, de manera libre, como una respuesta elíptica en la que Fernández apunta que el gobierno con el que su vice se muestra a disgusto, tiene en lugares clave a figuras orbitales a la propia vice.
En un ejercicio novedosos tratándose de dos profesionales de la política, el presidente y su vice, hacen pública la intimidad de sus diferencias.
El fin de semana, desde Olivos, salieron mensajes referido a que el presidente evalúa el cambio de ministros pero que piensa los movimientos y en los equilibrios. El lunes, aunque el viaje estaba programado hacía 20 días, viajó a Tierra del Fuego, y subió a la comitiva a figuras que apuntan sectores K -algunos periféricos-, como el ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas, o el vocero Juan Pablo Biondi.
La ironía, quizá, es por el otro lado: entre los ausentes estaban algunos de los funcionarios sobre los que suena malestares, como Losardo o Nicolás Trotta, aunque son quejas de vocería oficiosa, que en general el presidente dice escuchar pero administrar según sus tiempos.
Desde el sur último, en la isla fueguina, con Cristina instalada en el Calafate, Fernández siguió con ese diálogo abierto con su vice cuando defendió a sus ministros y extendió el respaldo a todo el universo político, al menos el que gestiona. “Hay que tener coraje para hacerse cargo de la Argentina arrasada y seguir gobernado cuando una pandemia se lleva puesto al mundo. A ese coraje, gracias”, dijo.
Para Cristina “no se animan”; para Fernández tiene “coraje”. “Todo este esfuerzo no es el esfuerzo de un Presidente. Es el esfuerzo de todo un gobierno y es el esfuerzo de 24 gobernadores que se pusieron codo a codo a mi lado a pelearle a la pandemia y a pelearle a una economía que se caía a pedazos. Por lo tanto, yo solo tengo gratitud y reconocimiento para con cada ministro mío, cada funcionario mío, por cada empleado que en este Gobierno Nacional que trabajó a mi lado para mantener en pie a la Argentina”.
PI