DIARIO DE ASAMBLEA

Una asamblea feminista desbordada para organizar el primer 8M de la era Milei

16 de febrero de 2024 10:08 h

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La asamblea feminista, como cuerpo político, tiene una modalidad a la vez continua y discontinua. Es hoy el espacio que, con todas las dificultades que implica la articulación en la heterogeneidad, se sostiene desde 2016. Funciona como una instancia de coordinación de un movimiento que se destaca por la combinación de estructuras políticas, colectivas de distinto tipo y “sueltas”. Lo que hace unidad es esa cita común para debatir coyuntura y organizar la calle. 

La que se realizó el miércoles pasado en el patio de ATE, el sindicato de trabajadorxs estatales en la ciudad de Buenos Aires, fue la primera rumbo al próximo 8 de marzo. Fue masiva y transversal. Surgió como un gesto rápido de convocatoria mientras el gobierno intentaba tapar la derrota parlamentaria de la Ley Ómnibus enviando un mamarracho mal facturado como proyecto de derogación del aborto. 

Se abrió así un espacio de elaboración política para que la indignación no quede solo en redes; a la vez que el movimiento feminista no se comió la curva de la provocación dirigida a distraer de la urgencia política general. La asamblea puede tener modos y performances reiterativas, pero da una respuesta distinta cada vez; despliega inteligencia de coyuntura para mezclar y potenciar voces y experiencias que de otro modo no se encontrarían en la conversación política si es puramente virtual o segmentada por sectores ya organizados. 

Si bien el primer 8M multitudinario fue en el gobierno de Mauricio Macri (2017), este será el primero contra un gobierno ultraderechista que enarbola un carácter explícitamente anti-feminista desde su campaña y que fue ratificado con creces una vez asumida la presidencia. Del discurso frente al Foro Económico de Davos, donde Javier Milei asoció feminismo con justicia social, hasta los ataques a la cantante popular Lali, no hace más que señalizar esa obsesión que lo perturba: el feminismo como enemigo. Al mismo tiempo que lo inscribe en un guión global de referentes políticos reaccionarios que “le temen al género”, para usar el título de un libro reciente de Judith Butler. 

La asamblea desbordó. Su armado y cuidado (parte de lo que se conoce como trabajo político invisible) es lo que da sostén a la comunidad “poliglósica”, como la llamó Dora Barrancos al inicio. Una conjunción de ánimos, expectativas y lenguajes disímiles que sin embargo tejen como estrategia la posibilidad de construir contundencia en la calle. 

Lo que marcó el tono principal de las intervenciones fue la cuestión del hambre: la emergencia alimentaria en los comedores, en los barrios y en las casas. “El táper vacío con el que se vuelven las compañeras de comedores que no dan a basto” como dijo Dina Sánchez, Secretaria General Adjunta de la UTEP. 

Su intervención expresa algo que el movimiento feminista ha logrado en estos años como ningún otro: hablar al mismo tiempo del trabajo asalariado y no asalariado, registrado y no registrado, visible e invisible, doméstico y comunitario. Es, de hecho, lo que ha permitido que los paros feministas del 8M sean capaces de contener a muchas de esas realidades que deben esforzarse por inventar una forma de parar y ser reconocidas en esa ausencia de tareas que son generalmente no tenidas en cuenta como trabajo. 

La presencia sindical de la mayoría de las centrales es, por eso mismo, otro de los rasgos salientes de la asamblea, marcando la importancia del feminismo sindical en la organización del proceso político. Frente a la devaluación brutal de salarios, jubilaciones y subsidios, la presencia sindical subraya, además, la línea de continuidad con el paro general del 24 de enero.

La combinación de diagnósticos del ajuste con los microrrelatos de cómo altera la vida cotidiana –los remedios que se dejan de comprar, los útiles escolares que se avizoran como un lujo, los alquileres que se volvieron un robo a renovar cada 3 o 6 meses, la carga de la SUBE que se escurre– le da a la asamblea una función de escucha particular. La vuelve un lugar capaz de hacer audible las formas en que la vida peligra por cuestiones de precariedad cada vez más urgentes, que desordenan y desestabilizan hasta las rutinas más básicas. En ese sentido, varias intervenciones remarcaron los efectos perversos del DNU que está vigente. 

Esto impone, como se insistió, una atmósfera de violencias. Lo señaló la feminista afrodescendiente Sandra Chagas: dijo que la habilitación de la violencia racista y de la discriminación contra las personas racializadas, especialmente contra quienes trabajan en la calle, se ha habilitado desde los discursos de odio desde el poder y es ya moneda corriente. 

Otro elemento que atravesó la asamblea fue la narración concreta de lo que implica la criminalización de la protesta y la persecución política como un problema central del movimiento feminista. Se puso en evidencia una torsión perversa de la criminalización. Por ejemplo, en el caso de los dos detenidos en Jujuy por tuitear, se utiliza a la “violencia de género” como agravante de las penas (así lo relató por video la compañera de uno de ellos). La maniobra es siniestra: intentar instrumentalizar una causa feminista como suplemento para la criminalización de la protesta y la anulación de la libertad de expresión. Estuvo también presente la activista lesbiana Pierina Nocchetti, acusada sin pruebas de pintar un grafiti en Necochea con la consigna “¿Dónde está Tehuel?”, y quien debe enfrentar un juicio oral la semana misma del 8M.

Volvamos a la pregunta de Butler: ¿por qué el “género” se ha convertido en una presencia fantasmática capaz de aglutinar miedos, ansiedades y angustias al punto de convertirse en la manera de construir un enemigo para los liderazgos reaccionarios? A los fascistas del siglo XXI les permite ubicar allí una suerte de culpa concentrada –y causa eficiente– de los males que el neoliberalismo traduce como inseguridades (sobre el futuro, sobre los vínculos, sobre la posibilidad de encontrar trabajo o vivienda). Pero también, dice la filósofa, produce una fantasía de restauración patriarcal: un tiempo idílico que nunca existió pero que cumple el papel de una historia “natural”.    

La asamblea feminista establece para las próximas semanas una cita corpórea en medio de la vorágine, un terreno de encuentro trabajoso con la tarea de producir un hecho político en un marzo que, ya se siente, será explosivo. “No nos señalan como enemigas por nuestros errores, sino porque pusimos en crisis estructuras de desigualdad muy profundas, contra ellas nos vamos organizar”, sintetizó al cierre Luci Cavallero del colectivo Ni Una Menos.

VG/DTC